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LA GUERRA DE LAS MUJERES

A la acción, intriga y rapidez descriptiva se suma el amor, con su inevitable acompañamiento de celos y rivalidad femenina, pues las dos protagonistas de esta excelente novela se enamorarán del mismo hombre. Dumas recrea una estampa de la guerra de La Fronda, con dos personajes que quieren ser los equivalentes femeninos de sus célebres mosqueteros: la astuta y encendida amante del duque Epernón, Nanón de Lartigues, y la rubia y valerosa Claire de Cambes.

A la acción, intriga y rapidez descriptiva se suma el amor, con su inevitable acompañamiento de celos y rivalidad femenina, pues las dos protagonistas de esta excelente novela se enamorarán del mismo hombre. Dumas recrea una estampa de la guerra de La Fronda, con dos personajes que quieren ser los equivalentes femeninos de sus célebres mosqueteros: la astuta y encendida amante del duque Epernón, Nanón de Lartigues, y la rubia y valerosa Claire de Cambes.

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—¡Oh!, jamás lo olvidaré —dijo Cauviñac con visible emoción, y<br />

poniendo la mano sobre su pecho.<br />

—Ya veremos, barón, ya veremos más adelante —dijo el duque.<br />

—¡Gracias, monseñor, gracias!<br />

—Todo requiere un principio.<br />

—Ciertamente.<br />

—Sí, vos sois bastante tímido, mi joven amigo —repuso el duque de<br />

Epernón—. Cuando necesitéis protección, recurrid a mí, ahora que ya es inútil<br />

andar con rodeos, y que no tenéis necesidad de ocultaros, una vez que ya sé<br />

que sois el hermano de Nanón…<br />

—Monseñor —exclamó Cauviñac—, en lo sucesivo recurriré a vos<br />

directamente.<br />

—¿Me lo prometéis?<br />

—Empeño mi palabra.<br />

—Haréis perfectamente.<br />

—Esperad un poco, y vuestra hermana os enterará de lo que se trata, pues<br />

tiene una carta que confiaros de parte mía. Tal vez en lo interesante del<br />

mensaje que os confío está contenida vuestra fortuna. Tomad los consejos de<br />

vuestra hermana, joven, que es una gran cabeza, tiene un alma privilegiada y<br />

un corazón generoso. Amad a vuestra hermana, barón, y de este modo<br />

obtendréis mis más distinguidos favores.<br />

—Monseñor —exclamó Cauviñac con entusiasmo—, mi hermana sabe<br />

hasta qué punto la quiero, y que mis deseos no son otros que de verla feliz,<br />

poderosa y… rica.<br />

—Me agrada ese ardor —dijo el duque—, quedaos pues con Nanón,<br />

mientras yo voy a ocuparme de cierto truhán.<br />

—Y a propósito, barón —continuó el duque—, tal vez podríais darme<br />

algunos indicios acerca de ese bandido.<br />

—Con mucho gusto —dijo Cauviñac—. Sólo falta que sepa de qué<br />

bandido me quiere hablar monseñor; hay tantos, especialmente en los tiempos<br />

que corremos.<br />

—Tenéis razón; pero éste es uno de los más osados que yo he conocido.<br />

—¡De veras! —dijo Cauviñac.<br />

—¡Figuraos que ese miserable, en cambio de la carta que os escribió ayer<br />

vuestra hermana, y que había adquirido por medio de una infame violencia,

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