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LA GUERRA DE LAS MUJERES

A la acción, intriga y rapidez descriptiva se suma el amor, con su inevitable acompañamiento de celos y rivalidad femenina, pues las dos protagonistas de esta excelente novela se enamorarán del mismo hombre. Dumas recrea una estampa de la guerra de La Fronda, con dos personajes que quieren ser los equivalentes femeninos de sus célebres mosqueteros: la astuta y encendida amante del duque Epernón, Nanón de Lartigues, y la rubia y valerosa Claire de Cambes.

A la acción, intriga y rapidez descriptiva se suma el amor, con su inevitable acompañamiento de celos y rivalidad femenina, pues las dos protagonistas de esta excelente novela se enamorarán del mismo hombre. Dumas recrea una estampa de la guerra de La Fronda, con dos personajes que quieren ser los equivalentes femeninos de sus célebres mosqueteros: la astuta y encendida amante del duque Epernón, Nanón de Lartigues, y la rubia y valerosa Claire de Cambes.

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El coche se para; dos de los caballos han caído de fatiga, otro herido de un<br />

balazo.<br />

Ferguzón y su gente caen sobre las tropas del duque de Larochefoucault.<br />

Como es triple el número, los Burdeleses incapaces de resistir, vuelven grupas,<br />

y vencedores y vencidos, perseguidores y fugitivos, semejantes a una nube<br />

arrebatada por el viento, desaparecen en la noche.<br />

Cauviñac queda solo con los criados, y Fineta sosteniendo a Nanón, que<br />

está privada de sentido.<br />

Felizmente, se hallaban tan sólo a unos cien pasos de la aldea de<br />

Carbonblanc. Cauviñac llevó a Nanón en sus brazos hasta la primera casa del<br />

pueblo. Allí, después de haber dado orden de traer el carruaje, colocó a su<br />

hermana en una cama; y sacando de su bolsillo una cosa que a Fineta no le fue<br />

posible distinguir, la introdujo en la crispada mano de la desgraciada señora.<br />

Al día siguiente, al salir Nanón de lo que creía que había sido un ensueño<br />

horroroso, se llevó la mano a la cara, y un objeto sedoso y perfumado acarició<br />

sus labios. Era un bucle de cabellos de Canolles, que Cauviñac había<br />

conquistado heroicamente con peligro de su vida, entre los tigres Burdeleses.<br />

XLIX<br />

La despedida del siglo<br />

En el espacio de ocho días con sus noches, la vizcondesa de Cambes<br />

estuvo yerta y delirando sobre la cama, adonde se le había conducido<br />

desmayada después de haber recibido la fatal noticia.<br />

Sus camareras velaban en torno suyo, y Pompeyo guardaba la puerta. Tan<br />

sólo este antiguo criado, arrodillado ante el lecho de su desgraciada señora,<br />

podía despertar en ella un destello de razón.<br />

Numerosas eran las visitas que se acercaban a su puerta; pero el fiel<br />

escudero, inflexible en su consigna como un soldado veterano, defendía<br />

vigorosamente la entrada, tanto por la convicción que tenía de que toda visita<br />

sería importuna a su señora, cuanto por la orden del médico, que temía<br />

sufriese la vizcondesa de Cambes alguna fuerte emoción.<br />

Todas las mañanas se presentaba Lenet a la puerta de Clara, pero no era<br />

mejor recibido que los otros. La princesa misma se presentó a su vez con un<br />

gran séquito un día que acababa de visitar a la madre del pobre Richón, que<br />

habitaba en un arrabal de la ciudad. El fin de la princesa, aparte del interés que<br />

le inspiraba la señora de Cambes, era el de blasonar de una imparcialidad

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