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Estados Unidos, le pedí que me enviara energía. Lo mismo hice con
Marcio. En total éramos trece personas sentadas en el piso, en círculo,
con dos claveles, uno rojo y otro blanco, entre una y otra. En
medio colocamos los apuntes, las transcripciones y las fotografías
de la portada. Liora me pidió que a cada quien le dijera en voz alta
la razón por la que quería que estuvieran conmigo y todo lo que sentía.
Así lo hice. A mi hermana le dije que ojalá encuentre su magia
interna y se dé cuenta de que dentro de ella existe un mago. A Al
le agradecí darme ánimos y fortalecerme cada vez que flaqueo. A
Fredelle le dije que es mi equilibrio, mi luz, alguien que siempre me
recuerda que se puede hacer todo en la vida: trabajar y estar con
la familia. A Daniela le agradecí compartir conmigo muy de cerca
los últimos años; también agradecí su paciencia por el tiempo en
que me ausentaba de casa para tomar o dar cursos y para escribir
este libro. A Sharon le di las gracias por hacer tan feliz a mi hijo. A
Olga le reconocí su compromiso en el trabajo y su capacidad de entender
y compartir todo lo que me ha sucedido. A cada una de mis
magas les hablé de la fuerza que me inculcaron en mí misma con
sus lecturas, del apoyo incondicional que yo siento en ellas, de los
momentos tan intensos que hemos pasado juntas.
Luego, vestida de blanco, entré en la tina. Liora me colocó una
corona de flores. En el fondo del agua había piedras de río y cuarzos.
Los pétalos de las flores tupían la superficie. El olor del baño
era de una fragancia indescriptible. Liora pidió a cada asistente, con
una jícara, echarme agua tibia sobre la cabeza mientras pensaban
o decían en voz alta sus deseos acerca del libro. Escuché frases como:
“Muchas mujeres se sentirán identificadas con tu historia, de
esa manera podrás ayudarlas”, “este libro servirá para apoyar a muchos
en su crecimiento espiritual”, “estos escritos vienen desde lo
más profundo de tu corazón, por esa sinceridad valen la pena”,
“con este libro vas a llegar al alma de muchas personas”.
De pronto sentí un dolor de cabeza insoportable. Liora pidió a
todos que se salieran. Yo trataba de abrir los ojos pero el dolor me
lo impedía. Al fin, después de varios intentos, los abrí. Lo único que
pude ver fue una luz blanca muy intensa que rodeaba el cuerpo
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