no se vale - Realizate.com

individual lleva a la conciencia colectiva. Si siembro la semilla en
una persona, ésta crecerá y se reproducirá porque el crecimiento
espiritual es contagioso. Y desde un principio yo elegí pisar firme,
abrir brecha, dejar huella, tejer redes de personas en torno a una
misma meta, formar cadenas de amor, ayudar a elevar la conciencia,
vibrar en una sintonía más alta y atraer a mi vida a los seres
que quieran unirse a este círculo energético.
Yo había logrado integrar los siete dominios de mi existencia:
mi vida intelectual, afectiva, económica, profesional, salud física, expresión
y vida espiritual. Aprendí a construir un gran tesoro con los
pequeños tesoros del Libro de la Vida. Entendí que cada palabra,
cada imagen y cada sonido quedarían grabados en mi inconsciente
para siempre. Y comencé a actuar con un absoluto compromiso. Mi
vida cambiaba apresuradamente y todo aquello que algún día me
pareció imposible, estaba sucediendo. Mientras más certeza ponía
en mi sueño, mayor era el poder de atracción: yo lanzaba energía
positiva y, como un imán, recibía de vuelta energía positiva.
Vencí el miedo de salir de mi “cuadrito de confort”, ese que proporciona
seguridad pero impide el crecimiento. “La mayor parte de
los males que le suceden al ser humano -pensé- tienen su origen
en el miedo”. Porque el miedo es como un insecto que nos carcome,
nos empequeñece, nos devora. Y si algo es capaz de producir
miedo es el cambio. Pensar en cambiar nuestra vida nos enfrenta
al vacío. Pero ya había dado el paso y lo que había encontrado era
cada día más maravilloso. ¿Sería convincente a la hora de explicarlo
a los demás?, ¿al momento de enfrentarlos con sus propios miedos?
“Debo comenzar con algo que sea una gran confrontación, con
algo que nadie se imagine, que sorprenda a quienes tomen mi curso”.
Así que, durante la primera sesión, a manera de preámbulo repetí
lo que había dicho a mis primeras dos alumnas: “Soy Aladino, pídeme
un deseo”. Se quedaron pasmados. Tuve que repetir el ofrecimiento:
“Si yo fuera Aladino, ¿qué me pedirías?” Todos tardaron
más de un minuto en responder. Comprobé que no estamos acostumbrados
a pedir, no estamos educados para desear. “Bueno… no
sé…”, una risa nerviosa, una mirada incrédula.
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