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La segunda firma del divorcio fue en diciembre de 1998. A
comparación de la primera, resultó un simple trámite. Sin
embargo diciembre era un mes difícil; hasta entonces siempre
había pasado las fiestas de fin de año acompañada de mis hijos,
mi marido, mi mamá y mis hermanos. “¿Cómo me sentiré?”, era
la gran duda. Alfi y yo hablamos con nuestros hijos y les dijimos
que me iba a cambiar de casa. Decidimos que Pili -como le dicen
los niños de cariño a Pilar Morales, la nana de toda la vida- se quedaría
en la casa. Sólo Silvia de la Cruz -la estupenda cocinera
que también es maga- me acompañó en esta nueva aventura.
-Pilar, ¿te acuerdas que hace un año, cuando estábamos en
Cancún, te dije que quería divorciarme?
-Sí, señora, y yo le respondí que si creía que eso era lo mejor
para usted, lo hiciera.
-Ahora vamos a separarnos pero tú nos visitarás cuando
quieras.
-Claro que sí. Váyase sin pendiente que yo me quedo aquí con
Al para cuidarlo. Y cuando la visite, voy a prepararle junto
con Silvia el pollo almendrado que tanto le gusta.
En las vacaciones de diciembre mis hijos se fueron con su papá
a Canadá y después de año nuevo me alcanzaron en Acapulco.
Durante las fiestas navideñas, todos en mi familia trataron de que
yo la pasara lo mejor posible. Nunca me sentí sola. Al volver me dediqué
a remodelar el departamento, a comprar algunos muebles y
a decorarlo. Empecé a guardar las pocas cosas que llevé a mi nuevo
hogar. En febrero del 99 me cambié de casa.
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