no se vale - Realizate.com

monía, abundancia, salud, amor, éxito en los negocios y para evitar
o rechazar el mal de ojo.
Me acosté a dormir ya tarde. Pensé en Tere, cuando me contó
que la primera noche que durmió sola se puso a brincar en la cama
de felicidad. Yo no me sentía feliz, sólo estaba tranquila. “Matrimonios
felices como los de antes ya no hay”, pensé. Porque yo sí
conocía matrimonios felices, por supuesto que sí: antes que ninguno,
los de mis abuelos y el de mis padres. “Qué extraño -reflexioné-,
mi familia no responde al patrón de matrimonios ‘arreglados’,
el amor ha sido siempre la razón de la unión”.
Los judíos, siempre lo he dicho, somos accidentes geográficos.
Mis abuelos y miles de paisanos más, emigraron hacia América, la
tierra del futuro, y se quedaron en el camino. Por eso tengo primos
descendientes de rusos en Costa Rica, primos descendientes de
árabes en Estados Unidos y amigos judíos en Japón, África, Australia.
Mucha gente confunde la nacionalidad con la religión y constantemente
me preguntan cosas como “¿los judíos celebran el año
nuevo?”, “¿los judíos comen lo mismo que nosotros?”, como sucedió
con mi amigo Joaquín, que un primero de enero me llamó por
teléfono y me preguntó:
-¿Te puedo felicitar?
-¿Por qué la pregunta?
-No sé si los judíos se felicitan en año nuevo.
-Igual que todo el mundo, celebramos el año nuevo la noche
del 31 de diciembre.
-Pero también tienen otro año nuevo, ¿no? El Rosh Hashaná.
-La religión es una cosa y la nacionalidad, otra. Ésa es una
fiesta religiosa como tantas que tienen los católicos, pero no
quiere decir que vivamos en el año cinco mil y tantos.
Le expliqué que los judíos de México somos tan mexicanos
como él; que comemos tortillas, chiles y frijoles como cualquier mexicano,
como lo hacen mis primos los ticos, que comen arroz con
frijol negro y plátano frito; o los de Estados Unidos, que comen
hamburguesas.
-Por supuesto, tenemos costumbres propias del país del que
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