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En junio del 2000 mi hija Fredelle y Musa <strong>se</strong> casaron. Justo<br />
un año antes habíamos celebrado su <strong>com</strong>promiso, fiesta<br />
que para mí fue un gran reto: <strong>com</strong>partir con mi ex marido<br />
un hecho tan trascendente. “¿Habré madurado lo suficiente <strong>com</strong>o<br />
para convivir con él en u<strong>no</strong> de los eventos más importantes para<br />
nuestra hija? ¿Estaremos preparados para vivir esta experiencia con<br />
toda la plenitud y la alegría que el acontecimiento merece?” Estas<br />
fueron algunas de las preguntas que me hice <strong>se</strong>manas antes de la<br />
boda.<br />
Trabajé para afrontar con entereza e<strong>se</strong> momento: en mis meditaciones<br />
pedía la fuerza suficiente, la concentración y la atención<br />
necesarias, la apertura mental que todo encuentro forzoso requiere.<br />
Lo único que de<strong>se</strong>aba era que mi hija viviera intensamente el inicio<br />
de una nueva vida, sin ningún roce desagradable en la relación<br />
entre sus padres.<br />
Como era de esperar<strong>se</strong>, todo salió perfectamente. Los <strong>no</strong>vios<br />
estuvieron felices y mi ex marido y yo convivimos sin problema algu<strong>no</strong>.<br />
Pero yo me di cuenta de una cosa: en ho<strong>no</strong>r a la verdad,<br />
<strong>no</strong> me costó ningún esfuerzo saludar con afecto a Alfi y sonreírle<br />
cuando me topaba con él. Tampoco tuve que fingir la alegría de encontrarlo<br />
en la pista de baile mientras un grupo de diez primas tratábamos<br />
de llevar el mismo paso al ritmo de “Usted abusó, de mi<br />
cariño usted abusó”, cada una meneando un par de maracas, o felicitarlo<br />
con sincera emoción por convertir<strong>se</strong> en suegro siendo aún<br />
muy joven. Me di cuenta de que aquel rencor había desaparecido<br />
por <strong>com</strong>pleto. En su lugar, la <strong>com</strong>prensión me ofrecía una manera<br />
diferente de verlo y tratarlo. “No puedo creerlo -pensé-, ¿<strong>se</strong>rá posible<br />
que las heridas hayan cerrado? ¿Habré cambiado tanto?” Yo<br />
misma me desco<strong>no</strong>cía. “Pues sí, todo indica que algo en mí cambió<br />
y que este cambio es para siempre”.<br />
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