31 de diciembre fun fun fun - Le chasseur abstrait
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JUGADA MAESTRA<br />
(Relato Corto)<br />
El estri<strong>de</strong>nte timbre <strong>de</strong> la puerta induce a Sergio a ovillarse en el sofá; las manos crispadas, se<br />
aferran al asiento. Un nuevo timbrazo, más dilatado que el primero, le provoca un terror<br />
incontrolable que intenta eludir replegándose aún más, escondiendo la cabeza entre los brazos.<br />
Quien llama, insiste terco. Con el corazón en la boca, incapaz <strong>de</strong> soportar la incertidumbre, resuelve<br />
enfrentarse a ella. Atisba por la mirilla. El pasillo está a oscuras y, <strong>de</strong> nuevo, flaquea su ánimo y se<br />
arruga amedrentado en un rincón <strong>de</strong>l recibidor.<br />
-Es él- balbucea-. Seguro que es él.<br />
Necesita cerciorarse y se obliga a mirar otra vez. La luz <strong>de</strong> la escalera se encien<strong>de</strong> súbitamente y<br />
Sergio da un respingo; al otro lado <strong>de</strong> la puerta <strong>de</strong>scubre a un tipo barbudo, con chaqueta <strong>de</strong> cuero y<br />
un gorro <strong>de</strong> lana calado hasta las cejas. Mira tercamente hacia abajo, a algo que hay en el suelo o<br />
que lleva en la mano, y tuerce la boca con gesto <strong>de</strong> fastidio.<br />
-Un arma- conjetura cuchicheando Sergio-, tiene una pistola, un cuchillo… En el momento que<br />
abra intentará abalanzarse sobre mí para liquidarme.<br />
El extraño <strong>de</strong>saparece <strong>de</strong> su campo <strong>de</strong> visión y el corredor se queda lúgubre, silencioso y solitario.<br />
Es listo, piensa Sergio, preten<strong>de</strong> que crea que se ha marchado. Pero no va a engañarme, estoy<br />
sobre aviso. Tendrá que hacerlo mejor si quiere pillarme.<br />
Se frota las manos, congratulado por lo bien que ha manejado la situación, y es al separase cuando<br />
se percata <strong>de</strong>l sobre que el <strong>de</strong>sconocido ha <strong>de</strong>bido meter por <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> la puerta, y espera ser<br />
recogido <strong>de</strong>l suelo. Pone su nombre y dirección. Sin sello. Se carcajea <strong>de</strong> su propio miedo; el tipejo<br />
sólo era un mensajero, nada más, concluye alborozado y <strong>de</strong>ci<strong>de</strong> ignorarlo.<br />
Pero… ¿qué dirá el mensaje? Se pregunta intranquilo mirándolo con aprensión, aunque sin<br />
animarse a leerlo.<br />
Intenta distraerse con la televisión y, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el sillón, sus ojos vuelven una y otra vez a posarse en<br />
el sobre blanco, en las letras negras alineadas cual reguero <strong>de</strong> hormigas agoreras, letales. Tiembla al<br />
pensar que pueda tratarse <strong>de</strong> otro paso más <strong>de</strong>l malévolo juego.<br />
“Recuerda que eres la víctima”, certificaba el primero que recibió por correo electrónico.<br />
-¿Por qué yo?- tecleó entonces, pulsó a enviar y esperó en ascuas la respuesta, que no tardó en<br />
llegar:<br />
-Así es el juego. Te ha tocado. Elegiste libremente…<br />
Y bien que le pesa, se recrimina por enésima vez.<br />
Entró en aquella maldita página por azar, trasteando en el or<strong>de</strong>nador una noche <strong>de</strong> insomnio.<br />
Sufría muchas <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que cortó con Ángela; le <strong>de</strong>jó, sería más correcto, harta <strong>de</strong> soportar sus celos<br />
injustificados y las <strong>de</strong>presiones posteriores al reconocer que no tenía motivos, que la causa era su<br />
carácter posesivo y manipulador, su inseguridad. Juraba que sería la última bronca, que se<br />
enmendaría, pero reincidía. Verda<strong>de</strong>ramente la tenía <strong>de</strong>sesperada; los días cordiales no eran<br />
suficientes para compensarla <strong>de</strong> los arrebatos iracundos que, sin venir a cuento, le asaltaban. Ella<br />
no pudo más con la in<strong>de</strong>fendible situación y puso tierra <strong>de</strong> por medio. Terminaron mal, muy mal.<br />
Cuando Ángela le abandonó el<br />
mundo se le vino encima; <strong>de</strong> nada<br />
sirvieron las llamadas, los regalos,<br />
sus ruegos… Resignado, llenó su<br />
vida con el trabajo, la televisión y<br />
el or<strong>de</strong>nador. Se involucró,<br />
atolondradamente, en aquel juego<br />
que prometía emociones, acción al<br />
límite, y él estaba necesitado <strong>de</strong><br />
ambas para paliar su soledad y<br />
<strong>de</strong>sidia.