31 de diciembre fun fun fun - Le chasseur abstrait
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aullidos histéricos, las luces <strong>de</strong> los encen<strong>de</strong>dores, los aplausos rabiosos. Se sintió tan <strong>de</strong>scorazonado<br />
que repitió, según su plan, varias veces el acor<strong>de</strong>, pero <strong>de</strong>sganadamente. Al fin, ante otro gesto<br />
imperceptible a sus músicos, bruscamente cambiaron <strong>de</strong> acor<strong>de</strong>, <strong>de</strong> ritmo y <strong>de</strong> canción, otra canción<br />
inédita. El griterío, los aullidos, se calmaron. Los encen<strong>de</strong>dores se apagaron. Ahora lo que podía<br />
palpar en el aire era el <strong>de</strong>sconcierto <strong>de</strong>l monstruo: la comida, el banquete, el festín anunciado por la<br />
campana, por el acor<strong>de</strong>, se había esfumado.<br />
Satisfecho y entristecido, pero inquieto, <strong>de</strong>sgranó en total tres nuevas canciones, una <strong>de</strong> las cuales<br />
duraba casi diez minutos e incluía sofisticados arreglos instrumentales. Fue en esta canción que se<br />
<strong>de</strong>jaron oír los primeros silbidos.<br />
Miró ahora a sus músicos y rasgó nuevamente el acor<strong>de</strong> mágico. Entonces el rito se repitió: los<br />
gritos, los aullidos, los encen<strong>de</strong>dores. Incluso ahora voló alguna lencería femenina. Un poco <strong>de</strong><br />
feromonas nunca viene mal para <strong>de</strong>spertar los instintos. Pero volvió sobre sus pasos, rasgó <strong>de</strong> la<br />
guitarra con rabia y cambió <strong>de</strong> acor<strong>de</strong>, <strong>de</strong> ritmo, e incluso <strong>de</strong> repertorio, porque ahora anunció que<br />
interpretarían versiones <strong>de</strong> temas ajenos. Pero, claro, según el plan, nada conocido. Ninguna que<br />
sepamos todos. Ignotas, aunque bellas, canciones <strong>de</strong> aún más ignotos músicos <strong>de</strong> quién sabe dón<strong>de</strong>.<br />
La impaciencia no tardó en brotar. Los chiflidos aumentaron, unos cuantos encen<strong>de</strong>dores aterrizaron<br />
sobre el escenario. Una botella <strong>de</strong> whisky, vacía, también. Volvieron los aullidos pero no ya <strong>de</strong><br />
placer sino <strong>de</strong> rabia, <strong>de</strong> frustración. Pudo ver con alarma que los efectivos <strong>de</strong> la policía encargados<br />
<strong>de</strong> contener a las hordas a duras penas podían lograr su cometido. Hasta sus músicos comenzaron a<br />
preocuparse. El baterista y el bajista, cercanos entre sí en el escenario por su <strong>fun</strong>ción rítmica,<br />
murmuraban si no sería mejor tocar lo que quería el público. “Si, total, no cuesta nada darles con el<br />
gusto y es más fácil para nosotros”. Mientras, el guitarrista lí<strong>de</strong>r, en la otra punta <strong>de</strong>l proscenio,<br />
empujaba con el pie a uno que había sorteado el cerco policial y había logrado subir. El tecladista, al<br />
fondo, intentó por su cuenta iniciar una canción conocida pero él lo fulminó con la mirada. Nada ni<br />
nadie iba a violentar su criterio artístico. Al fin y al cabo, era el autor <strong>de</strong> todas, pero todas las<br />
canciones. “Si no les interesa lo nuevo que vengo a ofrecerles, entonces uno <strong>de</strong> los dos está <strong>de</strong><br />
más”, pensó para sí. Es <strong>de</strong>cir, era él o la bestia. Una cuestión <strong>de</strong> vida o muerte.<br />
Al fin, muertos <strong>de</strong> miedo, iniciaron otra canción inédita. Ya había pasado más <strong>de</strong> una hora <strong>de</strong><br />
concierto. Los gritos inundaron el lugar, hubo aullidos<br />
espantosos y las botellas <strong>de</strong> whisky vacías habían<br />
reemplazado <strong>de</strong>finitivamente a los encen<strong>de</strong>dores. Por<br />
tercera vez se había anunciado la comida, el banquete,<br />
el festín y, por tercera vez también, se había<br />
escabullido. La paciencia <strong>de</strong>l monstruo se había<br />
acabado. Los policías estaban siendo masacrados sin<br />
piedad y un olor nauseabundo comenzó a pudrir el<br />
aire. El guitarrista lí<strong>de</strong>r ahora repartía guitarrazos a<br />
diestra y siniestra para no entregar el lado débil <strong>de</strong>l<br />
escenario. La bestia estaba <strong>de</strong>satada.<br />
Su libertad artística estaba siendo sido<br />
irrevocablemente ultrajada, pero la visión <strong>de</strong>l horror<br />
casi instintivamente lo llevó a rasguear una vez más el<br />
acor<strong>de</strong> bendito, ese que la bestia reconocía y que la<br />
calmaba. Hubo un silencio ahora. Al primer acor<strong>de</strong> le<br />
siguió el segundo, luego el tercero. El milagro iba<br />
tomando forma. Algunos encen<strong>de</strong>dores volvieron a<br />
pren<strong>de</strong>rse. El guitarrista lí<strong>de</strong>r pudo <strong>de</strong>jar las<br />
escaramuzas y <strong>de</strong>dicarse a tocar. A pesar <strong>de</strong> algunos<br />
estertores aislados, el monstruo parecía estar<br />
aplacándose. El olor nauseabundo <strong>de</strong>sapareció y en su<br />
lugar arreció la lencería, en todas sus variantes. Había