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Marion Zimmer Bradley <strong>Las</strong> <strong>Nieblas</strong> <strong>de</strong> <strong>Avalón</strong><br />
Libro IV El Prisionero en el Roble<br />
—No contaba con vuestra aprobación, Kevin —dijo ella, con voz dura y maliciosa—. Sin duda estáis <strong>de</strong><br />
acuerdo con cualquier uso que él quiera dar a la Regalía Sagrada.<br />
—No le veo nada malo. Todos los dioses son uno, y si nos unimos al servicio <strong>de</strong> ese Uno...<br />
—¡Pero si por eso peleo! —manifestó Morgana—. El Dios <strong>de</strong> ellos tiene que ser el Uno... y el único,<br />
eliminando toda mención <strong>de</strong> la Diosa a la que servimos. Escuchad, Kevin: ¿no veis que esto empequeñece el<br />
mundo? ¿Por qué no pue<strong>de</strong> haber muchos caminos? Que los sajones sigan el suyo; nosotros, el nuestro, y los<br />
cristianos a su Cristo, sin restringir los otros cultos.<br />
Kevin negó con la cabeza.<br />
—No lo sé, querida. Los hombres parecen haber cambiado profundamente su manera <strong>de</strong> mirar el mundo,<br />
como si una verdad tuviera que suprimir a las otras.<br />
—Pero la vida no es tan simple.<br />
—Yo lo sé, vos lo sabéis y, con el tiempo, hasta los curas lo <strong>de</strong>scubrirán.<br />
—Pero ya será <strong>de</strong>masiado tar<strong>de</strong>, si por entonces han eliminado <strong>de</strong>l mundo a las otras verda<strong>de</strong>s.<br />
Kevin suspiró.<br />
—Existe un <strong>de</strong>stino que nadie pue<strong>de</strong> <strong>de</strong>tener, Morgana, y creo que nos enfrentamos a ese día. —Le cogió la<br />
mano; ella nunca lo había oído hablar con tanta suavidad—. No soy vuestro enemigo. Os amo y sólo os<br />
<strong>de</strong>seo el bien. Nadie pue<strong>de</strong> resistirse a las mareas o a los hados. Os aseguro. Morgana, que lo cristianos son<br />
como una marejada que barrerá a todos los hombres como a pajuelas.<br />
—¿Y cuál es la solución?<br />
Kevin inclinó la cabeza, como si quisiera apoyarla en su seno, buscando una Diosa Madre que calmara su<br />
miedo y su <strong>de</strong>sesperación.<br />
—Quizá no haya solución —musitó con voz ahogada— Quizá no hay Dios ni Diosa y estamos riñendo por<br />
palabras necias. No quiero pelear con vos, Morgana <strong>de</strong> <strong>Avalón</strong>, pero tampoco me quedaré cruzado <strong>de</strong> brazos<br />
mientras arrojáis nuevamente a este reino a la guerra y el caos, <strong>de</strong>struyendo la paz que Arturo nos ha dado.<br />
Os digo, Morgana. que he visto cerrarse la oscuridad Tal vez podamos conservar en <strong>Avalón</strong> la sabiduría<br />
secreta, pero ya no podremos exten<strong>de</strong>rla nuevamente a todo el mundo. ¿Creéis que me asusta morir para que<br />
algo <strong>de</strong> <strong>Avalón</strong> pueda sobrevivir entre los hombres?<br />
Lenta, hipnóticamente. Morgana alargó una mano para enjugarle las lágrimas, pero la retiró con súbito<br />
miedo. Su visión se empañó: había tocado una llorosa calavera y tuvo la impresión <strong>de</strong> que su propia mano<br />
era la esquelética mano <strong>de</strong> la Parca. Kevin también lo vio, por un momento la miró fijamente, horrorizado.<br />
Luego aquello <strong>de</strong>sapareció. Morgana se oyó <strong>de</strong>cir con dureza:<br />
—Y así permitiréis que la espada sagrada <strong>de</strong> <strong>Avalón</strong> salga al mundo, para convertirse en la espada vengadora<br />
<strong>de</strong>l Cristo.<br />
—Prefiero que esté en el mundo, don<strong>de</strong> los hombres puedan seguirla, no escondida en <strong>Avalón</strong>. ¿Qué importa<br />
a qué dioses invoquen, mientras la sigan?<br />
—Para impedirlo estoy dispuesta a morir —replicó Morgana, firme—. Tened cuidado. Merlín <strong>de</strong> Britania: el<br />
gran matrimonio os compromete a morir por la salvaguarda <strong>de</strong> los Misterios. ¡Cuidad que no se os exija<br />
cumplir con ese juramento!<br />
Los bellos ojos <strong>de</strong> Kevin se clavaron en los suyos.<br />
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