Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
Marion Zimmer Bradley <strong>Las</strong> <strong>Nieblas</strong> <strong>de</strong> <strong>Avalón</strong><br />
Libro IV El Prisionero en el Roble<br />
El obispo bebió un sorbo. Mientras el color volvía a su cara arrugada, susurró:<br />
—Sin duda algo santo ha sucedido entre nosotros. En verdad se me ha dado <strong>de</strong> comer a la Mesa <strong>de</strong>l Señor,<br />
con el mismo cáliz <strong>de</strong>l que bebió aquella última noche, antes <strong>de</strong> ir a la Pasión.<br />
Ginebra empezaba a compren<strong>de</strong>r lo que había sucedido: lo que había llegado aquel día hasta ellos, por<br />
voluntad <strong>de</strong> Dios, era una visión. El obispo susurró:<br />
—¿Visteis, mi reina, el mismo cáliz <strong>de</strong> Cristo...?<br />
Ella observó <strong>de</strong>licadamente.<br />
—Ay, no. querido padre. Tal vez no fui digna <strong>de</strong> eso. Pero creo que vi un ángel, y por un momento pensé<br />
que era la Santa madre <strong>de</strong> Dios quien estaba ante mí...<br />
—Dios ha dado una visión a cada uno <strong>de</strong> nosotros —dijo Patricio—. ¡Cuánto he rezado pidiendo que algo se<br />
presentara ante nosotros, para inspirar a estos hombres el amor <strong>de</strong>l verda<strong>de</strong>ro Cristo!<br />
Ginebra pensó en el antiguo proverbio: «Ten cuidado con lo que pi<strong>de</strong>s en tus oraciones, pues podría serte<br />
concedido.» Sin duda, algo inspiraba a esos hombres, pues se levantaron uno tras otro, jurando <strong>de</strong>dicar un<br />
año y un día a la búsqueda. Y ella pensó: «Todos los <strong>de</strong> la mesa redonda se esparcen ahora a los cuatro<br />
vientos.»<br />
Miró hacia el altar don<strong>de</strong> había estado el cáliz. «No —pensó—, el obispo Patricio y Kevin se equivocaron al<br />
igual que Arturo. No es posible llamar así a Dios, para ponerlo al servicio <strong>de</strong> nuestros fines. Dios sopla sobre<br />
los propósitos humanos como un viento po<strong>de</strong>roso y los hace pedazos.»<br />
Y luego se preguntó: «¿Qué me suce<strong>de</strong>? ¿Por qué critico a Arturo, al mismo obispo, por lo que hicieron?» Y<br />
<strong>de</strong> pronto, con nuevas energías, se dijo: «¡Dios santo, sí! No son dioses: sólo hombres. Sus propósitos no son<br />
santos.» Miró a Arturo, que caminaba ahora entre los súbditos, en el extremo opuesto <strong>de</strong>l salón. Allí abajo<br />
había sucedido algo: una campesina yacía muerta, quizás aniquilada por el gozo <strong>de</strong> la sagrada Presencia.<br />
Regresó con expresión dolorida.<br />
—¿Es preciso que os vayáis, Gawaine, Galahad? ¿Tú también, hijo mío? ¿Bors... Lionel... Todos?<br />
—Mi señor Arturo —pronunció Mordret. Como siempre, vestía el color carmesí que tan bien le sentaba y<br />
que exageraba <strong>de</strong> modo casi caricaturesco su parecido con el joven Lanzarote.<br />
La voz <strong>de</strong>l rey sonó suave.<br />
—¿Qué pasa, querido muchacho?<br />
—Señor: os pido licencia para no participar <strong>de</strong> esta búsqueda. Aunque les sea impuesta a todos vuestros<br />
caballeros, alguien tiene que permanecer a vuestro lado.<br />
Ginebra sintió una ternura <strong>de</strong>sbordante por él. «¡ Ah. éste es el verda<strong>de</strong>ro hijo <strong>de</strong> Arturo y no Galahad, todo<br />
sueños y visiones!» ¿Cómo había podido verlo con antipatía y <strong>de</strong>sconfianza?<br />
—Que Dios te bendiga, Mordret —le dijo, <strong>de</strong> todo corazón.<br />
Y el joven le sonrió. Arturo inclinó la cabeza, diciendo:<br />
—Así sea, hijo mío.<br />
Por primera vez Arturo lo llamaba así ante otras personas; así pudo Ginebra medir su conmoción.<br />
88