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Las Nieblas de Avalón

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Marion Zimmer Bradley <strong>Las</strong> <strong>Nieblas</strong> <strong>de</strong> <strong>Avalón</strong><br />

Libro IV El Prisionero en el Roble<br />

—Es hijo <strong>de</strong> Beltane; el Dios reclama a todos los niños engendrados en los bosques. No olvidéis que fui<br />

discípula <strong>de</strong> la Dama <strong>de</strong>l Lago.<br />

La mujer trató <strong>de</strong> ser cortés.<br />

—¿Allí todavía se mantienen los ritos antiguos?<br />

—Y la Diosa permita que continúen hasta el fin <strong>de</strong>l mundo.<br />

Tal como esperaba, eso acalló a la mujer. Morgana le volvió la espalda para dirigirse a su tía.<br />

—¿Estáis lista, señora? Bajemos al salón. —Y al salir <strong>de</strong>l cuarto <strong>de</strong>jó escapar un largo suspiro <strong>de</strong><br />

exasperación y alivio—. ¡Tontas chismosas! ¿No tienen otra cosa que hacer?<br />

—Probablemente no —respondió Morgause—. Sus muy cristianos padres y maridos se aseguran <strong>de</strong> que no<br />

tengan otra cosa en que ocupar la mente.<br />

<strong>Las</strong> puertas <strong>de</strong>l gran salón estaban cerradas, para que todos entraran al mismo tiempo.<br />

—De año en año, Arturo aumenta la pompa —comento Morgause—. Ahora, gran procesión <strong>de</strong> entrada,<br />

supongo.<br />

—¿Qué esperabais? Ahora que no hay guerras tiene que apelar ala imaginación <strong>de</strong> su pueblo; he oído que fue<br />

un consejo <strong>de</strong> Merlín. —Sonrió <strong>de</strong> verdad, por primera vez en todo e día—. Incluso Arturo sabe que no<br />

pue<strong>de</strong> retener a los suyos solo con una misa y un festín. Si no hay ninguna maravilla a la vista, no dudo que<br />

el rey y Merlín prepararán alguna. ¡Lástima que no pudieran <strong>de</strong>morar el eclipse hasta hoy!<br />

—¿Se vio en Gales? —preguntó Morgause—. Mi gente se asustó. Y las necias <strong>de</strong> Ginebra <strong>de</strong>bieron <strong>de</strong><br />

chillar como si fuera el fin <strong>de</strong>l mundo.<br />

—Ginebra tiene pasión por ro<strong>de</strong>arse <strong>de</strong> necias. Pero ella no lo es, aunque le guste parecerlo. No me explico<br />

cómo las tolera. —Tendríais que ser más paciente —advirtió la tía—. Me extraña que no hayáis aprendido<br />

mejor el oficio <strong>de</strong> reina, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> vivir tanto tiempo junto a Uriens. Una mujer siempre <strong>de</strong>pen<strong>de</strong> <strong>de</strong> la<br />

buena voluntad <strong>de</strong> otras mujeres. ¿No lo aprendisteis en <strong>Avalón</strong>?<br />

—<strong>Las</strong> mujeres <strong>de</strong> <strong>Avalón</strong> no son necias. Pero Morgause la conocía lo suficiente para saber que su enfado<br />

disimulaba la soledad y el sufrimiento. —¿Por qué no volvéis allí, sobrina? Morgana inclinó la cabeza,<br />

sabiendo que ese tono amable podía hacerla romper en llanto.<br />

—Todavía no ha llegado el momento. Se me ha or<strong>de</strong>nado permanecer junto a Uriens.<br />

—¿Y Accolon?<br />

—Oh, bueno, con Accolon. Debí prever que me lo reprocharíais.<br />

—Nadie menos que yo —dijo Morgause—. Pero Uriens no vivirá mucho tiempo.<br />

La voz <strong>de</strong> Morgana fue tan glacial como su cara. —Eso creía yo el día en que nos casaron, hace años. Pue<strong>de</strong><br />

vivir tanto como el mismo Taliesin, que murió con más <strong>de</strong> noventa años.<br />

Arturo y Ginebra avanzaban lentamente hacia la vanguardia <strong>de</strong> la fila; él, resplan<strong>de</strong>ciente con sus vestiduras<br />

blancas; ella, a su lado, exquisita con sus níveas sedas y sus joyas. <strong>Las</strong> gran<strong>de</strong>s puertas se abrieron <strong>de</strong> par en<br />

par y ambos entraron. Luego, Morgana, con su esposo y los hijos <strong>de</strong> éste; Morgause y los suyos, Lanzarote y<br />

su familia y, finalmente, los <strong>de</strong>más caballeros, que fueron ocupando sus puestos ante la mesa redonda.<br />

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