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Marion Zimmer Bradley <strong>Las</strong> <strong>Nieblas</strong> <strong>de</strong> <strong>Avalón</strong><br />
Libro IV El Prisionero en el Roble<br />
Algunos rumores <strong>de</strong>l mundo exterior le llegaban a través <strong>de</strong> las antiguas hermanda<strong>de</strong>s <strong>de</strong> sacerdotes<br />
cristianos que, en aquellos días, llegaban a <strong>Avalón</strong> huyendo <strong>de</strong> la obligada conformidad con ese nuevo<br />
sacerdocio empeñado en borrar cualquier cu que no fuera el propio. Ahora <strong>de</strong>cían que aquel cáliz fue, en<br />
verdad, el que Cristo usó en la última cena, que estaba ahora en cielo y que ya no se volvería a ver en el<br />
mundo. Pero también comentaba que había sido visto en «la otra isla», Ynis Witrin, refulgente en el fondo<br />
<strong>de</strong>l pozo: el mismo pozo que, en <strong>Avalón</strong>, el sagrado espejo <strong>de</strong> la Diosa. Por eso los curas <strong>de</strong> Ynis Witrin<br />
empezaban a llamarlo «el Pozo <strong>de</strong>l Cáliz».<br />
Y cuando los ancianos sacerdotes ya llevaban un tiempo en <strong>Avalón</strong>, Morgana empezó a oír rumores <strong>de</strong> que,<br />
en ocasiones, el Grial aparecía durante un momento sobre su altar. «Será como la Diosa quiera. No lo<br />
profanarán.» Pero ignoraba si estaba en verdad en la vetusta iglesia <strong>de</strong> la hermandad cristiana..., que había<br />
sido construida en el mismo sitio don<strong>de</strong> se alzaba la iglesia en la otra isla. Por eso <strong>de</strong>cían que, cuando las<br />
brumas se atenuaban, la antigua hermandad <strong>de</strong> <strong>Avalón</strong> oía los cánticos <strong>de</strong> los monjes en su iglesia <strong>de</strong> Ynis<br />
Witrin. Morgana recordaba entonces el día en que las nieblas, al atenuarse, habían permitido que Ginebra<br />
pasara a <strong>Avalón</strong>.<br />
En <strong>Avalón</strong>, el tiempo transcurría ahora <strong>de</strong> una manera extraña. Morgana ignoraba si ya había pasado el año y<br />
un día al que se comprometieran los caballeros. A veces pensaba que el mundo exterior <strong>de</strong>bía <strong>de</strong> haber visto<br />
pasar varios años.<br />
Pensaba mucho en las palabras <strong>de</strong> Kevin: «... las brumas se están cerrando sobre <strong>Avalón</strong> ».<br />
Y un día fue convocada a la orilla <strong>de</strong>l lago. No necesitó <strong>de</strong> la vi<strong>de</strong>ncia para saber quién llegaba en la barca.<br />
Lanzarote ya tenía el pelo completamente gris; estaba <strong>de</strong>lgado y <strong>de</strong>macrado. Pero cuando bajó <strong>de</strong> la barca,<br />
siendo sólo una sombra <strong>de</strong> su antigua gracia, Morgana se a<strong>de</strong>lantó para cogerle las manos y no encontró en<br />
su cara rastros <strong>de</strong> locura.<br />
Cuando él la miró a los ojos tuvo la súbita sensación <strong>de</strong> ser la Morgana <strong>de</strong> antaño, cuando el templo estaba<br />
lleno <strong>de</strong> sacerdotisas y druidas, cuando <strong>Avalón</strong> no era una tierra solitaria a la <strong>de</strong>riva entre la niebla, con un<br />
puñado escaso <strong>de</strong> ancianas sacerdotisas, algunos druidas entrados en años y unos cuantos cristianos antiguos,<br />
medio olvidados.<br />
—¿Cómo es posible que el tiempo te afecte tan poco, Morgana? —le preguntó Lanzarote—. Todo parece<br />
cambiado, aun aquí, en <strong>Avalón</strong>. Mira, ¡hasta el círculo <strong>de</strong> piedras está oculto en las brumas!<br />
—Oh, todavía están allí —aseguró Morgana—, aunque ahora algunos nos extraviamos al buscarlas. Tal vez<br />
algún día <strong>de</strong>saparezcan por completo en la niebla, para no ser <strong>de</strong>rribadas jamás por manos humanas ni por<br />
los vientos <strong>de</strong>l tiempo. Ya nadie rin<strong>de</strong> culto allí; las fogatas <strong>de</strong> Beltane han <strong>de</strong>jado <strong>de</strong> encen<strong>de</strong>rse incluso en<br />
<strong>Avalón</strong>, aunque dicen que todavía se celebran los ritos antiguos en Cornualles y en Gales <strong>de</strong>l norte. Los <strong>de</strong>l<br />
pueblo pequeño no los <strong>de</strong>jarán morir mientras sobreviva uno solo <strong>de</strong> ellos. Me sorpren<strong>de</strong> que pudieras llegar<br />
hasta aquí, primo.<br />
Lanzarote sonrió; entonces vio en sus ojos los rastros <strong>de</strong>l dolor y hasta <strong>de</strong> la <strong>de</strong>mencia.<br />
—Caramba, apenas tenía conciencia <strong>de</strong> venir hacia aquí prima. Ahora la memoria me juega una mala pasada.<br />
Estuve loco, Morgana. Deseché la espada; vivía en el bosque, como un animal, y en algún momento, no sé<br />
por cuánto tiempo, estuve confinado en una extraña mazmorra.<br />
—La vi —susurró Morgana—, pero no sabía qué significaba.<br />
—Tampoco yo. Y todavía no lo sé. Recuerdo muy poco <strong>de</strong> aquella época. Creo que es una bendición no<br />
recordar lo que hice. No fue la primera vez; en los años que pasé con Elaine hubo momentos en que apenas<br />
tenía conciencia <strong>de</strong> lo que hacía.<br />
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