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Las Nieblas de Avalón

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Marion Zimmer Bradley <strong>Las</strong> <strong>Nieblas</strong> <strong>de</strong> <strong>Avalón</strong><br />

Libro IV El Prisionero en el Roble<br />

—No puedo, señora. Cada vez se hace más difícil sin una sacerdotisa que pronuncie el conjuro. Y aun así, al<br />

amanecer, al mediodía y al ocaso, cuando las campanas llaman a oración, no hay manera <strong>de</strong> cruzar las<br />

brumas. Ahora no. A estas horas el hechizo ya no abre el camino; pero si esperamos a que las campanas<br />

callen tal vez podamos regresar.<br />

Morgana se preguntó por qué sucedía aquello. Estaba relacionado con el hecho <strong>de</strong> que el mundo fuera como<br />

los hombres creían que era. Año tras año, a lo largo <strong>de</strong> tres o cuatro generaciones, las mentes humanas se<br />

habían encallecido en la creencia <strong>de</strong> que había un solo Dios, un solo mundo, una sola manera <strong>de</strong> <strong>de</strong>scribir la<br />

realidad, <strong>de</strong> que cuanto se opusiera a esa singularidad tema que ser malo, <strong>de</strong>moníaco, y <strong>de</strong> que el sonido <strong>de</strong><br />

sus campanas y la sombra <strong>de</strong> sus iglesias mantendría lejos ese mar. Y cuanto más gente lo creía, más era así.<br />

Y <strong>Avalón</strong> se reducía a un sueño a la <strong>de</strong>riva en otro mundo, casi inaccesible.<br />

Oh, sí, aún podía convocar las brumas... pero no bajo esa sombra, con el tañido <strong>de</strong> las campanas. Estaban<br />

atrapados en la orilla <strong>de</strong>l lago. Y entonces vio que <strong>de</strong> la isla <strong>de</strong> los Sacerdotes partía una barca en su busca.<br />

Arturo había <strong>de</strong>scubierto la falta <strong>de</strong> su vaina. Ahora la perseguirían.<br />

Bien, que la siguieran. Había otros modos <strong>de</strong> entrar en <strong>Avalón</strong> pese a la sombra <strong>de</strong> la iglesia. Montó<br />

rápidamente para cabalgar por la orilla <strong>de</strong>l lago, <strong>de</strong>scribiendo un círculo; así llegaría a un lugar por don<strong>de</strong> se<br />

podían cruzar las brumas, al menos en verano, por <strong>de</strong>trás <strong>de</strong>l Tozal.<br />

Sabía que los hombrecillos morenos corrían <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> su caballo; eran capaces <strong>de</strong> hacerlo durante medio día,<br />

en caso necesario. Pero ya se oía el golpeteo <strong>de</strong> los cascos. Arturo llegaba pisándole los talones con<br />

caballeros armados. Clavó los talones a su caballo, pero era un palafrén, no apto para la carrera.<br />

Bajó <strong>de</strong> la silla, con la vaina en la mano.<br />

—Dispersaos —susurró a los hombres.<br />

Uno por uno parecieron fundirse con los árboles y las nieblas; nadie les vería si ellos no querían ser hallados.<br />

Morgana aferró la vaina y echó a correr por la orilla <strong>de</strong>l lago. En la mente oía la voz <strong>de</strong> Arturo, percibía su<br />

cólera.<br />

Él tenía Escalibur: su mente la percibía como un gran fulgor la prenda sagrada <strong>de</strong> Avalen. Pero jamás<br />

recuperaría la vaina. La cogió con ambas manos para hacerla girar sobre su cabeza y la arrojó con todas sus<br />

fuerzas lago a<strong>de</strong>ntro: allí la vio hundirse en las aguas profundas, insondables. Ninguna mano humana podría<br />

recobrarla; allí quedaría hasta que se pudriera el material, hasta que el último <strong>de</strong> los hechizos bordados en<br />

ella <strong>de</strong>sapareciera.<br />

Arturo la perseguía a caballo, <strong>de</strong>snuda la Escalibur en la mano... Pero ella y su escolta habían <strong>de</strong>saparecido.<br />

Morgana se recogió en silencio, fundiéndose con las sombras y los árboles; mientras permaneciera inmóvil,<br />

cubierta por el silencio <strong>de</strong> la sacerdotisa, ningún mortal podría ver siquiera su sombra.<br />

Arturo gritó su nombre.<br />

—¡Morgana! ¡Morgana!<br />

La llamó por tercera vez, pero hasta las sombras permanecieron quietas. Por fin se cansó <strong>de</strong> andar en<br />

círculos, confundido, y llamó a su escolta. Lo encontraron tambaleándose en la montura, con los vendajes<br />

empapándose lentamente <strong>de</strong> sangre, y se lo llevaron por don<strong>de</strong> habían llegado.<br />

Entonces Morgana levantó la mano y una vez más regresaron al mundo los sonidos normales <strong>de</strong>l viento, las<br />

aves y los árboles.<br />

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