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Las Nieblas de Avalón

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Marion Zimmer Bradley <strong>Las</strong> <strong>Nieblas</strong> <strong>de</strong> <strong>Avalón</strong><br />

Libro IV El Prisionero en el Roble<br />

En el bosque había un lugar don<strong>de</strong> el arroyo se ensanchaba entre las rocas, formando un estanque profundo.<br />

Allí se sentó Morgana, en una piedra plana, con Accolon a su lado. Allí no los vería nadie; sólo la gente<br />

pequeña, que nunca traicionaría a su reina.<br />

—Querido, todos estos años que hemos pasado trabajando juntos... Dime, Accolon, ¿qué supones que<br />

estamos haciendo?<br />

—Me he conformado con saber que tenías un objetivo, señora. Si hubieras buscado sólo un amante... —Le<br />

buscó la mano—. Había otros más a<strong>de</strong>cuados que yo para ese juego. Se me ha ocurrido que no querías<br />

solamente restaurar aquí los ritos antiguos. —Tocó las serpientes enroscadas en sus muñecas—. Ahora<br />

pienso, sin saber por qué, que éstas me atan a esta tierra, para sufrir y quizá para morir, si fuera necesario.<br />

«Lo he usado tan implacablemente como Viviana a mí», pensó Morgana<br />

Accolon continuó:<br />

—Cuando me las tatuaron pensé que tal vez la Diosa me reclamara para ese antiguo sacrificio ya nunca<br />

practicado. Con el correr <strong>de</strong> los años me convencí <strong>de</strong> que era una fantasía juvenil. Pero si tengo que morir...<br />

Su voz se esfumó como las ondas <strong>de</strong>l estanque. Sólo se oía el chirriar <strong>de</strong> un insecto en la hierba. Morgana no<br />

pronunció ni una palabra, aunque percibía el temor <strong>de</strong> Accolon. Tendría que pasar las barreras <strong>de</strong>l miedo sin<br />

ayuda, como todos los que se enfrentaban a la prueba <strong>de</strong>finitiva. Y para afrontarla tenía que estar <strong>de</strong> acuerdo<br />

en hacerlo.<br />

Por fin preguntó:<br />

—¿Se me exige que entregue la vida, señora? Pensé que se requería un sacrificio <strong>de</strong> sangre, cuando Avalloch<br />

cayó presa <strong>de</strong> ella...<br />

Morgana lo vio apretar los dientes y tragar saliva con dificultad. No dijo nada: aunque el corazón le estallaba<br />

<strong>de</strong> piedad lo endureció. Avalloch había sido un sacrificio <strong>de</strong> sangre era cierto, pero su muerte no libraba a su<br />

hermano <strong>de</strong> la obligación <strong>de</strong> enfrentarse a la propia.<br />

Accolon <strong>de</strong>jó escapar el aliento en un suspiro.<br />

—Así sea. No faltaré a mi juramento. Dime la voluntad <strong>de</strong> la Diosa, señora.<br />

Entonces, por fin, Morgana le estrechó la mano.<br />

—No creo que sea morir lo que se te exige, y mucho menos en el altar <strong>de</strong>l sacrificio. Pero es necesaria una<br />

prueba que nunca está muy lejos <strong>de</strong> la muerte. ¿Te tranquilizaría saber que yo también me enfrenté a ella? Y<br />

aquí estoy. Dime: ¿has prestado juramento <strong>de</strong> fi<strong>de</strong>lidad a Arturo?<br />

—No formo parte <strong>de</strong> sus caballeros —respondió Accolon—, aunque he combatido voluntariamente entre sus<br />

hombres.<br />

Morgana se alegró <strong>de</strong> saberlo.<br />

—Escucha, querido: Arturo ha traicionado dos veces a <strong>Avalón</strong>, y sólo <strong>de</strong>s<strong>de</strong> <strong>Avalón</strong> pue<strong>de</strong> un hombre reinar<br />

sobre este país. He tratado, una y otra vez. <strong>de</strong> recordar a Arturo su juramento. Pero se niega a escucharme. Y<br />

en su orgullo retiene la espada <strong>de</strong> la Regalía Sagrada, con la vaina mágica que confeccioné para él.<br />

Vio que Accolon pali<strong>de</strong>cía.<br />

—¿De verdad tienes la intención <strong>de</strong> <strong>de</strong>rrocar a Arturo?<br />

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