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Marion Zimmer Bradley <strong>Las</strong> <strong>Nieblas</strong> <strong>de</strong> <strong>Avalón</strong><br />
Libro IV El Prisionero en el Roble<br />
—No es sorda, sino muda. Creo que entien<strong>de</strong> algo <strong>de</strong> lo que le digo, pero sólo a mí.<br />
—Ahora que lo mencionas, sí, parece lela. —La mujer dio a Cuervo unas palmaditas en la cabeza, como si<br />
fuera un perro—. ¿Siempre fue así? Qué pena, y tú tienes que cuidarla. Eres buena mujer. A veces, la gente<br />
que tiene un hijo así lo ata a un árbol, como si fuera un animal. En cambio tú la traes a la corte. ¡Mira a ese<br />
sacerdote, con sus vestiduras <strong>de</strong> oro! Es el obispo Patricio; dicen que en su país expulsó a todas las<br />
serpientes. ¡Qué te parece! ¿<strong>Las</strong> combatiría a palos?<br />
—Es una manera <strong>de</strong> <strong>de</strong>cir que expulsó a todos los druidas —dijo Morgana—; se les llama serpientes <strong>de</strong><br />
sabiduría.<br />
—¿Qué sabes tú <strong>de</strong> eso? —se burló la otra—. A mí me dijeron que eran serpientes. Y <strong>de</strong> cualquier modo, la<br />
gente sabia como los druidas y los curas nunca pelea: se pone <strong>de</strong> acuerdo.<br />
—Es muy probable —concordó Morgana, para no llamar la atención.<br />
Detrás <strong>de</strong> Patricio había alguien con hábito <strong>de</strong> monje: una figura gibosa, encorvada, que se movía con<br />
dificultad... ¿Qué hacía Kevin en el cortejo <strong>de</strong>l obispo? Su necesidad <strong>de</strong> saber se impuso al miedo <strong>de</strong> hacerse<br />
notar.<br />
—¿Qué van a hacer? Yo pensaba que oían misa en la capilla, por la mañana.<br />
Una <strong>de</strong> las mujeres respondió:<br />
—Dicen que, como en la capilla entran muy pocos, hoy habrá una misa especial para todos, antes <strong>de</strong> comer.<br />
Mirad: los hombres <strong>de</strong>l obispo traen un altar, con mantel blanco y todo. ¡Chist! ¡Escuchad!<br />
Morgana creyó volverse loca <strong>de</strong> ira y <strong>de</strong>sesperación. ¿Irían a profanar la Regalía Sagrada sin remedio,<br />
utilizándola en una Misa cristiana?<br />
—Acercaos todos —dijo el prelado—, pues hoy el or<strong>de</strong>n antiguo ce<strong>de</strong> paso al nuevo. Cristo ha triunfado<br />
sobre los supuestos dioses, que ahora se someterán a su nombre. Pues Cristo dijo a la humanidad: «Yo soy el<br />
Camino, la Verdad y la Vida.» Y también: «Nadie pue<strong>de</strong> llegar al Padre, salvo los que vengan en mi nombre,<br />
pues no hay otro nombre bajo el Cielo con el que podáis ser salvos.» Y en prueba <strong>de</strong> ello, todas las cosas que<br />
antes estaban <strong>de</strong>dicadas a los falsos dioses serán ahora consagradas a Cristo y al servicio <strong>de</strong>l Dios verda<strong>de</strong>ro.<br />
Pero Morgana no oyó más: <strong>de</strong> pronto supo lo que tenía que hacer. Tocó a Cuervo en el brazo, aún allí, en<br />
medio <strong>de</strong>l salón atestado, estaban abiertas la una a la otra. «Quieren usar la Regalía Sagrada <strong>de</strong> la Diosa para<br />
convocar su Presencia que es Una…, pero lo harán en el intransigente nombre <strong>de</strong> ese Cristo que llama<br />
<strong>de</strong>monios a los <strong>de</strong>más dioses. Han profanado el cáliz con vino, en vez <strong>de</strong> llenarlo con agua pura <strong>de</strong>l<br />
manantial.<br />
« El cáliz <strong>de</strong> la Madre es el cal<strong>de</strong>ro <strong>de</strong> Ceridwen. <strong>de</strong>l que todos los hombres se nutren. Habéis convocado a la<br />
Diosa, ¡oh, curas caprichosos!, pero ¿os enfrentaríais a ella si se presentará? ».<br />
Morgana unió las manos en la invocación más ferviente <strong>de</strong> su vida: «Soy tu sacerdotisa, ¡oh, Madre! ¡Úsame<br />
según tu voluntad, te lo imploro!»<br />
Experimentó el ímpetu <strong>de</strong>scendiente <strong>de</strong>l po<strong>de</strong>r; sintió que se hacía más y más alta, como si esa potencia<br />
corriera por su cuerpo y su alma, colmándola. Ya no percibía las manos <strong>de</strong> Cuervo, que la sostenían en alto,<br />
llenándola como al cáliz con el vino sagrado <strong>de</strong> la Santa Presencia.<br />
:<br />
Avanzó. Patricio, atónito, retrocedió ante ella. No sentía ningún temor, aun sabiendo que tocar sin<br />
preparación la Regalía Sagrada significaba la muerte. En un remoto rincón <strong>de</strong> la conciencia, se preguntó<br />
cómo habría hecho Kevin para preparar al obispo. ¿Acaso había revelado también ese secreto? Entonces tuvo<br />
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