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Los ojos milagrosos de la vida<br />

E<br />

n el pueblo joven San Pablo de la Luz, con más de cinco mil habitantes, hay unas pequeñas<br />

vertientes naturales de agua cristalina, pura y fresca, que los vivientes más veteranos<br />

las llaman “los ojos milagrosos de la vida”.<br />

La gente madruga diariamente con sus cántaros, baldes, ollas y otros envases, formando<br />

inmensas colas, para recoger del chorro más grande del agua que mana, cada vez más escasa,<br />

de las entrañas de la tierra y que nos permite atender nuestras necesidades de alimentación y<br />

aseo para sobrevivir.<br />

Así lo hacen desde hace muchos años, porque no hay eso que se llama agua potable. Una<br />

carencia vital que sufre la mayoría de habitantes de los asentamientos humanos y barrios de<br />

mi ciudad, Iquitos.<br />

Yo también cuando vivía allí, junto con mi madrecita y mi ñañita, la huinshita, madrugábamos<br />

para hacer cola, interrumpiendo la mejor hora que teníamos para dormir y estudiar.<br />

A esa hora, aproximadamente tres de la mañana, se reunía gente de todas las edades y sexo;<br />

algunos se pasaban gran parte del día tratando de llenar su baldecito. En la cola se escuchaban<br />

griteríos, insultos y se armaban broncas; muchas veces, nos quedábamos sin recoger nada, ni<br />

siquiera para tomar y asearnos. Suciachos, mal alimentados y con sed de agua y vida teníamos<br />

que ir, de lunes a viernes, a la escuela. Hoy, ese ojo milagroso chorrea menos, parece que se<br />

está secando.<br />

Los viejos del pueblo también se van a recoger agua: reniegan y maldicen su suerte, porque<br />

dicen que van a morir sin haber probado, hasta ahora, agua potable de grifo. Uno de<br />

ellos, don Pashquito Tanchiva (el viejito joven, como le llaman), una de esas frías madrugadas,<br />

nos contó lo siguiente:<br />

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