Camilo José Cela - La familia de Pascual Duarte - Letra Hispanica
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hablar <strong>de</strong> muy tierna con tal facilidad y tal soltura que a todos nos tenía como<br />
embobados con sus gracias.<br />
Pasó ese tiempo en que los chiquillos están siempre igual. Rosario creció, llegó a ser<br />
casi una mocita, y en cuanto reparamos en ella dimos a observar que era más avisada<br />
que un lagarto, y como en mi <strong>familia</strong> nunca nos diera a nadie por hacer uso <strong>de</strong> los<br />
sesos para el objeto con que nos fueron dados, pronto la niña se hizo la reina <strong>de</strong> la<br />
casa y nos hacía andar a todos más <strong>de</strong>rechos que varas. Si el bien hubiera sido su<br />
natural instinto, gran<strong>de</strong>s cosas hubiera podido hacer, pero como Dios se conoce que no<br />
quiso que ninguno <strong>de</strong> nosotros nos distinguiésemos por las buenas inclinaciones,<br />
encarriló su discurrir hacia otros menesteres y pronto nos fue dado el conocer que si<br />
bien no era tonta, más hubiera valido que lo fuese; servía para todo y para nada<br />
bueno: robaba con igual gracia y donaire que una gitana vieja, se aficionó a la bebida<br />
<strong>de</strong> bien joven, servía <strong>de</strong> alcahueta para los <strong>de</strong>vaneos <strong>de</strong> la vieja, y como nadie se<br />
ocupó <strong>de</strong> en<strong>de</strong>rezarla -y <strong>de</strong> aplicar al bien tan claro discurrir- fue <strong>de</strong> mal en peor hasta<br />
que un día, teniendo la muchacha catorce años, arrambló con lo poco <strong>de</strong> valor que en<br />
nuestra choza había, y se marchó a Trujillo, a casa <strong>de</strong> la Elvira. El efecto que su<br />
marcha produjo en mi casa ya se pue<strong>de</strong> figurar usted cuál fue; mi padre culpaba a mi<br />
madre, mi madre culpaba a mi padre... En lo que más se notó la falta <strong>de</strong> Rosario fue<br />
en las escandaleras <strong>de</strong> mi padre, porque si antes, cuando ella estaba, procuraba<br />
armarlas fuera <strong>de</strong> su presencia, ahora, al faltar, y al no estar ella nunca <strong>de</strong>lante,<br />
cualquiera hora y lugar le parecía bueno para organizarlas. Es curioso pensar que mi<br />
padre, que a bruto y cabezón ganaban muy pocos, era a ella la única persona que<br />
escuchaba; bastaba una mirada <strong>de</strong> Rosario para calmar sus iras, y en más <strong>de</strong> una<br />
ocasión buenos golpes se ahorraron con su sola presencia. ¡Quién iba a suponer que a<br />
aquel hombrón lo había <strong>de</strong> dominar una tierna criatura!<br />
En Trujillo tiró hasta cinco meses, pasados los cuales unas fiebres la <strong>de</strong>volvieron,<br />
medio muerta, a casa, don<strong>de</strong> estuvo encamada cerca <strong>de</strong> un año porque las fiebres,<br />
que eran <strong>de</strong> or<strong>de</strong>n maligna, la tuvieron tan cerca <strong>de</strong>l sepulcro que por oficio <strong>de</strong> mi<br />
padre -que borracho y pen<strong>de</strong>nciero sí seria, pero cristiano viejo y <strong>de</strong> la mejor ley<br />
también lo era- llegó a estar sacramentada y preparada por si había <strong>de</strong> hacer el último<br />
viaje. <strong>La</strong> enfermedad tuvo, como todas, sus alternativas, y a los días en que parecía<br />
como revivir sucedían las noches en que todos estábamos en que se nos quedaba; el<br />
humor <strong>de</strong> mis padres era como sombrío, y <strong>de</strong> aquel triste tiempo sólo guardo como<br />
recuerdo <strong>de</strong> paz el <strong>de</strong> los meses que pasaron sin que sonaran golpes entre aquellas<br />
pare<strong>de</strong>s, ¡tan apurado andaba el par <strong>de</strong> viejos!... <strong>La</strong>s vecinas echaban todas su cuarto<br />
a espadas por recetarla yerbas, pero como la que mayor fe nos daba era la señora<br />
Engracia, a ella hubimos <strong>de</strong> recurrir y a sus consejos, por ver <strong>de</strong> sanarla; complicada<br />
fue, bien lo sabe Dios, la curación que la mandó, pero como se le hizo poniendo todos<br />
los cinco sentidos bien <strong>de</strong>bió <strong>de</strong> probarla, porque aunque <strong>de</strong>spacio, se la veta que le<br />
volvía la salud. Como ya dice el refrán, yerba mala nunca muere, y sin que yo quiera<br />
<strong>de</strong>cir con esto que Rosario fuera mala (si bien tampoco pondría una mano en el fuego<br />
por sostener que fuera buena), lo cierto es que <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> tomados los cocimientos<br />
que la señora Engracia dijera, sólo hubo que esperar a que pasase el tiempo para que<br />
recobrase la salud, y con ella su prestancia y lozanía.<br />
No bien se puso buena, y cuando la alegría volvía otra vez a casa <strong>de</strong> mis padres,<br />
que en lo único que estaban acor<strong>de</strong>s era en su preocupación por la hija, volvió a hacer<br />
el pirata la muy zorra, a llenarse la talega con, los ahorros <strong>de</strong>l pobre y sin más<br />
reverencias, y como a la francesa, volvió a levantar el vuelo y a marcharse, esta vez<br />
camino <strong>de</strong> Almendralejo, don<strong>de</strong> paró en casa <strong>de</strong> Nieves la Madrileña; cierto es, o por<br />
tal lo tengo, que aun al más ruin alguna fibra <strong>de</strong> bueno siempre le queda, porque<br />
Rosario no nos echó <strong>de</strong>l todo en el olvido y alguna vez -por nuestro santo o por las<br />
navida<strong>de</strong>s- nos tiraba con algún chaleco, que aunque nos venía justo y recibido como<br />
faja por vientre satisfecho, su mérito tenía porque ella, aunque con más relumbrón por