Camilo José Cela - La familia de Pascual Duarte - Letra Hispanica
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<strong>de</strong> martirio, y callárselas a los <strong>de</strong>más. A la gente no se le pue<strong>de</strong> <strong>de</strong>cir todo lo que nos<br />
pasa, porque en la mayoría <strong>de</strong> los casos no nos sabrían ni enten<strong>de</strong>r.<br />
<strong>La</strong> Rosa se vino conmigo.<br />
-No quiero estar aquí ni un solo día más; estoy cansada.<br />
Y volvió para casa, tímida y corno sobrecogida, humil<strong>de</strong> y trabajadora como jamás<br />
la había visto; me cuidaba con un regalo que nunca llegué -y, ¡ay!, lo que es peor-,<br />
nunca llegaré a agra<strong>de</strong>cérselo bastante. Me tenía siempre preparada una camisa<br />
limpia, me administraba los cuartos con la mejor <strong>de</strong> las haciendas, me guardaba la<br />
comida caliente si es que me retrasaba... ¡Daba gusto vivir así! Los días pasaban<br />
suaves como plumas; las noches tranquilas como en un convento, y los pensamientos<br />
funestos --que en otro tiempo tanto me persiguieran- parecían como querer remitir.<br />
¡Qué lejanos me parecían los días azarosos <strong>de</strong> <strong>La</strong> Coruña! ¡Qué perdido en el recuerdo<br />
se me aparecía a veces el tiempo <strong>de</strong> las puñaladas! <strong>La</strong> memoria <strong>de</strong> Lola, que tan<br />
profunda brecha <strong>de</strong>jara en ¡ni corazón, se iba cerrando y los tiempos pasados iban<br />
siendo, poco a poco, olvidados, hasta que la mala estrella, esa mala estrella que<br />
parecía corno empeñada en perseguirme, quiso resucitarlos para mi mal.<br />
Fue en la taberna <strong>de</strong> Martinete; me lo dijo el señorito Sebastián. -¿Has visto al<br />
Estirao?<br />
-No, ¿por qué?<br />
-Nada; porque dicen que anda por el pueblo.<br />
-¿Por el pueblo?<br />
-Eso dicen.<br />
-¡No me querrás engañar!<br />
-¡Hombre, no te pongas así; como me lo dijeron, te lo digo! ¿Por qué te había <strong>de</strong><br />
engañar?<br />
Me faltó tiempo para ver lo que había <strong>de</strong> cierto en sus palabras. Salí corriendo para<br />
mi casa; iba como una centella, sin mirar ni dón<strong>de</strong> pisaba. Me encontré a mi madre en<br />
la puerta.<br />
-¿Y la Rosario?<br />
Ahí <strong>de</strong>ntro está.<br />
-¿Sola?<br />
-Sí, ¿por qué?<br />
Ni contesté; pasé a la cocina y allí me la encontré, removiendo el puchero.<br />
-¿Y el Estirao?<br />
<strong>La</strong> Rosario pareció como sobresaltarse; levantó la cabeza y con calma, por lo menos<br />
por fuera, me soltó<br />
-¿Por qué me lo preguntas?<br />
-Porque está en el pueblo.<br />
-¿En el pueblo?<br />
-Eso me han dicho.<br />
-Pues por aquí no ha arrimado.<br />
-¿Estás segura?<br />
-¡Te lo juro!<br />
No hacía falta que me lo jurase; era verdad, aún no había llegado, aunque había <strong>de</strong><br />
llegar al poco rato, jaque como un rey <strong>de</strong> espadas, flamenco como un faraón.