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Camilo José Cela - La familia de Pascual Duarte - Letra Hispanica

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mis muchas culpas, tengo con lo que tengo, ahí las <strong>de</strong>jo, frescas corno me salieron,<br />

para que usted las consi<strong>de</strong>re como le venga en gana.<br />

Cuando salí encontré al campo más triste, mucho más triste, <strong>de</strong> lo que me habla<br />

figurado. En los pensamientos que me daban cuando estaba preso, me lo imaginaba<br />

-vaya usted a saber por qué- ver<strong>de</strong> y lozano como las pra<strong>de</strong>ras, fértil y hermoso como<br />

los campos <strong>de</strong> trigo, con los campesinos <strong>de</strong>dicados afanosamente a su labor,<br />

trabajando alegres <strong>de</strong> sol a sol, cantando, con la bota <strong>de</strong> vino a la vera y la cabeza<br />

vacía <strong>de</strong> malas ocurrencias, para encontrarlo a la salida yermo y agostado como los<br />

cementerios, <strong>de</strong>shabitado y solo como una ermita lugareña al siguiente día <strong>de</strong> la<br />

patrona...<br />

Chinchilla es un pueblo ruin, como todos los manchegos, agobiado como por una<br />

honda pena, gris y macilento como todos los poblados don<strong>de</strong> la gente no asoma los<br />

hocicos al tiempo, y en ella no estuve sino el tiempo justo que necesité para tomar el<br />

tren que me había <strong>de</strong> <strong>de</strong>volver al pueblo, a mi casa, a mi <strong>familia</strong>; al pueblo que<br />

volvería a encontrar otra vez en el mismo sitio, a mi casa que resplan<strong>de</strong>cía al sol como<br />

una joya, a mi <strong>familia</strong> que me esperaría para más lejos, que no se imaginarla que<br />

pronto habría <strong>de</strong> estar con ellos, a mi madre que en tres años a lo mejor Dios había<br />

querido suavizar, a mi hermana, a mi querida y santa hermana, que saltaría <strong>de</strong> gozo al<br />

verme.<br />

El tren tardó en llegar, tardó muchas horas. Extraño estoy <strong>de</strong> que un hombre que<br />

tenla en el cuerpo tantas horas <strong>de</strong> espera notase con impaciencia tal un retraso <strong>de</strong><br />

hora más, hora menos, pero lo cierto es que así ocurría, que me impacientaba, que me<br />

<strong>de</strong>scomponía el aguardar como si algún importante negocio me comiese los tiempos.<br />

Anduve por la estación, fui a la cantina, paseé por un campo que había contiguo...<br />

Nada; el tren no llegaba, el tren no asomaba todavía, lejano como aún andaba por el<br />

retraso. Me acordaba <strong>de</strong>l penal, que se veía allá lejos, por <strong>de</strong>trás <strong>de</strong>l edificio <strong>de</strong> la<br />

estación; parecía <strong>de</strong>sierto, pero estaba lleno hasta los bor<strong>de</strong>s, guardador <strong>de</strong> un<br />

montón <strong>de</strong> <strong>de</strong>sgraciados con cuyas vidas se podían llenar tantos cientos <strong>de</strong> páginas<br />

como ellos eran. Me acordaba <strong>de</strong>l director, <strong>de</strong> la última vez que le vi; era un viejecito<br />

calvo, con un bigote cano, y unos ojos azules como el cielo; se llamaba don Contado.<br />

Yo le quería como a un padre, le estaba agra<strong>de</strong>cido <strong>de</strong> las muchas palabras <strong>de</strong><br />

consuelo que -en tantas ocasiones- para mí tuviera. <strong>La</strong> última vez que le vi fue en su<br />

<strong>de</strong>spacho, adon<strong>de</strong> me mandó llamar.<br />

-¿Da su permiso, don Contado?<br />

-Pasa, hijo.<br />

Su voz estaba ya cascada por los años y por los achaques, y cuando nos llamaba<br />

hijos parecía como si se le enterneciera más todavía, como si le temblara al pasar por<br />

los labios. Me mandó sentar al otro lado <strong>de</strong> la mesa; me alargó la tabaquera, gran<strong>de</strong>,<br />

<strong>de</strong> piel <strong>de</strong> cabra; sacó un librito <strong>de</strong> papel <strong>de</strong> fumar que me ofreció también.<br />

-¿Un pitillo?<br />

-Gracias, don Contado.<br />

Don Contado se rió.<br />

-Para hablar contigo lo mejor es mucho humo. ¡Así se te ve menos esa cara tan fea<br />

que tienes!<br />

Soltó la carcajada, una carcajada que al final se mezcló con un golpe <strong>de</strong> tos, con un<br />

golpe <strong>de</strong> tos que le duró hasta sofocarlo, hasta <strong>de</strong>jarlo abotargado y rojo como un<br />

tomate. Echó mano <strong>de</strong> un cajón y sacó dos copas y una botella <strong>de</strong> coñac. Yo me<br />

sobresalté; siempre me había tratado bien -cierto es-, pero nunca como aquel día.<br />

-¿Qué pasa, don Conrado?<br />

-Nada, hijo, nada... ¡Anda, bebe..., por tu libertad!

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