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Camilo José Cela - La familia de Pascual Duarte - Letra Hispanica

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Volvió a acometerle la tos. Yo iba a preguntar:<br />

-¿Por mi libertad?<br />

Pero él me hacía señas con la mano para que no dijese nada. Esta vez pasó al<br />

revés; fue en risa en lo que acabó la tos.<br />

-Sí. ¡Todos los pillos tenéis suerte!<br />

Y se reía, gozoso <strong>de</strong> po<strong>de</strong>r darme la noticia, contento <strong>de</strong> po<strong>de</strong>r ponerme <strong>de</strong> patas en<br />

la calle. ¡Pobre don Contado, qué bueno era! ¡Si él supiera que lo mejor que podría<br />

pasarme era no salir <strong>de</strong> allí! Cuando volví a Chinchilla, a aquella casa, me lo confesó<br />

con lágrimas en los ojos, en aquellos ojos que eran sólo un poco más azules que las<br />

lágrimas.<br />

-¡Bueno, ahora en serio! Lee...<br />

Me puso ante la vista la or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> libertad. Yo no creía lo que estaba viendo.<br />

-¿Lo has leído?<br />

-Sí, señor.<br />

Abrió una carpeta y sacó dos papeles iguales, el licenciamiento.<br />

-Toma, para ti; con eso pue<strong>de</strong>s andar por don<strong>de</strong> quieras. Firma aquí; sin echar<br />

borrones.<br />

Doblé el papel, lo metí en la cartera... ¡Estaba libre! Lo que pasó por mí en aquel<br />

momento ni lo sabría explicar. Don Contado se puso grave; me soltó un sermón sobre<br />

la honra<strong>de</strong>z y las buenas costumbres, me dio cuatro consejos sobre los impulsos que si<br />

hubiera tenido presentes me hubieran ahorrado más <strong>de</strong> un disgusto gordo, y cuando<br />

terminó, y como fin <strong>de</strong> fiesta, me entregó veinticinco pesetas en nombre <strong>de</strong> la junta <strong>de</strong><br />

Damas Regeneradoras <strong>de</strong> los Presos, institución benéfica que estaba formada en<br />

Madrid para acudir en nuestro auxilio.<br />

Tocó un timbre y vino un oficial <strong>de</strong> prisiones. Don Contado me alargó la mano.<br />

-Adiós, hijo. ¡Qué Dios te guar<strong>de</strong>!<br />

Yo no cabía en mí <strong>de</strong> gozo. Se volvió hacia el oficial.<br />

-Muñoz, acompañe a este señor hasta la puerta. Llévelo antes a la administración;<br />

va socorrido con ocho días.<br />

A Muñoz no lo volví a ver en los días <strong>de</strong> mi vida. A don Contado, sí; tres años y<br />

medio más tar<strong>de</strong>.<br />

El tren acabó por llegar; tar<strong>de</strong> o temprano todo llega en esta vida, menos el perdón<br />

<strong>de</strong> los ofendidos, que a veces parece como que disfruta en alejarse. Monté en mi<br />

<strong>de</strong>partamento y <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> andar dando tumbos <strong>de</strong> un lado para otro durante día y<br />

medio, di alcance a la estación <strong>de</strong>l pueblo, que tan conocida me era, y en cuya vista<br />

había estado pensando durante todo el viaje. Nadie, absolutamente nadie, si no es<br />

Dios que está en las Alturas, sabía que yo llegaba, y sin embargo -no sé por qué rara<br />

manía <strong>de</strong> i<strong>de</strong>as- momento llegó a haber en que imaginaba el andén lleno <strong>de</strong> gentes<br />

jubilosas que me recibían con los brazos al aire, agitando pañuelos, voceando mi<br />

nombre a los cuatro puntos.<br />

Cuando llegué, un frío agudo como una daga se me clavó en el corazón. En la<br />

estación no había nadie. Era <strong>de</strong> noche; el jefe, el señor Gregorio, con su farol <strong>de</strong><br />

mecha que tenía un lado ver<strong>de</strong> y otro rojo, y su ban<strong>de</strong>rola enfundada en su caperuza<br />

<strong>de</strong> lata, acababa <strong>de</strong> dar salida al tren. Ahora se volvería hacia mí, me reconocería, me<br />

felicitaría.<br />

-¡Caramba, <strong>Pascual</strong>! ¡Y tú por aquí!<br />

-Sí, señor Gregorio. ¡Libre!<br />

-¡Vaya, vaya!

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