12.05.2013 Views

Camilo José Cela - La familia de Pascual Duarte - Letra Hispanica

Camilo José Cela - La familia de Pascual Duarte - Letra Hispanica

Camilo José Cela - La familia de Pascual Duarte - Letra Hispanica

SHOW MORE
SHOW LESS

You also want an ePaper? Increase the reach of your titles

YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.

Y se dio media vuelta sin hacerme más caso. Se metió en su caseta. Yo quise<br />

gritarle:<br />

-¡Libre, señor Gregorio! ¡Estoy libre!, porque pensé que no se había dado cuenta.<br />

Pero me quedé un momento parado y <strong>de</strong>sistí <strong>de</strong> hacerlo.<br />

<strong>La</strong> sangre se me agolpó a los oídos y las lágrimas estuvieron a pique <strong>de</strong> aparecerme<br />

en ambos ojos. Al señor Gregorio no le importaba nada mi libertad.<br />

Salí <strong>de</strong> la estación con el fardo <strong>de</strong>l equipaje al hombro, torcí por una senda que<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> ella llevaba hasta la carretera don<strong>de</strong> estaba mi casa, sin necesidad <strong>de</strong> pasar por<br />

el pueblo, y empecé a caminar. Iba triste, muy triste; toda mi alegría la matara el<br />

señor Gregorio con sus tristes palabras, y un torrente <strong>de</strong> funestas i<strong>de</strong>as, <strong>de</strong> presagios<br />

<strong>de</strong>sgraciados, que en vano yo trataba <strong>de</strong> ahuyentar, me atosigaban la memoria. <strong>La</strong><br />

noche estaba clara, sin una nube, y la luna, como una hostia, allí estaba, clavada, en<br />

el medio <strong>de</strong>l cielo. No quería pensar en el frío que me invadía.<br />

Un poco más a<strong>de</strong>lante, a la <strong>de</strong>recha <strong>de</strong>l sen<strong>de</strong>ro, hacia la mitad <strong>de</strong>l camino, estaba<br />

el cementerio, en el mismo sitio don<strong>de</strong> lo <strong>de</strong>jé, con la misma tapia <strong>de</strong> adobes<br />

negruzcos, con su alto ciprés que en nada había mudado, con su lechuza silbadora<br />

entre las ramas. El cementerio don<strong>de</strong> <strong>de</strong>scansaba mi padre <strong>de</strong> su furia; Mario, <strong>de</strong> su<br />

inocencia; mi mujer, su abandono, y el Estirao, su mucha chulería. El cementerio<br />

don<strong>de</strong> se pudrían los restos <strong>de</strong> mis dos hijos, <strong>de</strong>l abortado y <strong>de</strong> <strong>Pascual</strong>illo, que en los<br />

once meses <strong>de</strong> vida que alcanzó fuera talmente un sol...<br />

¡Me daba resquemor llegar al pueblo, así, solo, <strong>de</strong> noche, y pasar lo primero por<br />

junto al camposanto! ¡Parecía como si la Provi<strong>de</strong>ncia se complaciera en ponérmelo<br />

<strong>de</strong>lante, en hacerlo <strong>de</strong> propósito para forzarme a caer en la meditación <strong>de</strong> lo poco que<br />

somos!<br />

<strong>La</strong> sombra <strong>de</strong> mi cuerpo iba siempre <strong>de</strong>lante, larga, muy larga, tan larga como un<br />

fantasma, muy pegada al suelo, siguiendo el terreno, ora tirando recta por el camino,<br />

ora subiéndose a la tapia <strong>de</strong>l cementerio, como queriendo asomarse. Corrí un poco; la<br />

sombra corrió también. Me paré; la sombra también paró. Miré para el firmamento; no<br />

había una sola nube en todo su redor. <strong>La</strong> sombra había <strong>de</strong> acompañarme, paso a paso,<br />

hasta llegar.<br />

Cogí miedo, un miedo inexplicable; me imaginé a los muertos saliendo en esqueleto<br />

a mirarme pasar. No me atrevía a levantar la cabeza; apreté el paso; el cuerpo parecía<br />

que no me pesaba; el cajón tampoco. En aquel momento parecía como si tuviera más<br />

fuerza que nunca. Llegó el instante en que llegué a estar al galope como un perro<br />

huido; corría, corría como un loco, como un poseído. Cuando llegué a mi casa estaba<br />

rendido; no hubiera podido dar un paso más...<br />

Puse el bulto en el suelo y me senté sobre él. No se oía ningún ruido; Rosario y mi<br />

madre estarían, a buen seguro, durmiendo, ajenas <strong>de</strong>l todo a que yo había llegado, a<br />

que yo estaba libre, a pocos pasos <strong>de</strong> ellas. ¡Quién sabe si mi hermana no habría<br />

rezado una salve -la oración que más le gustaba- en el momento <strong>de</strong> meterse en la<br />

cama, porque a mí me soltasen! ¡Quién sabe si a aquellas horas no estaría soñando,<br />

entristecida, en mi <strong>de</strong>sgracia, imaginándome tumbado sobre las tablas <strong>de</strong> la celda, con<br />

la memoria puesta en ella, que fue el único afecto sincero que en mi vida tuve! Estaría<br />

a lo mejor sobresaltada, presa <strong>de</strong> una pesadilla.<br />

Y yo estaba allí, estaba ya allí, libre, sano como una manzana, listo para volver a<br />

empezar, para consolarla, para mimarla, para recibir su sonrisa.<br />

No sabía lo que hacer; pensé llamar... Se asustarían; nadie llama a esas horas. A lo<br />

mejor ni se atrevían a abrir; pero tampoco podía seguir allí, tampoco era posible<br />

esperar al día sentado sobre el cajón.<br />

Por la carretera venían dos hombres conversando en voz alta; iban distraídos, como<br />

contentos; venían <strong>de</strong> Almendralejo, quién sabe si <strong>de</strong> ver a las novias. Pronto los

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!