12.05.2013 Views

Camilo José Cela - La familia de Pascual Duarte - Letra Hispanica

Camilo José Cela - La familia de Pascual Duarte - Letra Hispanica

Camilo José Cela - La familia de Pascual Duarte - Letra Hispanica

SHOW MORE
SHOW LESS

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

i<strong>de</strong>as, las i<strong>de</strong>as que han <strong>de</strong> ocasionar el que nos corten la cabeza don<strong>de</strong> se cocieron,<br />

quién sabe si para que no siga trabajando tan atrozmente. Pasamos a lo mejor hasta<br />

semanas enteras sin variar; los que nos ro<strong>de</strong>an se acostumbraron ya a nuestra<br />

adustez y ya ni extrañan siquiera nuestro extraño ser. Pero un día el mal crece, como<br />

los árboles, y engorda, y ya no saludamos a la gente; y vuelven a sentirnos como<br />

raros y como enamorados. Vamos enflaqueciendo, enflaqueciendo, y nuestra barba<br />

hirsuta es cada vez más lacia. Empezamos a sentir el odio que nos mata; ya no<br />

aguantamos el mirar; nos duele la conciencia, pero, ¡no importa!, ¡más vale que duela!<br />

Nos escuecen los ojos, que se llenan <strong>de</strong> un agua venenosa cuando mirarnos fuerte. El<br />

enemigo nota nuestro anhelo, pero está confiado; el instinto no miente. <strong>La</strong> <strong>de</strong>sgracia<br />

es alegre, acogedora, y el más tierno sentir gozamos en hacerlo arrastrar sobre la<br />

plaza inmensa <strong>de</strong> vidrios que va siendo ya nuestra alma. Cuando huimos como las<br />

corzas, cuando el oído sobresalta nuestros sueños, estamos ya minados por el mal; ya<br />

no hay solución, ya no hay arreglo posible. Empezamos a caer, vertiginosamente ya,<br />

para no volvernos a levantar en vida. Quizás para levantarnos un poco a última hora,<br />

antes <strong>de</strong> caer <strong>de</strong> cabeza hasta el infierno... Mala cosa.<br />

Mi madre sentía una insistente satisfacción en tentarme los genios, en los que el mal<br />

iba creciendo como las moscas al olor <strong>de</strong> los muertos. <strong>La</strong> bilis que tragué me envenenó<br />

el corazón y tan malos pensamientos llegaba por entonces a discurrir, que llegué a<br />

estar asustado <strong>de</strong> mi mismo coraje. No quería ni verla; los días pasaban iguales los<br />

unos a los otros, con el mismo dolor clavado en las entrañas, con los mismos presagios<br />

<strong>de</strong> tormenta nublándonos la vista.<br />

El día que <strong>de</strong>cidí hacer uso <strong>de</strong>l hierro tan agobiado estaba, tan cierto <strong>de</strong> que al mal<br />

había que sangrarlo, que no sobresaltó ni un ápice mis pulsos la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> la muerte <strong>de</strong><br />

mi madre. Era algo fatal que había <strong>de</strong> venir y que venía, que yo había <strong>de</strong> causar y que<br />

no podía evitar aunque quisiera, porque me parecía imposible cambiar <strong>de</strong> opinión,<br />

volverme atrás, evitar lo que ahora daría una mano porque no hubiera ocurrido, pero<br />

que entonces gozaba en provocar con el mismo cálculo y la misma meditación por lo<br />

menos con los que un labrador emplearía para pensar en sus trigales.<br />

Estaba todo bien preparado; me pasé largas noches enteras pensando en lo mismo<br />

para envalentonarme, para tomar fuerzas; afilé el cuchillo <strong>de</strong> monte, con su larga y<br />

ancha hoja que se parecía a las hojas <strong>de</strong>l maíz, con su canalito que la cruzaba, con sus<br />

cachas <strong>de</strong> nácar que le daban un aire retador. Sólo faltaba entonces emplazar la fecha;<br />

y <strong>de</strong>spués no titubear, no volverse atrás, llegar hasta el final costase lo que costase,<br />

mantener la calma..., y luego herir, herir sin pena, rápidamente, y huir, huir muy<br />

lejos, a <strong>La</strong> Coruña, huir don<strong>de</strong> nadie pudiera saberlo, don<strong>de</strong> se me permitiera vivir en<br />

paz esperando el olvido <strong>de</strong> las gentes, el olvido que me <strong>de</strong>jase volver para empezar a<br />

vivir <strong>de</strong> nuevo.<br />

<strong>La</strong> conciencia no me remor<strong>de</strong>ría; no habría motivo. <strong>La</strong> conciencia sólo remuer<strong>de</strong> <strong>de</strong><br />

las injusticias cometidas: <strong>de</strong> apalear un niño, <strong>de</strong> <strong>de</strong>rribar una golondrina... Pero <strong>de</strong><br />

aquellos actos a los que nos conduce el odio, a los que vamos como adormecidos por<br />

una i<strong>de</strong>a que nos obsesiona, no tenemos que arrepentirnos jamás, jamás nos<br />

remuer<strong>de</strong> la conciencia.<br />

Fue el 10 <strong>de</strong> febrero <strong>de</strong> 1922. Cuadró en viernes aquel año, el 10 <strong>de</strong> febrero. El<br />

tiempo estaba claro como es ley que ocurriera por el país; el sol se agra<strong>de</strong>cía y en la<br />

plaza me parece como recordar que hubo aquel día más niños que nunca jugando a las<br />

canicas o a las tabas. Mucho pensé en aquello, pero procuré vencerme y lo conseguí;<br />

volverme atrás hubiera sido imposible, hubiera sido fatal para mí, me hubiera<br />

conducido a la muerte, quién sabe si al suicidio. Me hubiera acabado por encontrar en<br />

el fondo <strong>de</strong>l Guadiana, <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> las ruedas <strong>de</strong>l tren... No, no era posible cejar, había<br />

que continuar a<strong>de</strong>lante, siempre a<strong>de</strong>lante, hasta el fin. Era ya una cuestión <strong>de</strong> amor<br />

propio.

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!