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Camilo José Cela - La familia de Pascual Duarte - Letra Hispanica

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XIV<br />

No perdí el tiempo en preparar la huida; asuntos hay que no admiten la espera, y<br />

éste uno <strong>de</strong> ellos es. Volqué el arca en la bolsa, la <strong>de</strong>spensa en la alforja y el lastre <strong>de</strong><br />

los malos pensamientos en el fondo <strong>de</strong>l pozo y, aprovechándome <strong>de</strong> la noche como un<br />

ladrón, cogí el portante, enfilé la carretera y comencé a caminar -sin saber <strong>de</strong>masiado<br />

a dón<strong>de</strong> ir- campo a<strong>de</strong>lante y tan seguido que, cuando amaneció y el cansancio que<br />

notaba en los huesos ya era mucho, quedaba el pueblo, cuando menos, tres leguas a<br />

mis espaldas. Como no quería frenarme, porque por aquellas tierras alguien podría<br />

reconocerme todavía, <strong>de</strong>scabecé un corto sueñecito en un olivar que había a la vera<br />

<strong>de</strong>l camino, comí un bocado <strong>de</strong> las reservas, y seguí a<strong>de</strong>lante con ánimo <strong>de</strong> tomar el<br />

tren tan pronto como me lo topase. <strong>La</strong> gente me miraba con extrañeza, quizá por el<br />

aspecto <strong>de</strong> trotamundos que llevaba, y los niños me seguían curiosos al cruzar los<br />

poblados como siguen a los húngaros o a los <strong>de</strong>scalabrados; sus miradas inquietas y<br />

su porte infantil, lejos <strong>de</strong> molestarme, me acompañaban, y si no fuera porque temía<br />

por entonces a las mujeres como al cólera morbo, hasta me hubiera atrevido a<br />

regalarles con alguna cosilla <strong>de</strong> las que para mí llevaba.<br />

Al tren lo fui a alcanzar en Don Benito, don<strong>de</strong> pedí un billete para Madrid, con ánimo<br />

no <strong>de</strong> quedarme en la corte sino <strong>de</strong> continuar a cualquier punto <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el que intentaría<br />

saltar a las Américas; el viaje me resultó agradable porque el vagón en que iba no<br />

estaba mal acondicionado y porque era para mí mucha novedad el ver pasar el campo<br />

como en una sábana <strong>de</strong> la que alguna mano invisible estuviera tirando, y cuando por<br />

bajarse todo el mundo averigüé que habíamos llegado a Madrid, tan lejos <strong>de</strong> la capital<br />

me imaginaba que el corazón me dio un vuelco en el pecho; ese vuelco en el pecho<br />

que el corazón siempre da cuando encontrannos lo cierto, lo que ya no tiene remedio,<br />

<strong>de</strong>masiado cercano para tan alejado como nos lo habíamos imaginado.<br />

Como bien percatado estaba <strong>de</strong> la mucha picaresca que en Madrid había, y como<br />

llegamos <strong>de</strong> noche, hora bien a propósito para que los truhanes y rateros hicieran<br />

presa en mí, pensé que la mayor pru<strong>de</strong>ncia había <strong>de</strong> ser esperar a la amanecida para<br />

buscarme alojamiento y aguantar mientras tanto dormitando en algún banco <strong>de</strong> los<br />

muchos que por la estación había. Así lo hice; me busqué uno <strong>de</strong>l extremo, algo<br />

apartado <strong>de</strong>l mayor bullicio, me instalé lo más cómodo que pu<strong>de</strong> y, sin más protección<br />

que la <strong>de</strong>l ángel <strong>de</strong> mi guarda, me quedé más dormido que una piedra aunque al<br />

echarme pensara en imitar el sueño <strong>de</strong> la perdiz, con un ojo en la vela mientras<br />

<strong>de</strong>scansa el otro. Dormí profundamente, casi hasta el nuevo día, y cuando <strong>de</strong>sperté tal<br />

frío me había cogido los huesos y tal humedad sentía en el cuerpo que pensé que lo<br />

mejor sería no parar ni un solo momento más; salí <strong>de</strong> la estación y me acerqué hasta<br />

un grupo <strong>de</strong> obreros que alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> una hoguera estaban reunidos, don<strong>de</strong> fui bien<br />

recibido y en don<strong>de</strong> pu<strong>de</strong> echar el frío <strong>de</strong> los cueros al calor <strong>de</strong> la lumbre. <strong>La</strong><br />

conversación, que al principio parecía como moribunda, pronto reavivó y como aquella<br />

me parecía buena gente y lo que yo necesitaba en Madrid eran amigos, mandé a un<br />

golfillo que por allí andaba por un litro <strong>de</strong> vino, litro <strong>de</strong>l que no caté ni gota, ni cataron<br />

conmigo los que conmigo estaban porque la criatura, que <strong>de</strong>bía saber más que Lepe,<br />

cogió los cuartos y no le volvimos a ver el pelo. Como mi i<strong>de</strong>a era obsequiarlos y

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