Camilo José Cela - La familia de Pascual Duarte - Letra Hispanica
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mentaron a las madres, se llamaron a grito pelado chulos y cornudos, se ofrecieron<br />
comerse las asaduras, pero lo que es más curioso, ni se tocaron un pelo <strong>de</strong> la ropa. Yo<br />
estaba asustado viendo tan poco frecuentes costumbres pero, como es natural, no<br />
metí baza, aunque andaba prevenido por si había <strong>de</strong> salir en <strong>de</strong>fensa <strong>de</strong>l amigo.<br />
Cuando se aburrieron <strong>de</strong> <strong>de</strong>cirse inconveniencias se marcharon cada uno por don<strong>de</strong><br />
había venido y allí no pasó nada.<br />
¡Así da gusto! Si los hombres <strong>de</strong>l campo tuviéramos las traga<strong>de</strong>ras <strong>de</strong> los <strong>de</strong> las<br />
poblaciones, los presidios estarían <strong>de</strong>shabitados como islas.<br />
A eso <strong>de</strong> las dos semanas, y aun cuando <strong>de</strong> Madrid no supiera <strong>de</strong>masiado, que no es<br />
ésta ciudad para llegar a conocerla al vuelo, <strong>de</strong>cidí reanudar la marcha hacia don<strong>de</strong><br />
había marcado mi meta, preparé el poco equipaje que llevaba en una maletilla que<br />
compré, saqué el billete <strong>de</strong>l tren, y acompañado <strong>de</strong> Estévez, que no me abandonó<br />
hasta el último momento, salí para la estación -que era otra que por la que había<br />
llegado- y emprendí el viaje a <strong>La</strong> Coruña que, según me asesoraron, era un sitio <strong>de</strong><br />
cruce <strong>de</strong> los vapores que van a las Américas. El viaje hasta el puerto fue algo más<br />
lento que el que hice <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el pueblo hasta Madrid, por ser mayor la distancia, pero<br />
como pasó la noche por medio y no era yo hombre a quien los movimientos y el ruido<br />
<strong>de</strong>l tren impidieran dormir, se me pasó más <strong>de</strong> prisa <strong>de</strong> lo que creí y me anunciaban<br />
los vecinos y a las pocas horas <strong>de</strong> <strong>de</strong>spertarme me encontré a la orilla <strong>de</strong> la mar, que<br />
fuera una <strong>de</strong> las cosas que más me anonadaron en esta vida, <strong>de</strong> gran<strong>de</strong> y profunda<br />
que me pareció.<br />
Cuando arreglé los primeros asuntillos me di perfecta cuenta <strong>de</strong> mi candor al creer<br />
que las pesetas que traía en el bolso habrían <strong>de</strong> bastarme para llegara América.<br />
¡Jamás hasta entonces se me había ocurrido pensar lo caro que resultaba un viaje por<br />
mar! Fui a la agencia, pregunté en una ventanilla, <strong>de</strong> don<strong>de</strong> me mandaron a preguntar<br />
a otra, esperé en una cola que duró, por lo bajo, tres horas, y cuando me acerqué<br />
hasta el empleado y quise empezar a inquirir sobre cuál <strong>de</strong>stino me sería más<br />
conveniente y cuánto dinero habría <strong>de</strong> costarme, él -sin soltar ni palabra- dio media<br />
vuelta para volver al punto con un papel en la mano.<br />
-Itinerarios..., tarifas... Salidas <strong>de</strong> <strong>La</strong> Coruña los días 5 y 20.<br />
Yo intenté persuadirle <strong>de</strong> que lo que quería era hablar con él <strong>de</strong> mi viaje, pero fue<br />
inútil. Me cortó con una sequedad que me <strong>de</strong>jó <strong>de</strong>sorientado.<br />
-No insista.<br />
Me marché con mi itinerario y mi tarifa y guardando en la memoria los días <strong>de</strong> las<br />
salidas. ¡Qué remedio!<br />
En la casa don<strong>de</strong> vivía, estaba también alojado un sargento <strong>de</strong> artillería que se<br />
ofreció a <strong>de</strong>scifrarme lo que <strong>de</strong>cían los papeles que me dieron en la agencia, y en<br />
cuanto me habló <strong>de</strong>l precio y <strong>de</strong> las condiciones <strong>de</strong>l pago se me cayó el alma a los pies<br />
cuando calculé que no tenía ni para la mitad. El problema que se me presentaba no era<br />
pequeño y yo no le encontraba solución; el sargento, que se llamaba Adrián Nogueira,<br />
me animaba mucho -él también había estado allá- y me hablaba constantemente <strong>de</strong> <strong>La</strong><br />
Habana y hasta <strong>de</strong> Nueva York. Yo -¿para qué ocultarlo?- lo escuchaba como<br />
embobado y con una envidia como a nadie se la tuve jamás, pero como veía que con<br />
su charla lo único que ganaba era alargarme los dientes, le rogué un día que no<br />
siguiera porque ya mi propósito <strong>de</strong> quedarme en el país estaba hecho; puso una cara<br />
<strong>de</strong> no enten<strong>de</strong>r como jamás la había visto, pero, como era hombre discreto y<br />
reservado como todos los gallegos, no volvió a hablarme <strong>de</strong>l asunto ni una sola vez.<br />
<strong>La</strong> cabeza la llegué a tener como molida <strong>de</strong> lo mucho que pensé en lo que había <strong>de</strong><br />
hacer, y como cualquier solución que no fuera volver al pueblo me parecía aceptable,<br />
me agarré a todo lo que pasaba, cargué maletas en la estación y fardos en el muelle,<br />
ayudé a la labor <strong>de</strong> la cocina en el hotel Ferrocarrilana, estuve <strong>de</strong> sereno una