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Antes de seguir es bueno distinguir<br />
entre estas nociones y otra<br />
con la que a veces se confunde.<br />
No estamos hablando de “ecosistemas”.<br />
Ecosistema es una unidad<br />
funcional, no es una unidad<br />
espacial. Cualquier cosa puede<br />
ser un ecosistema y no necesariamente<br />
deben guardar relaciones<br />
de similitud morfológica (en<br />
la forma) ni de comunidades<br />
vivas. Así, por ejemplo, un estanque<br />
y un bosque pueden formar<br />
parte del mismo ecosistema<br />
aunque alberguen comunidades<br />
vivas radicalmente distintas.<br />
La búsqueda de “ecorregiones”<br />
o de “formaciones vegetales”<br />
toma en cuenta básicamente la<br />
unidad morfológica. Es decir, la<br />
existencia de un tipo de comunidad<br />
de seres vivos, a veces representados<br />
por una especie o<br />
por una comunidad vegetal dominante.<br />
Normalmente estas<br />
comunidades vivas tienen similitudes<br />
que derivan de condiciones<br />
climáticas comunes (temperatura,<br />
humedad, altura), por lo que<br />
a menudo se suelen usar datos<br />
climáticos o de altura para fijar<br />
los límites de cada unidad<br />
discreta.<br />
En el Ecuador se han identificado<br />
ocho ecorregiones que por lo<br />
general comparte con sus vecinos.<br />
El Chocó biogeográfico, que<br />
comparte con Colombia; el desierto<br />
Tumbecino, que comparte<br />
con Perú; los páramos húmedos,<br />
las vertientes orientales y occidentales<br />
de la cordillera de los<br />
Andes, que comparte con sus dos<br />
vecinos; las tierras tropicales<br />
bajas de la Amazonía (várzea,<br />
igapó y tierra selvas intefluviales),<br />
que comparte con otros<br />
cinco países sudamericanos; y<br />
las selvas y zonas ribereñas de la<br />
Cuenca del Guayas, que no comparte<br />
con nadie.<br />
38<br />
UNA BREVE HISTORIA DEL ESPACIO ECUATORIANO<br />
Vemos que se trata de los grandes<br />
“tipos” de estructura biológica<br />
que existen en el país. Nos<br />
concentraremos brevemente en<br />
los bosques de declive de la cordillera,<br />
tanto occidentales como<br />
orientales. Zonas de alta pluviosidad<br />
y también de ocupación<br />
relativamente tardía, salvo en<br />
los espacios acotados de los “pasos”<br />
transversales de la cordillera.<br />
Fueron estas zonas las áreas frágiles,<br />
de fuertes pendientes, de<br />
bajos rendimientos y de poca<br />
infraestructura que debieron ser<br />
“vencidas” a pulso por campesinos<br />
expulsados en busca de tierras.<br />
Los sufrimientos para<br />
lograrlo fueron grandes. Los resultados,<br />
exiguos. Los costes<br />
ecológicos, inmensos. Son estas,<br />
en efecto, precisamente, las<br />
áreas de mayor diversidad biológica<br />
recientemente “descubiertas”<br />
en su valor biológico. Volveremos<br />
sobre el tema.<br />
Una segunda zona que merece<br />
un tratamiento especial es el de<br />
los páramos. Volveremos ampliamente<br />
sobre ellos a propósito de<br />
la estructura agraria de los años<br />
sesenta. Por el momento valga<br />
señalar un resultado de enorme<br />
importancia: esas zonas altas<br />
viven ahora una época larga de<br />
ascenso de cultivos y de expansión<br />
de la ganadería. En los páramos<br />
de la Sierra norte, central, y<br />
centro – sur, están concentrados<br />
ante todo pueblos indígenas de<br />
habla quichua. No estuvieron<br />
siempre allí. Fueron llevados hacia<br />
los páramos por la estructura<br />
agraria de las haciendas y luego,<br />
en la época de reparto de tierras<br />
(años sesenta y setenta del<br />
siglo XX), fueron las tierras que<br />
alcanzaron a ocupar. Son las que<br />
estuvieron disponibles a precios<br />
alcanzables en un proceso de<br />
redistribución agraria que se hizo<br />
fundamentalmente por la vía