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La sociedad vallisoletana en los albores del siglo XX ...

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74<br />

Se expone al difunto g<strong>en</strong>eralm<strong>en</strong>te <strong>en</strong> el suelo, reclinada la cabeza <strong>en</strong> una almohada y rodeado de cuatro velas <strong>en</strong>c<strong>en</strong>didas.”274<br />

En cualquier caso, parece necesario que el tránsito a la otra vida esté acompañado por<br />

cuantos valores, expresados gráficam<strong>en</strong>te, habl<strong>en</strong> de la virtud <strong>del</strong> finado (inoc<strong>en</strong>cia, virginidad,<br />

supuesta pureza <strong>en</strong> el caso de <strong>los</strong> que vist<strong>en</strong> hábito...), . Finalm<strong>en</strong>te, el muerto es colocado <strong>en</strong> el<br />

suelo sobre una sábana, rodeado de velas, puesta la cabeza sobre una almohada y con un crucifijo<br />

<strong>en</strong>tre las manos.<br />

También es costumbre inexorable el que la estancia mortuoria se transforme <strong>en</strong> una especie<br />

de capilla. <strong>La</strong> idea medieval de la muerte llevaba a <strong>los</strong> crey<strong>en</strong>tes a procurar su <strong>en</strong>tierro lo más cerca<br />

posible de iglesias, reliquias, monasterios... lugares, pues, especialm<strong>en</strong>te tocados por un halo de<br />

supuesta sacralidad, que según esta cre<strong>en</strong>cia facilitaría el tránsito a la otra vida. Todavía <strong>en</strong> el <strong>siglo</strong><br />

XVIII es frecu<strong>en</strong>te <strong>en</strong> Valladolid el <strong>en</strong>tierro <strong>en</strong> el exterior de las cabeceras de las iglesias 275 . Pues<br />

bi<strong>en</strong>, aceptado el precepto higiénico que hace que <strong>los</strong> muertos sean <strong>en</strong>terrados <strong>en</strong> cem<strong>en</strong>terios<br />

(aunque, como vestigio de tiempos anteriores, mirando la fosa hacia la iglesia), la estancia mortuoria<br />

cumple cierto papel de templo: sobre una mesa se levanta un altar con un Cristo y dos o tres<br />

can<strong>del</strong>abros, creyéndose que la car<strong>en</strong>cia de luces originaría grandes p<strong>en</strong>as al finado. En cambio,<br />

como señal de dolo y luto, las v<strong>en</strong>tanas de la casa son cerradas, y no se <strong>en</strong>ci<strong>en</strong>de lumbre <strong>en</strong> la casa<br />

mortuoria.<br />

Otra cre<strong>en</strong>cia ext<strong>en</strong>dida es que el situarse a <strong>los</strong> pies de la cama es cond<strong>en</strong>arse a muerte<br />

segura. En definitiva, pese al continuo y morboso cubrir y descubrir <strong>del</strong> vecindario el rostro <strong>del</strong><br />

cadáver con un pañuelo blanco, el fallecido merece un respeto escrupu<strong>los</strong>am<strong>en</strong>te guardado, al<br />

suponérsele virtudes tanto positivas como am<strong>en</strong>azantes. Al respecto, se considera que cuando la<br />

muerte se <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tra ligada a circunstancias viol<strong>en</strong>tas, <strong>los</strong> objetos que la han causado quedan<br />

investidos de ciertas cualidades especiales: la soga <strong>del</strong> ahorcado es usada para remedio de males<br />

muy distintos, según cada población.<br />

Por otra parte, <strong>en</strong> la conducción <strong>del</strong> cadáver es costumbre que no logra ser erradicada (pese a<br />

<strong>los</strong> int<strong>en</strong>tos de médicos e higi<strong>en</strong>istas al respecto) el que el muerto vaya destapado, incluso cuando se<br />

emplee caja mortuoria. Estos frecu<strong>en</strong>tes contactos con el difunto sin duda forma parte de esa<br />

preparación para la muerte, de esa forma peculiar colectiva de elaboración <strong>del</strong> dolo. Al respecto es<br />

pertin<strong>en</strong>te traer a colación la afirmación de Máximo García Fernández, aunque referida a un período<br />

histórico anterior:<br />

“<strong>La</strong> muerte preocupaba perman<strong>en</strong>tem<strong>en</strong>te al hombre y su pres<strong>en</strong>cia era acogida con temor<br />

resignado, <strong>en</strong> una alianza indisoluble <strong>en</strong>tre ambos s<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>tos. Bi<strong>en</strong> morir y bi<strong>en</strong> vivir se<br />

inteconexionaban de tal manera que formaron una imag<strong>en</strong> macabra <strong>en</strong> el gusto popular, visión<br />

dantesca que fue aprovechada por la Iglesia para fortalecer la desazón y el miedo al juicio personal<br />

y final [...] De este modo, la muerte se convirtió <strong>en</strong> una realidad que trasc<strong>en</strong>día el concepto de<br />

puerta de la salvación: era, sobre todo, el espejo y la meta final que todo humano debía t<strong>en</strong>er<br />

pres<strong>en</strong>te; el foco que marcaba sus pautas de comportami<strong>en</strong>to, condicionando sus actitudes, y, <strong>en</strong><br />

g<strong>en</strong>eral, toda su vida, <strong>en</strong> pos de la consecución de méritos que alejas<strong>en</strong> la sombra <strong>del</strong> infierno<br />

eterno.<br />

274Defunción. Ficha nº 51.<br />

275 Señala, igualm<strong>en</strong>te, para el caso m<strong>en</strong>orquín, P. Ballester: "Mucho hubieron de luchar las autoridades y personas de<br />

alguna ilustración, para desterrar la perniciosa costumbre de depositar <strong>los</strong> cadáveres <strong>en</strong> las iglesias. Y no digamos<br />

cuánto costó llevar ala práctica las inhumaciones <strong>en</strong> Campo Santo, fuera de la ciudad. El Dr. Bartolomé Ramis publicó<br />

un bu<strong>en</strong> trabajo, año 1818, titulado: "Breu discurs sobre el perniciós é indec<strong>en</strong>t costum d’ <strong>en</strong>terrá dins las iglesias."<br />

Pere Ballester, o.c., p. 101.

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