MAQUETACION ABRIL - Diverdi
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E<br />
PREISER, ORFEO y GOLDEN MELODRAM compiten en nuevas recuperaciones wagnerianas<br />
Sesenta años de Wagner<br />
ntre estas misceláneas mías en la «Hoja parroquial», llega hoy el<br />
turno de una wagneriana muy interesante, pues ahí es nada retroceder<br />
a 1907, para escucharle al legendario Jacques (Jacobus)<br />
Urlus la Despedida del cisne (primer acto) más todo lo que sigue, sal-<br />
tar luego a la primera Walkyria que dirigió Solti (1947) en su larga e<br />
intensa actividad como gran profesional de la batuta y cerrar con algo<br />
que pertenece a mi experiencia propia, esto es, el Tannhäuser bayreuthiano<br />
de 1966, que presencié inquietado por los alarmantes rumores -<br />
¡y tan alarmantes!- sobre el estado de salud de Wieland Wagner.<br />
Seguiré, pues, el orden cronológico.<br />
Jacques Urlus (1867-1935) era holandés y empezó a cantar en este<br />
idioma, aunque con el tiempo llegó a hacer el repertorio alemán, el italiano<br />
y el francés en los idiomas originales cuando así se lo requerían;<br />
por desgracia, LEBENDIGE VERGANGENHEIT nos lo ofrece sólo en la<br />
lengua de los teutones, sin duda por el origen de las grabaciones y lo<br />
temprano de la mayoría de ellas (1907-1912). Urlus debutó en 1894<br />
(Beppo), pero siguió estudiando, con la particularidad de que en 1898<br />
preparó sus papeles wagnerianos en Bayreuth, supongo que en la<br />
escuela que, bajo el patrocinio de Cosima, dirigía Julius Kniese; sin<br />
embargo, no actuó allí hasta 1911 (Siegmund, Siegfried), justo un año<br />
antes de debutar en Nueva York, aquí como Tristán. Curiosamente, no<br />
es en Wagner donde ahora me ha entusiasmado<br />
más Urlus, salvo en los dos registros, aparentemente<br />
tardíos, de 1924, de los que el último de<br />
ellos, el Höchstes Vertraun del tercer acto de<br />
Lohengrin, suena fulgurante y corona la muestra<br />
de esta voz privilegiada; pues, a juzgar por los<br />
hechos, digo y sostengo: Urlus es el paradigma<br />
de tenor heroico aun en mayor medida que<br />
Melchior, ya que el holandés no provenía de la<br />
cuerda de barítonos y mantuvo toda su vida un<br />
repertorio considerablemente más amplio que el<br />
del danés. Además, Urlus debe de haber sido «de<br />
verdad» uno de los tres o cuatro tenores más versátiles<br />
y capaces conservados por el disco, brillante<br />
tanto en Bach como en Mozart, Beethoven,<br />
Weber, Rossini, Verdi (¡espléndida Muerte de<br />
Otelo!), Bizet (¡bella línea en la flor, francesa a<br />
pesar de estar cantada en alemán!), Gounod,<br />
Saint- Saëns, D’Albert, Massenet, Leoncavallo,<br />
Mahler (retirado de la escena, aún cantó en 1934<br />
La canción de la tierra) y obviamente Wagner. Por<br />
último, la condición «sana» de la voz era asombrosa,<br />
como lo demuestran los registros de 1924,<br />
donde el maduro cantante, curtido ya por treinta<br />
años de profesión, aparece como si tal cosa, con<br />
la frescura, la tersura y el brillo de la juventud. La<br />
conclusión es que este documento precioso<br />
recrea en conjunto una verdad, pues, además, la<br />
voz de Urlus «funcionaba» muy bien en las condiciones<br />
técnicas de los registros de su tiempo.<br />
Así, sabemos que el tenor heroico genuino o<br />
natural no es una utopía, puesto que ha existido.<br />
He aquí la prueba. (1)<br />
* * *<br />
Ya en las primeras páginas de su autopanegírico, The Ring<br />
Resounding, John Culshaw relata la gran impresión que le produjo una<br />
Walkyria de Georg Solti en el Prinzregententheater, en 1950. Culshaw<br />
dice allí que la representación era de puro repertorio, sin grandes estrellas,<br />
(2) realizada con una orquesta de buena pero no excepcional calidad;<br />
sin embargo, Solti dirigió con tanto poder y nobleza que aquello<br />
le pareció parangonable sólo a sus experiencias recientes de un Tristán<br />
de Beecham, una Salomé de Clemens Krauss y el concierto que<br />
Richard Strauss dirigió en el Albert Hall el día 19 de octubre de 1947.<br />
Pues bien, lo que edita ahora ORFEO es el primer acto de la primera<br />
función de esa Walkyria de puro repertorio, que tuvo lugar el 7 de<br />
mayo de 1947. Para el joven director húngaro, aquello supuso también<br />
la primera Walkyria de su vida, pues él era director titular de la Ópera<br />
de Múnich desde enero de ese mismo año (presentación con Carmen),<br />
y las óperas que dirigió allí hasta 1952 -un total de 259 representaciones<br />
de 23 obras distintas- fueron todas para él novedad absoluta. (3)<br />
Confieso que el documento me ha sorprendido, y no porque yo le<br />
niegue el pan y la sal -no soy tonto ni tan sectario, que viene a ser la<br />
misma cosa- a sir Georg como director wagneriano, sino porque los<br />
registros de diez años después (tercer acto de La Walkyria, El oro del<br />
Rin, Tristán) no dejan adivinar a un maestro -éste de 1947- tan directamente<br />
proveniente de la gran tradición alemana. En mis garrapateos de<br />
audición puede descifrarse: preludio bien medido y con las violas con<br />
el color adecuado, bellos chelos, madera destacada, entrada orquestal<br />
( 16 )<br />
de Hunding amenazadora, estupendo ritmo en el relato de Siegmund,<br />
relato de Sieglinde claro y limpio aunque la espada no se envaina en<br />
el tronco del fresno, canción de la primavera llevada lírico-épica, finura<br />
en el acompañamiento a la Schech, poco crescendo para no sofocar<br />
a Völker, final: el Solti, posterior, casi histérico. Es decir, salvo en la precipitada<br />
resolución del acto, por otra parte habitual a no ser que se<br />
imite el ritardando exclusivo de «Kna», Solti insufla el hálito de la vida<br />
y su suma teatralidad al maravilloso acto.<br />
En el reparto de este acto inicial de una función, sin duda, de gran<br />
nivel, (4) la baza segura es Friedrich Dalberg, Hunding robusto y suficientemente<br />
ominoso sin exceso. Al contrario, los welsungos resultan<br />
un tanto complicados. Ya he declarado en varias ocasiones que rechazo<br />
las burdas descalificaciones galas de Marianne Schech, quizá porque<br />
yo sí tuve la oportunidad de oírla al natural, en Madrid, justamente<br />
en este mismo papel, mas en la versión de concierto pagada del bolsillo<br />
de su señora y dirigida -es un decir- por el pintoresco César de<br />
Mendoza Lasalle; el tenor fue Ramón Vinay. En 1947 la soprano tenía<br />
33 años y aquí demuestra que era entonces una Sieglinde sensible y<br />
expresiva, dentro de una línea vocal que recuerda a Pilar Lorengar. La<br />
voz corre bien, el temperamento es generoso y apasionado, la progresión<br />
culmina con ese grito exultante, cuando Siegmund arranca la<br />
espada, que algunos creen que fue invención de<br />
Leonie Rysanek; pero hay en su canto una parte,<br />
que va desde el momento en que Sieglinde quiere<br />
saber cómo perdió Siegmund sus armas hasta el<br />
comienzo del dúo subsiguiente a la Canción de<br />
primavera, donde la voz se afea de improviso, da<br />
la impresión de estar mal sustentada y, sacada de<br />
contexto, puede avivar la guasita de los hijos de<br />
Chauvin: Voilà. Respecto a Völker, el gran<br />
Siegmund de los años treinta, viene aquí al caso el<br />
recuerdo del incombustible Urlus porque, a una<br />
edad todavía buena (48), el antiguo contable aparece<br />
ya relativamente envejecido y con su otrora<br />
bello esmalte desgastado. Por supuesto, el oficio,<br />
la experiencia y el pleno conocimiento de causa<br />
le bastan para salir en general airoso y convencer<br />
al oyente, pues la articulación sigue siendo clara y<br />
a Völker no le faltan el valor y la decisión necesarios<br />
para llegar a un final en punta algo preparado,<br />
pero firme. Mas lo en verdad importante hoy<br />
es el poder comprobar la convicción, el amor y la<br />
autoridad con que el casi desconocido Georg<br />
Solti, salido de la noche del inmediato pasado<br />
con terribles heridas en el alma, comenzaba a<br />
caminar por el vastísimo reino de la obra de arte<br />
total.<br />
* * *<br />
La última producción wielandiana de Tannhäuser,<br />
en Bayreuth, tuvo dos formatos: el primero, los<br />
años 1961 y 1962, con el escenario muy abierto<br />
y la famosa Bacanal a cargo del Ballet del Siglo<br />
XX, de Maurice Béjart; el segundo, desde 1964 a<br />
1967, con el escenario delimitado por el ciclorama<br />
y una coreografía menos espectacular; pero la<br />
producción era en sustancia la misma -concepto, vestuario, color,<br />
dirección de escena-, y puede decirse, así, que el nuevo documento de<br />
GOLDEN MELODRAM es el tercero aparecido, ya que existe otro<br />
registro «privado» (1961) y uno oficial (Philips, 1962).<br />
En 1966 hubo renovación de efectivos. Para suceder a Sawallisch y<br />
a Cluytens, se contrató a un prometedor director húngaro de 40 años,<br />
Carl Melles, a quien ya había oído yo con la ONE unas estupendas<br />
Danzas de Galanta. Pero Melles fue flor de un día en Bayreuth y no<br />
cuajó en general, al parecer por un problema de su personalidad en el<br />
que no puedo entrar. Este Tannhäuser era, además, su primera ópera, y<br />
así las dificultades se le acumularon durante el primer acto después de<br />
una obertura -en la versión preparada por Wieland se tocaba completa-<br />
entendida más como pieza de concierto que como prólogo instrumental<br />
a una representación de ópera. Todo le sonó muy fuerte, poco<br />
diferenciado, y si las cosas discurrieron mejor en los actos segundo y<br />
tercero, hay que anotar el haber en la cuenta de resultados a los coros<br />
de Pitz, los cuales, favorecidos por este segundo formato del dispositivo<br />
escénico, contaron con una presencia -nada diré de la afinación- en<br />
verdad protagonista. Ellos son lo mejor de este registro, en el que hay<br />
también otras cosas buenas y hasta muy buenas.<br />
Asimismo eran nuevos, como Tannhäuser y Venus, Jess Thomas y<br />
Ludmilla Dvoráková, ésta sustituyendo a Anja Silja, con quien iba a<br />
alternarse en un principio. El tenor americano cantó con frescura,<br />
potencia y resistencia; además el timbre era entonces grato; pero el