desarrollo - Covide-Amve
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Finalmente cesó de tambalearse y se quedó<br />
quieto y rígido como una imagen de piedra.<br />
Iré a ver a Inyan, el gran Abuelo, y le rogaré<br />
que me dé comida<br />
Al momento salió corriendo de tu tipi y,<br />
echándose la manta al hombro, se fue<br />
hasta una enorme roca situada en la ladera<br />
de una colina. Se acercó a la roca encorvado<br />
y con pasos rápidos, y se dejó caer ante<br />
Inyan extendiendo las manos.<br />
¡Gran Abuelo! ¡Ten compasión! Estoy hambriento.<br />
Me muero de hambre. Dame comida.<br />
Gran<br />
Abuelo, ¡dame carne para comer!-gritó<br />
mientras acariciaba el rostro del gran dios<br />
de piedra.<br />
El Gran Espíritu Todopoderoso, que hace los<br />
árboles y la hierba, puede oír la voz de<br />
quienes le ruegan de una forma u otra. La<br />
mayoría de los indios rogaban a Inyan, la<br />
gran Roca Dura. Inyan era el Gran Abuelo,<br />
pues llevaba sentado en la ladera de la colina<br />
durante muchas, muchas estaciones.<br />
Había visto más de un millar de veces cómo<br />
la pradera se cubría de un blanco manto de<br />
nieve y cómo lo cambiaba luego por otro de<br />
color verde brillante.<br />
Impasible a las miles de lunas, descansaba<br />
sobre la ancestral colina escuchando las<br />
oraciones de los guerreros indios, desde<br />
antes incluso que fuese hallada la Flecha<br />
Mágica. Ahora Iktomi rezaba y lloraba ante<br />
el Gran Abuelo bajo un cielo teñido de rojo,<br />
al Oeste, como un rostro encendido. El<br />
ocaso arrojaba una suave luz amarilla sobre<br />
la enorme roca gris y la solitaria figura inclinada<br />
sobre ella. Era la sonrisa que el Gran<br />
Espíritu dedicaba al Abuelo y al niño desobediente.<br />
La oración fue escuchada. Iktomi lo supo.<br />
Ahora, Abuelo, acepta mi ofrenda; esto es<br />
todo lo que tengo!<br />
vocación-misión<br />
servicio pastoral<br />
Dijo Iktomi, extendiendo su gastada manta<br />
sobre los fríos hombros de Inyan. Después,<br />
feliz con la sonrisa del cielo del ocaso,<br />
siguió una senda que le condujo hasta un<br />
barranco cubierto de matorrales. Apenas se<br />
había adentrado unos pasos entre los<br />
arbustos, cuando apareció ante sus ojos un<br />
ciervo recién muerto.<br />
¡Esta es la respuesta del Cielo Rojo del<br />
Oeste a mi súplica!<br />
Exclamó con las manos alzadas.<br />
Sacó de su cinto un largo y fino cuchillo y<br />
comenzó a cortar grandes pedazos de la<br />
mejor carne del animal. Afiló luego varias<br />
ramas de sauce y las clavó en torno a una<br />
pila de madera que había preparado para<br />
hacer fuego, con la intención de asar en<br />
ellas la carne del ciervo.<br />
Frotaba con energía dos largas varas para<br />
encender el fuego, cuando el sol cayó bajo<br />
el horizonte. El crepúsculo lo inundó todo, e<br />
Iktomi sintió el frío aire de la noche en su<br />
cuello y hombros desnudos. Se estremeció,<br />
mientras limpiaba su cuchillo en la hierba.<br />
Lo guardó en una hermosa funda que colgaba<br />
en su cinto, se puso en pie y miró a su<br />
alrededor. Volvió a temblar<br />
¡Ah, tengo frío! ¡Ojalá tuviese mi manta!<br />
Murmuró, rondando sin parar en torno a la<br />
pila de palos secos y estacas clavadas a su<br />
alrededor. De pronto se detuvo y dejó caer<br />
los brazos.<br />
El viejo Gran Abuelo no siente el frío como<br />
yo. No necesita mi vieja manta tanto como<br />
yo. ¡Ojalá no se la hubiese dado! ¡Oh! Me<br />
parece que voy a ir ahí corriendo y la voy a<br />
recuperar<br />
Dijo, apuntando con su larga barbilla hacia<br />
la enorme piedra gris.<br />
Bajo el calor del sol Iktomi no necesitaba su<br />
manta, y había resultado muy fácil desprenderse<br />
de algo que no echaría entonces<br />
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infantil