CIENCIA - Revista hispano-americana de Ciencias puras y aplicadas

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CIENCIA CUESTIONES DE NOMENCLATURA ZOOLOGICA Acerca de los nombres específicos en aposición La falta de estabilidad en la nomenclatura técnica de los animales, problema que hoy preocupa a muchos zQ()logos del mundo entero, y al que la Comisi{m Internacional de Nomenclatura Zoológica viene concediendo excepcional importan~ia, reconoce muy diversas c~sas_ Una de las principales es, no precisamente el desconocimiento de las "Reglas" por que se rige dicha nomenclatura, pero sí el desacierto en su aplicación. Como ejemplo elocuente cabe mencionar lo que ocurre con los nombres específicos cuando son sustantivos en el caso nominativo. Según el artículo 14 de las "Reglas", los nombres específicos pueden ser de tres clases: a) Adjetivos, que deben concertar gramaticalmente con el nombre genérico, como Felis marmomia,' b) Sustantivos en nominativo, en aposición con el nombre genérico, como Felis leo, y e) Sustantivos en genitivo, como msae, siurionis, alltillanllll, etc. El 149 Congreso Internacional de Zoología, reunido en Copenhague hace cinco alias, resolvió modificar la redacci()n, pero no el sentido, de dicho artículo, establecién.
CIENCIA menino seguido de un nombre específico que es un sustantivo masculino. Este sustantivo, selli CUlllS, significa vejete ridículo, vejestorio y prohablemente el gran naturalista sueco lo empleó aludiendo a las barbas características del mono hramador. Hoy, éste es el tipo del género Alouatla, y no han faltado zoólogos de nota (algunos tan versados en cosas de fauna americana como Jhering y Osgood) que han querido enmendarle la plana a Linné y han escrito Alottntta senicula, ~omo si el nombre específico fuese un adjetivo. El colmo de la incorrección lo tenemos en otro naturalista, ya desaparecido, como aquellos, y también especializado en mamíferos neotropicales: en Tate, quien .al referirse a una de las subespecies del mismo mono lo hizo bajo el nombre Alouaita senieula stramineus, es decir, tratando de hacer concordar el nombre específico, que es un sustantivo en aposición, y olvidándose de hacerlo con el subespecífico, que es un adjetivo, y que obligatoriamente debe ir en concordancia con el genérico. En el mismo error se ha incurrido a veces con el nombre del parahuaco, otro mono americano denominado por Humboldt Simia monachus, y Pithecia monachús por Geoffroy Saint Hilaire. iVI ol1ael!us quiere decir monje, y ambos naturalistas usaron este nombre específico, masculino, con un nombre genérico femenino. En el bajo latín hay también la palabra monacha, monja, pero no cabe duda de que aquellos autores vieron en el parahuaco algo que les sugirió la idea de un fraile, no la de una religiosa y por eso usaron el sustantivo masculino. Sin embargo, ya en 1876 el zoólogo Schlegel debió de pensar que aquella combinación era incorrecta y escribió Pithecia monacha, forma contraria a las "Reglas" de nomenclatura y que indebidamente fue adoptada por otros autores, principalmente ·nqrteamericanos. De tal arbitrariedad no son sólo culpables los especialistas en mamíferos; algunos ornitólogos claudican. del mismo pie, y justamente el mismo término específico, monaelzus, ofrece un ejemplo. La catita o cotorrita argentina fue denominada en 1783 PsittactlS monachus por Boddaert; actualmente figura en el género Myopsitta, gramaticalmente femenino, y aunque Hartert, vVetmore y otros distinguidos ornitólogos han empleado, correctamente, el binomio M),opsitta monachtlS, en 1912, en su cat;ílogo de las aves sudamericanas, Hrabourne y Chubb se permitieron escribir kI)'opsittamol1ac/¡a, forma que ha sido adoptada por la mayoría de los zoúlogos y que, no obstante, infringe abiertamente las disposiciones del código de nomenclatura. Desde el punto y hora que lllOnac/¡us no es adjetivo, sino sustantivo, al aparecer en aposición con un nombre genérico, sea cual fuere el género gramatical de éste, debe conservar el suyo propio. La concordancia está aquí de m;ís. Un examen algo cletenido de la nomenclatu~a de los diversos grupos zoológicos revelaría, sin duda, otros mucho's casos de nombres específIcos así modificados; innecesariamente y contra las disposiciones reglamentarias, con lo que resultan complicaciones en las sinonimias y se atenta contra la tan traída y llevada estabilidad nomenclatoria. Y como no es justo, por más que sea frecuente, señalar los pecados ajenos y callar los propios, debo declarar que yo también he incurrido en la misma falta, si bien puede acaso servirme de atenuante el que ello ha sido con una palabreja extrai'ía por dem;ís . y que no se encuen tra Hcilmente en los vocabularios. de las lenguas cl;Ísicas. Se tra ta del nombre técnico del curioso primate de Filipinas conocido allí como "mago" y denominado por Meyer, en 1891, Tarsius P/¡ilippensis, el cual ya había recibido de Linné, en 1758, el nombre de Simia syric/¡ta. Hace algunos años, al proponer yo que se devolviera al animalito en cuestión su denominación linneana, por razones de prioridad, usé la combinación Tarsius s)'riehtus, por no' hallar esta palabra en ningún diccionario latino y suponer que era algún adjetivo poco usado, de origen griego. Un estudio más dete- . nido del asunto me ha demostrado que se trata de una latinización arbitraria del sustantivo griego Ci"QlXt"lí:;, que significa flautista. En realidad, Linné debió escribir syricta; pero la falla filológica que supone el transcribir la x griega por eh, y no por e, no tiene gran importancia, como tampoco la tiene el capricho de aplicar ese nombre, más adecuado para un pájaro cantor, a un mamífero del que no se sabe que tenga inclinaciones musicales; lo importante es que el tal nombre es un sustanti,·o de los que entran en la antes menCionada regla, caso b, y por tanto está exento de cambios por concordan CIa. Tanto más, cuanto que syrichla es ya de 175
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