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JOVENES Y SEGURIDAD

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Hay mucha información que no circula, y como no circula, no existe en<br />

el sentido de lo público. Porque los medios tienen ese poder, de hacer<br />

existir o desaparecer realidades sociales, personas, con sólo nombrarlos<br />

o silenciarlos, no hace falta desaparecerlos físicamente. Hemos<br />

escuchado muchas veces: “lo que no sale en los medios, no existe”: el<br />

poder ontologizador de la prensa.<br />

La censura funciona también por sobreinformación: si los<br />

oligopolios mediáticos repiten todo el día -desde su legitimante<br />

posición de productores de efectos de verdad- que hay inseguridad y,<br />

por otro lado, relacionan la inseguridad con la delincuencia y la<br />

delincuencia con la pobreza, construyen un relato que puede resumirse<br />

así: “la inseguridad es la posibilidad (que acecha permanentemente) de<br />

que un pobre entre a mi casa a atacar mi propiedad privada, llevarse<br />

mis objetos y hasta matarme”. El problema más importante del país<br />

pareciera ser esta clase de inseguridad mientras que la solución se<br />

construye como la necesidad de un aumento del poder punitivo<br />

policial, como bien analiza Wacquant (2000 y 2001). En base al<br />

refuerzo de la victimización, ayudan a legitimar (muchas veces<br />

apelando a fórmulas falaces como el “es necesario”, “la ciudadanía<br />

pide más seguridad”, entre otras) para que se sancionen leyes que<br />

hacen posible la existencia de políticas punitivas. Qué es lo que no se<br />

dice: la definición de seguridad como la protección del Estado de los<br />

derechos a que todos los ciudadanos tengan vivienda, comida, trabajo,<br />

educación, salud, previsión social… Esto no se publica en los medios,<br />

al menos no con la insistencia con la que aparecen las noticias<br />

policiales y, si sale información de este tipo, no se la relaciona con la<br />

(in)seguridad. Antes bien, saturan con noticias que alimentan el<br />

“pánico moral” (Hall), presentan la cotidianeidad como un lugar<br />

inseguro, ligan la inseguridad con el robo y construyen al pobre como<br />

chivo expiatorio, al que se le adjudican los atributos de peligroso,<br />

sospechoso, delincuente, sin derechos ciudadanos –el “menos que<br />

humano”, diría Judith Butler– y se lo separa del que sí es humano,<br />

ciudadano, del “decente” y con derechos, el que es “robado”,<br />

“victimizado”. El pobre es, de este modo, relacionado directamente<br />

con las figuras del delincuente o del potencial delincuente, es<br />

tematizado como sujeto peligroso al que no le caben derechos<br />

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