12.07.2015 Views

La Colmena

La Colmena

La Colmena

SHOW MORE
SHOW LESS
  • No tags were found...

You also want an ePaper? Increase the reach of your titles

YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.

Librodot <strong>La</strong> colmena Camilo José Cela103evacuaron a Valencia, durante la guerra civil, a las dos en la misma camioneta.-¡Ay, hija, sí! ¡Estoy encantada! Cuando recibí la noticia de que la señora del novio de miPaquita la habia pringado, creí enloquecer. Que Dios me perdone, yo no he deseado nuncamal a nadie, pero esa mujer era la sombra que oscurecía la felicidad de mi hija.Doña Juana, con la vista clavada en el suelo, reanudó su tema: el asesinato de doña Margot.-¡Con una toalla! ¿Usted cree que hay derecho? ¡Con una toalla! ¡Qué falta de consideraciónpara una ancianita! El criminal la ahorcó con una toalla, como si fuera un pollo. En la mano lepuso una flor. <strong>La</strong> pobre se quedó con los ojos abiertos, según dicen parecía una lechuza, yo notuve valor para verla, a mi estas cosas me impresionan mucho.Yo no quisiera equivocarme, pero a mí me da el olfato que su niño debe andar mezclado entodo esto. El hijo de doña Margot, que en paz descanse, era mariquita, ¿sabe usted?. andabaen muy malas compañías. Mi pobre marido siempre lo decía: quien mal anda, mal acaba.El difunto marido de doña Juana, don Gonzalo Sisemón, habia acabado sus días en unprostíbulo de tercera clase, una tarde que le falló el corazón. Sus amigos lo tuvieron que traeren un taxi, por la noche, para evitar complicaciones. A doña Juana le dijeron que se habíamuerto en la cola de Jesús de Medinaceli, y doña Juana se lo creyó. El cadáver de donGonzalo venía sin tirantes, pero doña Juana no cayó en el detalle.-¡Pobre Gonzalo! -decía-: ¡pobre Gonzalo! ¡Lo único que me reconforta es pensar que se haido derechito al cielo, que a estas horas estará mucho mejor que nosotros! ¡Pobre Gonzalo!Doña Asunción, como quien oye llover, sigue con lo de la Paquita.-¡Ahora, si Dios quisiera que se quedase embarazada! ¡Eso sí que sería suerte! Su novio es unseñor muy considerado por todo el mundo, no es ningún pelagatos, que es todo un catedrático.Yo he ofrecido ir a pie al Cerro de los Ángeles si la niña se queda en estado. ¿No cree ustedque hago bien? Yo pienso que, por la felicidad de una hija, todo sacrificio es poco, ¿no leparece? ¡Que alegría se habrá llevado la Paquita al ver que su novio está libre!A las cinco y cuarto o cinco y media, don Francisco llega a su casa, a pasar la consulta. En lasala de espera hay ya siempre algunos enfermos aguardando con cara de circunstancias y ensilencio. A don Francisco le acompaña su yerno, con quien reparte el trabajo.Don Francisco tiene abierto un consultorio popular, que le deja sus buenas pesetas todos losmeses. Ocupando los cuatro balcones de la calle, el consultorio de don Francisco exhibe unrótulo llamativo que dice: "Instituto Pasteur Koch. Director-propietario, Dr. FranciscoRobles. Tuberculosis, pulmón y corazón. Rayos X. Piel, venéreas, sífilis. Tratamiento dehemorroides por electrocoagulación. Consulta 5 pesetas". Los enfermos pobres de la Glorietade Quevedo, de Bravo Murillo, de San Bernardo, de Fuenca-rral, tienen una gran fe en donFrancisco.-Es un sabio -dicen-, un verdadero sabio, un médico con mucho ojo y mucha práctica. DonFrancisco les suele atajar.-No sólo con fe se curará, amigo mío -les dice cariñosamente, poniendo la voz un pococonfidencial-, la fe sin obras es fe muerta, una fe que no sirve para nada. Hace falta tambiénque pongan ustedes algo de su parte, hace falta obediencia y asiduidad, ¡mucha asiduidad!, noabandonarse y no dejar de venir por aquí en cuanto se nota una ligera mejoría... ¡Encontrarsebien no es estar curado, ni mucho menos! ¡Desgraciadamente, los virus que producen las enfermedadesson tan taimados como traidores y alevosos!Don Francisco es un poco tramposillo, el hombre tiene a sus espaldas un familión tremendo.A los enfermos que, llenos de timidez y de distingos, le preguntan por las sulfamidas, donFrancisco los disuade, casi displicente. Don Francisco asiste, con el corazón encogido, alprogreso de la farmacopea.-Día llegará -piensa- en que los médicos estaremos de más, en que en las boticas habrá unaslistas de pildoras y los enfermos se recetarán solos.Cuando le hablan, decimos, de las sulfamidas, don Francisco suele responder:-Haga usted lo que quiera, pero no vuelva por aquí. Yo no me encargo de vigilar la salud deun hombre que voluntariamente se debilita la sangre.<strong>La</strong>s palabras de don Francisco suelen hacer un gran efecto.Librodot103

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!