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La Colmena

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Librodot <strong>La</strong> colmena Camilo José Cela7Hay reglas generales: las aguas siempre vuelven a sus cauces, las aguas siempre vuelven asalirse de sus cauces, etc. Pero al fantasma, aún tenue, de la realidad, no ha nacido quien loapuntille, quien le dé el certero cachetazo que le haga estirar la pata de una puñetera vez ypara siempre. El mundo gira, y las ideas (?) de los gobernantes del mundo, las histerias, lassoberbias, los enfermizos atavismos de los gobernantes del mundo, giran también y a compásy según convenga. En este valle de lágrimas faltan dos cosas: salud para rebelarse y decenciapara mantener la rebelión; honestamente y sin reticencias, con naturalidad y sin fingirextrañas tragedias, sin caridad, sin escrúpulos, sin insomnios (tal como los astros marchan olos escarabajos se hacen el amor). Todo lo demás es pacto y música de flauta.En uno de estos giros, sonámbulos giros, del inmediato mundo. <strong>La</strong> colmena se ha quedadodentro. Lo mismo hubiera podido -a iguales méritos e intención- acontecer lo contrario. Lomismo, también, hubiera podido no haberse escrito por quien la escribió: otro lo hubierahecho. O nadie (seamos humildes, inmensa y descaradamente humildes, etc.). El escritorpuede llegar hasta el asesinato para redondear su libro; tan sólo se le exige que -en suasesinato y en su libro- sea auténtico y no se dejé arrastrar por las afables y doradas remorasque la sociedad, como una ajada amante ya sin encantos, le brinda a cambio de que enmascareel latido de aquello que a su alrededor sucede.El escritor también puede ahogarse en la vida misma:en la violencia, en el vicio, en la acción. Lo único que al escritor no le está permitido essonreír, presentarse a los concursos literarios, pedir dinero a las fundaciones y quedarse entrePinto y Valdemoro, a mitad de camino. Si el escritor, no se siente capaz de dejarse morir dehambre, debe cambiar de oficio. <strong>La</strong> verdad del escritor no coincide con la verdad de quienesreparten el oro. No quiere decirse que el oro sea menos verdad que la palabra, y sí, tan sólo,que la palabra de la verdad no se escribe con oro, sino con sangre (o con mierda demoribundo, o con leche de mujer, o con lágrimas).<strong>La</strong> ley del escritor no tiene más que dos mandamientos: escribir y esperar. El cómplice delescritor es el tiempo. Y el tiempo es el implacable gorgojo que corroe y hunde la sociedad queatenaza al escritor. Nada importa nada, fuera de. la verdad de cada cual. Y todavía menos quenada, debe importar la máscara de la verdad (aun la máscara de la verdad de cada cual).El escritor es bestia de aguantes insospechados, animal de resistencias sinfín, capaz de dejarsela vida -y la reputación, y los amigos, y la familia, y demás confortables zarandajas- a cambiode un fajo de cuartillas en el que pueda adivinarse su minúscula verdad (que, a veces, coincidecon la minúscula y absoluta libertad exigible al hombre). Al escritor nada, ni siquiera laliteratura, le importa. El escritor obediente, el escritor uncido al carro del político, delpoderoso o del paladín, brinda a quienes ven los toros desde la barrera (los hombresclasificados en castas, clases o colegios) un espectáculo demasiado triste. No hay más escritorcomprometido que aquel que se jura fidelidad a sí mismo, que aquel que se comprometeconsigo mismo. <strong>La</strong> fidelidad a los demás, si no coincide, como una moneda con otra moneda,con la violenta y propia fidelidad al dictado de nuestra conciencia, no es maña de mayorrespeto que la disciplina -o los reflejos condicionados- del caballo del circo.El escritor nada pide porque nada -ni aun voz ni pluma- necesita, y le basta con la memoria.Amordazado y maniatado, el escritor sigue siendo escritor. Y muerto, también: que su vozresuena por el último confín del desierto, y que el recuerdo de sus criaturas ahí queda. Malque pese a los pobres títeres que quieren arreglar el mundo con el derecho administrativo.A la sociedad, para ser feliz en su anestesia (las hojas del rábano de la esperanza), le sobranlos escritores. Lo malo para la sociedad es que no ha encontrado la fórmula de raerlos de sí ode hacerlos callar. Tampoco está en el camino de conseguirlo.En los tiempos modernos, el escritor ha adoptado cuatro sucesivas actitudes ante los políticosobstinados en conducir al hombre por derroteros artificiales (todos los derroteros por dondelos políticos han querido conducir al hombre son artificiales, y todos los políticos seobstinaron en no permitir al hombre caminar por su natural senda de íntima libertad). Alescritor que se hubiera cambiado por el político sucedió el escritor que se conformaba conLibrodot7

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