Librodot <strong>La</strong> colmena Camilo José Cela42sale del mostrador. Coloca todo sobre la mesa, y habla. Se le nota en los ojos, que le brillan unpoco, que ha hecho un gran esfuerzo para arrancar.-¿Ha cobrado usted?Martín lo mira como si mirase a un ser muy extraño.-No, no he cobrado. Ya le dije a usted que cobro los días cinco y veinte de cada mes.Celestino se rasca el cuello.-Es que...-¡Qué!-Pues que con este servicio ya tiene usted veintidós pesetas.-¿Veintidós pesetas? Ya se las daré. Creo que le he pagado a usted siempre, en cuanto hetenido dinero.-Ya sé.-¿Entonces?Martín arruga un poco la frente y ahueca la voz.-Parece mentira que usted y yo andemos a vueltas siempre con lo mismo, como si notuviéramos tantas cosas que nos unan.-¡Verdaderamente! En fin, perdone, no he querido molestarle, es que, ¿sabe usted?, hoy hanvenido a cobrar la contribución.Martin levanta la cabeza con un profundo gesto de orgullo y de desprecio, y clava sus ojossobre un grano que tiene Celestino en la barbilla.Martin da dulzura a su voz, sólo un instante.-¿Qué tiene usted ahi?-Nada, un grano.Martín vuelve a fruncir el entrecejo y a hacer dura y reticente la voz.-¿Quiere usted culparme a mí de que haya contribuciones?-¡Hombre, yo no decía eso!-Decía usted algo muy parecido, amigo mío. ¿No hemos hablado ya suficientemente de losproblemas de la distribución económica y del régimen contributivo?Celestino se acuerda de su maestro y se engalla.-Pero con sermones yo no pago el impuesto.-¿Y eso le preocupa, grandísimo fariseo? Martín lo mira fijamente, en los labios una sonrisamitad de asco, mitad de compasión.-¿Y usted lee a Nietzsche? Bien poco se le ha pegado. ¡Usted es un mísero pequeño burgués!-¡Marco!Martín ruge como un león.-¡Sí, grite usted, llame a sus amigos los guardias!-¡Los guardias no son amigos míos!-¡Pegúeme si quiere, no me importa! No tengo dinero, ¿se entera? ¡No tengo dinero! ¡No esninguna deshonra!Martín se levanta y sale a la calle con paso de triunfador. Desde la puerta se vuelve.-Y no llore usted, honrado comerciante. Cuando tenga esos cuatro duros y pico, se los traerépara que pague la contribución y se quede tranquilo. ¡Allá usted con su conciencia! Y ese caféme lo apunta y se lo guarda donde le quepa, ¡no lo quiero!Celestino se queda perplejo, sin saber qué hacer. Piensa romperle un sifón en la cabeza, porfresco, pero se acuerda: "Entregarse a la ira ciega es señal de que se está cerca de laanimalidad". Quita su libro de encima de los botellines y lo guarda en el cajón. Hay días enque se le vuelve a uno el santo de espaldas, en que hasta Nietzsche parece como pasarse a laacera contraria.Pablo había pedido un taxi.-Es temprano para ir a ningún lado. Si te parece nos meteremos en cualquier cine, a hacertiempo.-Como tú quieras, Pablo, el caso es que podamos estar muy juntitos.El botones llegó. Después de la guerra casi ningún botones lleva gorra.Librodot42
Librodot <strong>La</strong> colmena Camilo José Cela43-El taxi, señor.-Gracias. ¿Nos vamos, nena?Pablo ayudó a <strong>La</strong>urita a ponerse el abrigo. Ya en el coche, <strong>La</strong>urita le advirtió:-¡Qué ladrones! Fíjate cuando pasemos por un farol: va ya marcando seis pesetas.Martín, al llegar a la esquina de O'Donnell, se tropieza con Paco.En el momento en que oye "¡Hola!", va pensando:-Si, tenía razón Byron: si tengo un hijo haré de él algo prosaico, abogado o pirata.Paco le pone una mano sobre el hombro.-Estás sofocado. ¿Por qué no me esperaste? Martín parece un sonámbulo, un delirante.-¡Por poco lo mato! ¡Es un puerco!-¿Quién?-El del bar.-¿El del bar? ¡Pobre desgraciado! ¿Qué te hizo?-Recordarme los cuartos. ¡Él sabe de sobra que, en cuanto tengo, pago!-Pero, hombre, ¡le harían falta!-Sí, para pagar la contribución. Son todos iguales. Martín miró para el suelo y bajó la voz.-Hoy me echaron a patadas de otro Café.-¿Te pegaron?-No, no me pegaron, pero la intención era bien clara. ¡Estoy ya muy harto, Paca!-Anda, no te excites, no merece la pena. ¿A dónde vas?-A dormir.-Es lo mejor. ¿Quieres que nos veamos mañana?-Como tú quieras. Déjame recado en casa de Filo, yo me pasaré por allí.-Bueno.-Toma el libro que querías. ¿Me has traído las cuartillas?-No, no pude. Mañana veré si las puedo coger.<strong>La</strong> señorita Elvira da vueltas en la cama, está desazonada: cualquiera diría que se habíaechado al papo una cena tremenda. Se acuerda de su niñez y de la picota de Villalón; es unrecuerdo que la asalta a veces. Para desecharlo, la señorita Elvira se pone a rezar el Credohasta que se duerme; hay noches -en las que el recuerdo es más pertinaz- que llega a rezarhasta ciento cincuenta o doscientos Credos seguidos.Martin pasa las noches en casa de su amigo Pablo Alonso, en una cama turca puesta en elropero. Tiene una llave del piso y no ha de cumplir, a cambio de la hospitalidad, sino trescláusulas: no pedir jamás una peseta, no meter a nadie en la habitación y marcharse a lasnueve y media de la mañana para no volver hasta pasadas las once de la noche. El caso deenfermedad no estaba previsto.Por las mañanas, al salir de casa de Alonso, Martin se mete en Comunicaciones o en el Bancode España, donde se está caliente y se pueden escribir versos por detrás de los impresos de lostelegramas y de las imposiciones de las cuentas corrientes.Cuando Alonso le da alguna chaqueta, que deja casi nuevas, Martín Marco se atreve a asomarlos hocicos, después de la hora de la comida, por el hall del Palace. No siente gran atracciónpor el lujo, ésa es la verdad, pero procura conocer todos los ambientes.-Siempre son experiencias -piensa.Don Leoncio Maestre se sentó en su baúl y encendió un pitillo. Era feliz como nunca y pordentro cantaba "<strong>La</strong> donna é mobile", en un arreglo especial. Don Leoncio Maestre, en sujuventud, se había llevado la flor natural en unos juegos florales que se celebraron en la islade Menorca, su patria chica.<strong>La</strong> letra de la canción que cantaba don Leoncio era, como es natural, en loa y homenaje de laseñorita Elvira. Lo que le preocupaba era que, indefectiblemente, el primer verso tenía quellevar los acentos fuera de su sitio. Había tres soluciones:1ª ¡Oh,bella Elvírita!2ª¡Oh,bella Elvírita!Librodot43