Librodot <strong>La</strong> colmena Camilo José Cela92-Sí, Pablo, mucho. Me gusta mucho, muchísimo...Martín siente frio y piensa ir a darse una vuelta por los hotelitos de la calle de Alcántara, de lacalle de Montesa, de la calle de <strong>La</strong>s Naciones, que es una callejuela corta, llena de misterio,con árboles en las rotas aceras y paseantes pobres y pensativos, que se divierten viendo entrary salir a la gente de las casas de citas, imaginándose lo que pasa dentro, detrás de los muros desombrío ladrillo rojo.El espectáculo, incluso para Martín, que lo ve desde dentro, no resulta demasiado divertido,pero se mata el tiempo. Además, de casa en casa, siempre se va cogiendo algo de calor.Y algo de cariño también. Hay algunas chicas muy simpáticas, las de tres duros; no son muyguapas, ésa es la verdad, pero son muy buenas y amables, y tienen un hijo en los agustinos oen los jesuítas, un hijo por el que hacen unos esfuerzos sin límite para que no salga un hijo deputa, un hijo al que van a ver, de vez en cuando, algún domingo por la tarde, con un velito a lacabeza y sin pintar. <strong>La</strong>s otras, las de postín, son insoportables con sus pretensiones y con suempaque de duquesas; son guapas, bien es cierto, pero también son atravesadas y despóticas,y no tienen ningún hijo en ningún lado. <strong>La</strong>s putas de lujo abortan, y si no pueden, ahogan a lacriatura en cuanto nace, tapándole la cabeza con una almohada y sentándose encima.Martín va pensando, a veces habla en voz baja.-No me explico -dice- cómo sigue habiendo criaditas de veinte años ganando doce duros.Martín se acuerda de Petrita, con sus carnes prietas y su cara lavada, con sus piernas derechasy sus senos levantándole la blusita o el jersey.-Es un encanto de criatura, haría carrera y hasta podría ahorrar algunos duros. En fin, mientrassiga decente, mejor hace. Lo malo será cuando la tumbe cualquier pescadero o cualquierguardia de Seguridad. Entonces será cuando se dé cuenta de que ha estado perdiendo eltiempo. ¡Allá ella!Martin sale por Lista y al llegar a la esquina del General Pardiñas le dan el alto, le cachean yle piden la documentación.Martín iba arrastrando los pies, iba haciendo ¡clas! ¡clas! sobre las losas de la acera. Es unacosa que le entretiene mucho...Don Mario de la Vega fue pronto a la cama, el hombre quería estar descansado al díasiguiente, por si salía bien la maniobra que llevaba doña Ramona.El hombre que iba a entrar cobrando dieciséis pesetas, no era cuñado de una muchacha quetrabajaba de empaquetadora en la tipografía "El Porvenir", de la calle de la Madera, porque asu hermano Paco le había agarrado la tisis con saña.-Bueno, muchacho, hasta mañana, ¿eh?-Adiós, siga usted bien. Hasta mañana y que Dios le dé mucha suerte, le estoy a usted muyagradecido.-De nada, hombre, de nada. El caso es que sepas trabajar.-Procuraré, sí, señor.Al aire de la noche, Petrita se queja, gozosa, toda la sangre del cuerpo en la cara.Petrita quiere mucho al guardia, es su primer novio, el hombre que se llevó las primicias pordelante. Allí en el pueblo, poco antes de venirse, la chica tuvo un pretendiente, pero la cosa nopasó a mayores.-¡Ay, Julio, ay, ay! ¡Ay, qué daño me haces! ¡Bestia! ¡Cachondo! ¡Ay, ay!El hombre le muerde en la sonrosada garganta, donde se nota el tibio golpecito de la vida.Los novios esperan unos momentos en silencio, sin moverse. Petrita parece como pensativa.-Julio.-Qué.-¿Me quieres?El sereno de la calle de Ibiza se guarece bajo un portal que deja entornado por si alguienllama.El sereno de la calle de Ibiza enciende la luz de la escalera; después se da aliento en los dedos,que le dejan al aire los mitones de lana, para desentumecerlos. <strong>La</strong> luz de la escalera se acabapronto. El hombre se frota las manos y vuelve a dar la luz. Después saca la petaca y lía unLibrodot92
Librodot <strong>La</strong> colmena Camilo José Cela93pitillo.Martín habla suplicante, acobardado, con precipitación. Martín está tembloroso como unavara verde.-No llevo documentos, me los he dejado en casa. Yo soy escritor, yo me llamo Martín Marco.A Martín le da la tos. Después se ríe.-¡Je, je! Usted perdone, es que estoy algo acatarrado, eso es, algo acatarrado, ¡je, je!A Martín le extraña que el policía no lo reconozca.-Colaboro en la prensa del Movimiento, pueden ustedes preguntar en la Vicesecretaria, ahí enGenova. Mi último artículo salió hace unos días en varios periódicos de pro vincias: en Odiel,de Huelva; en Proa, de León; en Ofensiva, de Cuenca. Se llamaba Razones de la permanenciaespiritual de Isabel la Católica,El policía chupa su cigarrillo.-Ande, siga. Vayase a dormir, que hace frío.-Gracias, gracias.-No hay de qué. Oiga. Martín creyó morir.-Qué.-Y que no se le quite la inspiración.-Gracias, gracias. Adiós.Martin aprieta el paso y no vuelve la cabeza, no se atreve. Lleva dentro del cuerpo un miedoespantoso que no se explica.Don Roberto, mientras acaba de leer el periódico, acaricia, un poco por cumplido, a su mujer,que apoya la cabeza sobre su hombro. A los pies, en este tiempo, siempre se echan un viejoabrigo.-Mañana qué es, Roberto, ¿un día muy triste o un día muy feliz?-¡Un día muy feliz, mujer!Filo sonríe. En uno de los dientes de delante tiene una caries honda, negruzca, redondita.-Sí, ¡bien mirado!<strong>La</strong> mujer, cuando sonríe honestamente, emocionadamente, se olvida de su caries y enseña ladentadura.-Sí, Roberto, es verdad. ¡Qué día más feliz mañana!-¡Pues claro, Filo! Y, además, ya sabes lo que yo digo, ¡mientras todos tengamos salud!-Y la tenemos, Roberto, gracias a Dios.-Sí, no podemos quejarnos. ¡Cuántos están peor! Nosotros, mal o bien, vamos saliendo. Yo nopido más.-Ni yo, Roberto. Verdaderamente, muchas gracias tenemos que dar a Dios, ¿no te parece?Filo está mimosa con su marido. <strong>La</strong> mujer es muy agradecida; el que le hagan un poco de casole llena de alegría.Filo cambia algo la voz,-Oye, Roberto.-Qué.-Deja el periódico, hombre.-Si tú quieres...Filo coge a don Roberto de un brazo.-Oye.-Qué.<strong>La</strong> mujer habla como una novia.-¿Me quieres mucho?-¡Pues claro, hijita, naturalmente que mucho! ¡A quién se le ocurre!-¿Mucho, mucho?-Don Roberto deja caer las palabras como en un sermón; cuando ahueca la voz, para deciralgo solemne, parece un orador sagrado.-¡Mucho más de lo que te imaginas!Martín va desbocado, el pecho jadeante, las sienes con fuego, la lengua pegada al paladar, laLibrodot93