Recordatoriosvarios historiadores de distintas orientaciones, entre los cuales, además de Romero, se encontrabanOsvaldo Bayer, Fermín Chávez, Norberto D'Atri y Enrique de Gandía.José Luís Romero fue profundo e incisivo en su intervención, porque ella no se ciñó sólo alaspecto instrumental y al contenido ideológico: fue también una aguda reflexión sobre la propiaciencia de la historia. Permítaseme abusar de la extensión de las citas textuales.Si se tratara de condensar en una frase mi respuesta, bastaría decir que lahistoria se enseña muy mal en todos los grados de la enseñanza. Pero meapresuro a agregar que la culpa no es de los maestros y los profesores: es de laciencia histórica misma, cuya estructura epistemológica y cuyas peculiaridades generalesplantean problemas graves y casi insolubles.Tanto en la escuela primaria como en la secundaria la historia no se enseñacomo una ciencia sino como una disciplina destinada a crear, o a fortalecer, oa negar, una imagen del pasado que conviene a la orientación predominante.Y esto ha ocurrido siempre, porque la historia es la conciencia viva de lahumanidad y de cada una de sus comunidades, y nadie podría prescindir desu apoyo para defender su propia imagen y su propio proyecto de vida.Romero se preguntaba entonces “¿Qué es pensar históricamente?” Y respondía:En el caso de la escuela primaria es más difícil aún porque aunque seaconsejara una exposición objetiva y neutral de los hechos, no se puedecontar con que el niño haga su propio juicio, y lo más seguro es que loshechos resulten juzgados con la óptica de los padres o del círculo donde elniño se mueve.En el caso de la escuela secundaria el problema es un poco menoscomplicado. En ella es claro que la simple enseñanza de los hechos políticosno enseña a pensar históricamente. Y esto es lo que, en la medidaconveniente, debe empezar a hacerse. Qué es pensar históricamente, es cosa difícilde explicar en pocas líneas. Pero aún a riesgo de caer en un simplismo, yo diría queconsiste principalmente en acostumbrar a examinar el revés de la trama. Es importanteque se enuncien los hechos políticos, y no me niego a que se repitan dememoria, aunque sea un mecanismo odioso. Lo importante es que se le dé aladolescente algo más: algo que lo incite a buscar qué hay detrás del puro episodio. Estosupone que los profesores y los autores de textos partan del principio de que el análisishistórico debe referirse a procesos y no a hechos.En el quehacer docente en materia de enseñanza de la historia entendía que la tarea delmaestro y/o el profesor era ayudar a los estudiantes a comprender la misma.Quizá el único consejo que podría darse -muy difícil de seguir, por lodemás- sería tratar de internalizar el principio de que pertenece a la tradicióndel país todo lo que el país ha hecho, sin exclusiones, y que conviene sermoderado en la división maniquea entre buenos y malos. Pero, como se ve,es un consejo difícil de seguir y más difícil de postular, puesto que no puedeaconsejarse a nadie que se acostumbre a renunciar al juicio moral. 2José Luís Romero falleció en Tokio, cuando asistía a una reunión del Consejo Directivo de laUniversidad de las Naciones Unidas, el 28 de febrero de 1977. No dejó discípulos, al menos en elsentido estricto de la expresión. Los avatares políticos del país tampoco contribuyeron a que generarauna “escuela”. En Argentina misma, buena parte de lo mejor de sus aportes no ha tenido continuidady hoy no son muchos quienes lo citan o tienen presente. También aquí tuvo la mala suerte de nacer enel Sur. Pero sigue siendo, como decía Romano, uno de los grandes.822 En revista Crisis, nº 8, Buenos Aires, diciembre de 1973; itálicas mías.e-<strong>l@tina</strong>, Vol. 7, núm. <strong>27</strong>, Buenos Aires, abril-junio de 2009 – http://www.iealc.fsoc.uba.ar/elatina.htm
RecordatoriosUn recuerdo personalPara finalizar, permítaseme un recuerdo personal. Supe de José Luís Romero desde niño. Pormi padre lo conocí como dirigente político y en alguna ocasión, en las campañas electorales de 1957,me colé en el palco donde él y mi padre eran oradores del mítin partidario. Ese mismo año conocí aRomero historiador: mi profesora de Historia, en el primer año de la escuela secundaria, nos hacíaestudiar utilizando la Historia Antigua y Medieval, un libro excepcional entre los textos escolares,alejado de la escolástica historizante de los manuales por entonces en boga. También era excepcional,al menos en las escuelas del interior del país, que ese libro fuese utilizado por los docentes (muchomenos, por los alumnos).De ahí salté, todavía adolescente, a la lectura motivante de El ciclo de la revolución contemporánea,Introducción al mundo actual y Las ideas políticas en Argentina. Ya en la universidad, sumé Latinoamérica:situaciones e ideologías, El pensamiento político de la derecha latinoamericana y La revolución burguesa en el mundofeudal. Este último fue un libro clave, como bibliografía contestaria contra la visión reaccionaria de losdocentes de Historia de la Edad Media que nos enseñaban una historia centrada en la Iglesia y en lacual el feudalismo no existió.Pero el libro de Romero que prefiero, el que más aprehendí y utilicé fue Latinoamérica, lasciudades y las ideas. Un texto que, sumado a mi experiencia como profesor de Sociología en la Facultadde Arquitectura y Urbanismo de la Universidad de Córdoba (donde aprendí mucho de loshistoriadores de la arquitectura y de los urbanistas), me enseñó mucho para poder observar losprocesos sociohistóricos desarrollados en las ciudades. Mi tesis de doctorado no hubiese sido lamisma sin las enseñanzas de esas dos vertientes.Por cierto, he tenido y tengo diferencias con algunas interpretaciones de Romero, pero ellas noanulan lo mucho que aprendí de él, en particular aquello que contribuyó a su grandeza: no sólo lacondición de gran historiador, incisivo, original, innovador, sino, tal vez por sobre todo, supermanente predisposición a unir inextricablemente las irrenunciables actitudes de pensarhistóricamente –esa difícil práctica de examinar el revés de la trama- y de comprometerse con losproblemas de su sociedad y de su tiempo.e-<strong>l@tina</strong>, Vol. 7, núm. <strong>27</strong>, Buenos Aires, abril-junio de 2009 – http://www.iealc.fsoc.uba.ar/elatina.htm 83
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