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SERMONES DE AVIVAMIENTO por R.M. McCheyne

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presentaron casos de disciplina, yo los consideraba como dignos de aborrecimiento. Constituíanuna obligación ante la cual yo me encogía. Pero agradó al Señor, que enseña a sus siervos de unamanera muy distinta que el hombre, bendecir -incluso don la conversión- algunos de los casos dedisciplina a nuestro cuidado. Desde entonces una nueva luz se encendió en mí mente: me dicuenta de que no sólo la predicación era una ordenanza de Cristo, sino también el ejercicio de ladisciplina eclesiástica."Mientras el vigor y fuerza espiritual de su alma alcanzaba una grandeza gigantesca, lasalud física de <strong>McCheyne</strong> se veía mermada y debilitada a medida que transcurrían los días. Afinales del año 1838, una violenta palpitación del corazón, ocasionada <strong>por</strong> sus arduas laboresministeriales obligaron al joven pastor a tomar un descanso. Y como sea que su convalecenciasiguiera un ritmo muy lento, un grupo de pastores, reunidos en Edimburgo en la primavera de1839, decidió invitar a <strong>McCheyne</strong> a que se uniera a una comisión de pastores que proyectaba ir aPalestina para estudiar las posibilidades misioneras de la Tierra Santa. Todos creían que tanto elclima como el viaje redundarían en beneficio de la salud del pastor. Desde un punto de vistaespiritual, su estancia en Palestina constituyó una verdadera bendición para su alma. Visitar loslugares que habían sido escenario de la vida y obra del bendito Maestro, y pisar la misma tierraque un día pisara el varón de Dolores, fue una experiencia indescriptible para el joven pastor. Sinembargo, físicamente el estado de <strong>McCheyne</strong> no mejoró, antes <strong>por</strong> el contrario, parecía que sutabernáculo terrestre amenazaba un desmoronamiento total. Y así a últimos de julio de 1839,encontrándose la delegación misionera cerca de Esmirna, y ya en camino de regreso, <strong>McCheyne</strong>cayó gravemente enfermo. Cuando todo hacía pensar en una rápida muerte, el Señor extendió sumano sanadora, y el gran siervo del evangelio pudo <strong>por</strong> fin regresar a su amada Escocia y a suquerido rebaño en Dundee.Durante su ausencia, el Espíritu Santo empezó a obrar un avivamiento maravilloso enEscocia. Este avivamiento empezó en Ki1syth, y bajo la predicación del joven pastor W. C.Burns, que había sustituido a <strong>McCheyne</strong> mientras durase su convalecencia. En un corto espaciode tiempo la fuerza del Espíritu Santo, que impulsaba el avivamiento, se dejó sentir en muchoslugares. En Dundee, donde los cultos se prolongaban hasta muy entrada la noche cada día de lasemana, las conversiones fueron muy numerosas. Parecía como si toda la ciudad hubiera sidosacudida <strong>por</strong> el poder del Espíritu.En noviembre del mismo alío, <strong>McCheyne</strong>, mejorado ya de su enfermedad, regresó denueva a su congregación. Los miembros de la iglesia de San Pedro desbordaban de gozo al verde nuevo el rostro amado de su pastor. La iglesia registró un lleno absoluto, y mientras todosesperaban que <strong>McCheyne</strong> ocupase el púlpito, un silencio absoluto reinaba entre los allícongregados. Muchos miembros derramaron lagrimas de gratitud al ver de nuevo el rostro de supastor. Pero al finalizar el culto, Y movidos <strong>por</strong> el poder de su predicación, muchos fueron lospecadores que derramaron lágrimas de arrepentimiento.El regreso de <strong>McCheyne</strong> a Dundee mareó un nuevo episodio en su ministerio y tambiénen la iglesia escocesa. Parecía como si a partir de entonces el Señor se hubiera dispuesto acontestar las oraciones que el joven Pastor elevara al principio de su ministerio suplicando unavivamiento allí donde predicara <strong>McCheyne</strong>, el Espíritu añadía nuevas almas a la Iglesia.

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