<strong>La</strong> necesidad de una ciencia de interpretación es cosa que se impone en vista de lasdiversidades mentales y espirituales de los hambres. Aun el trato personal entre individuos deuna misma nación e idioma a veces se hace difícil y embarazoso a causa de los diferentes estilosde pensamiento y de expresión. El mismo apóstol Pedro halló en las epístolas de Pablo cosasdifíciles de entender (2 Pedro 3: 16) . Pero especialmente grandes y variadas son las dificultadespara entender los escritos de los que difieren de nosotros en nacionalidad y en lengua. Aun loseruditos se hallan divididos en sus tentativas por descifrar e interpretar los registros del pasado.Únicamente a medida que los exegetas vayan adoptando principios y métodos <strong>com</strong>unes deprocedimiento, la interpretación de la Biblia alcanzará la dignidad y seguridad de una cienciaestablecida; pues si alguna vez el ministerio divinamente asignado de la reconciliación, ha derealzar el perfeccionamiento de los santos y la edificación del cuerpo de Cristo, de manera detraer a todos a la obtención de la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios (Efes. 4:12-13) ello debe hacerse por medio de una interpretación correcta y un empleo eficaz de laPalabra de Dios. <strong>La</strong> interpretación y aplicación de esa Palabra debe descansar sobre una cienciasana y manifiesta de la Hermenéutica.***CAPITULO ICUALIDADES DEL INTÉRPRETEEn primer lugar, el intérprete de las Escrituras, -y, en realidad, de cualquier libro que sea,-debe poseer un, a mente sana y bien equilibrada; ésta es condición indispensable, pues ladificultad de <strong>com</strong>prensión, el raciocinio defectuoso y la extravagancia de la imaginación, soncosas que pervierten el raciocinio y conducen a ideas vanas y necias. Todos esos defectos, -y auncualquiera de ellos,- inutiliza al que los sufre para ser intérprete de la Palabra de Dios. Unrequisito especial del intérprete es la rapidez de percepción. Debe gozar del poder de asir elpensamiento de su autor y notar, de una mirada, toda su fuerza y significado. A esa rapidez depercepción debe ir unida una amplitud de vistas y claridad de entendimiento prontos a coger nosólo el intento de las palabras y frases sino también el designio del argumento. Por ejemplo: altratar de explicar la Epístola a los Gálatas, una percepción rápida notara el tono apologético delos dos primeros capítulos, la vehemente audacia de Pablo al afirmar la autoridad divina de suapostolado y las importantes consecuencias de sus pretensiones. Notará, también, con cuántafuerza los incidentes personales a que se hace referencia en la vida y ministerio de Pablo entranen su argumento. Se apreciará vivamente la apasionada apelación a los "¡gálatas necios!", alprincipio del capítulo tercero y la transición natural, desde ese punto a la doctrina de laJustificación. <strong>La</strong> variedad de argumento y de ilustración en los capítulos tercero y cuarto, y laaplicación exhortatoria y los consejos prácticos de los dos últimos capítulos también saltarán a lavista; y entonces, la unidad, el intento, y la derechura de toda la epístola estarán retratados ante elojo de la mente <strong>com</strong>o un todo perfecto, el que se irá apreciando más y más, a medida que seañada atención y estudio a los detalles y minucias.El intérprete debe ser capaz de percibir rápidamente lo que un pasaje no enseña, así<strong>com</strong>o de abarcar su verdadera tendencia.
Un intelecto vigoroso no estará desprovisto de poder imaginativo. En las descripcionesnarrativas se deja lugar para mucho que no se dice, y abundan hermosos pasajes en las Escriturasque no pueden ser debidamente apreciados por personas carentes de poder imaginativo. El intérpretefiel frecuentemente debe transportarse al pasado y pintar para su propia alma las escenas delos tiempos antiguos. Debe poseer una intuición de la naturaleza y de la vida humana que lepermita clocarse en lugar de los escritores bíblicos y ver y sentir <strong>com</strong>o ellos. Pero, a veces, haacontecido que los hombres dotados de mucha imaginación han sido expositores poco seguros.Una fantasía exuberante se halla expuesta a errar en el juicio, introduciendo conjeturas yfantasías en lugar de exégesis válida. <strong>La</strong> imaginación corregida y bien disciplinada se asocia alpoder de la concepción y del pensamiento abstracto, hallándose así en aptitud de formar, si se lepiden, hipótesis para usarlas en ilustraciones o en argumentos.Pero, -sobre toda otra cosa, un intérprete de las Escrituras necesita un criterio sano ysobrio. Su mente debe tener la <strong>com</strong>petencia necesaria para analizar, examinar y <strong>com</strong>parar. Nodebe dejarse influir por significados ocultos, por procesos espiritualizantes ni por plausiblesconjeturas. Antes de pronunciarse, debe pesar todos los pro y los contra de alguna posibleinterpretación; debe considerar si sus principios son sostenibles y consecuentes consigo mismos;debe balancear las probabilidades y llegar a conclusiones con las mayores precauciones posibles.Es dable entrenar y robustecer un criterio semejante, un discernimiento lleno de finaobservación, y no debe economizarse trabajo en constituirlo en un hábito de la mente, tan seguro<strong>com</strong>o digno de confianza.Los frutos de semejante discernimiento serán la corrección y la delicadeza. El intérpretedel libro sagrado hallará la necesidad de estas cualidades para descubrir las múltiples bellezas yexcelencias esparcidas en rica pr<strong>of</strong>usión por sus páginas. Pero tanto su gusto <strong>com</strong>o su criteriodeben recibir la instrucción necesaria para discernir entre los ideales verdaderos y los falsos. <strong>La</strong>honestidad a toda costa, así <strong>com</strong>o la sencillez de la gente del mundo antiguo, hieren muchostontos refinamientos de la gente moderna. Una sensibilidad exagerada halla, a veces, motivospara ruborizarse por algunas expresiones que en las Escrituras aparecen sin la más mínima ideade impureza. En tales casos, el gusto correcto leerá de acuerdo con el verdadero espíritu delescritor y de su época.En la interpretación de la Biblia, en todas partes hallamos que se da por sentado que ha dehacerse uso de la razón. <strong>La</strong> Biblia viene a nosotros en la forma del lenguaje humano, apela anuestra razón y juicio; invita a la investigación y condena una incredulidad ciega. Debe serinterpretada <strong>com</strong>o cualquier otro volumen, mediante una rígida aplicación de las mismas leyesdel lenguaje y el mismo análisis gramatical. Aun en aquellos pasajes de los que puede decirseque se hallan fuera de los límites a que alcanza la razón, en el reino de la revelación sobrenatural,<strong>com</strong>pete al criterio racional el decir si realmente la revelación de que se trata es sobrenatural. Enasuntos que están más allá del alcance de su visión, puede la razón, con argumentos válidos,explicar su propia in<strong>com</strong>petencia y por la analogía y diversas sugestiones demostrar que haymuchas cosas que están fuera de su dominio, las que, a pesar de ello, son verdaderas yenteramente justas, ,y deben aceptarse sin disputas. De esta manera la razón misma puede sereficaz para robustecer la fe en lo invisible y eterno.Pero es conveniente que el expositor de la Palabra de Dios cuide de que todos susprincipios y sus procedimientos de raciocinio sean sanos y tengan consistencia propia. No debecolocarse sobre premisas falsas. Debe abstenerse de dilemas que acarrean confusión. Sobre todo,debe evitar el precipitarse a establecer conclusiones faltas del debido apoyo. No debe jamás darpor sentado lo que sea de carácter dudoso o esté en tela de juicio. Todas esas falacias lógicas
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su más amplio sentido) no habló a
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