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MESA 014

Dedicamos nuestro próximo número a las legumbres, tan importantes en la nueva cocina y en la culminación de un gran plato, y tan olvidadas por los consumidores. Su riqueza nutricional, las mejores formas de cocción y las recetas de los grandes chefs.

Dedicamos nuestro próximo número a las legumbres, tan importantes en la nueva cocina y en la culminación de un gran plato, y tan olvidadas por los consumidores. Su riqueza nutricional, las mejores formas de cocción y las recetas de los grandes chefs.

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| JESÚS VILLANUEVA JIMÉNEZ |<br />

tomé en Lepanto café a diario, sólo por verla,<br />

por escuchar su voz unos minutos, que trataba<br />

de alargar dándole conversación, aguzando<br />

mi ingenio para hacerle reír. Luego, a los cafés<br />

se unieron los almuerzos, y durante ellos mis<br />

halagos a su cocina: “No hay fogones en la ciudad<br />

que igualen ni por asomo los cocidos de<br />

legumbres de esta casa”, le dije muchas veces.<br />

“Estas lentejas con chorizo son insuperables”.<br />

“¡Madre de Dios, qué fabada más exquisita!”.<br />

“Amelia, ni en el cielo te dan unos garbanzos<br />

con bacalao tan ricos como estos”. ¡Dios mío,<br />

cuánto me enamoró su mirada encendida, su<br />

sonrisa de medio lado, la voz cálida en aquel<br />

susurro femenino! ¡Amelia, Amelia, Amelia…!<br />

Yo le confesé haberme dado cuenta del fallido<br />

amor que creí sentir por mi esposa, al experimentar<br />

cómo y cuánto se estremecía hasta el<br />

último poro de mi piel cuando ella se me acercaba<br />

y rozaba sus tibios dedos con mi mano.<br />

Ella callaba ante mis declaraciones de amor,<br />

hasta que un día no pudo más y también delató<br />

a su perdido corazón. Yo estuve dispuesto a dejar<br />

a mi esposa para correr a sus brazos. Ella no<br />

halló valor para hacer lo mismo, aun teniendo<br />

la certeza de que jamás sentiría por su marido<br />

ni un ápice de lo que yo le hacía sentir. Nunca<br />

más volví por Cafetería Lepanto.<br />

Me temblaban las rodillas, pero me armé de valor.<br />

Llamé a la camarera y le pedí hablar con el<br />

propietario del negocio. La cordial empleada se<br />

ofreció a atenderme en lo que fuera menester,<br />

yo insistí en hablar con el dueño. Al minuto, la<br />

camarera le hablaba casi al oído a la patrona.<br />

Amelia miró hacía mi rincón. ¿Me reconocería?<br />

La última vez que nos vimos, además de treinta<br />

y dos años menos, me afeitaba cada día y lucía<br />

una tupida cabellera, y hoy cubro el rostro con<br />

barba cana y coronan cuatro pelos mi triste anatomía.<br />

Tomé una cucharada, observando de soslayo<br />

cómo se acercaba a mi mesa la mujer de la que<br />

aún seguía enamorado. Casi podía escuchar los<br />

latidos de mi corazón acelerado.<br />

—¿Quería usted hablar conmigo? —inquirió<br />

Amelia, en tono afable, con la misma voz de entonces,<br />

pero con la expresión indiferente de quien<br />

habla con un extraño.<br />

Alcé la cara, me limpié los labios con la servilleta<br />

y la miré con toda la serenidad que logré reunir.<br />

Estaba más bella que nunca. La emoción me dificultaba<br />

pronunciar palabra.<br />

—Se trata de los garbanzos… —improvisé, porque<br />

ni había pensado qué decirle si es que aún la<br />

encontraba en Lepanto, cuando alguien me informó<br />

de que Amelia hacía un año había enviudado.<br />

Entonces, ella trocó su expresión indiferente por<br />

la de súbita sorpresa.<br />

—Si no… le gustan, se los cambiamos… por otra<br />

cosa… —me dijo en un dulce susurro tembloroso,<br />

mirándome de pronto con los ojos vidriosos de<br />

emoción.<br />

—Todo lo contrario, Amelia, ni en el cielo te dan<br />

unos garbanzos con bacalao tan ricos como estos.<br />

Era mediodía, él pidió lentejas, con un poco de pimienta.<br />

Ella lo miró.<br />

Jesús Villanueva Jiménez<br />

Escritor

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