Entrelíneas 111

CRÓNICA
La tradicional distribuidora y envasadora de vinos y licores Don Joselín.
Fotografía: Javiera Henríquez.
En esta oportunidad es María quien se encarga de la atención
y administración del lugar. “El dueño es José Quezada,
yo soy la esposa de él. Son más menos 40 años desde que se
fundó, es una de las cuatro que van quedando por que no hay
más patentes, las demás todas se caducaron”.
Está en medio de un sector residencial a una cuadra de
la medialuna de la ciudad. “Siempre hemos estado aquí en
avenida Prat 680, pero la clientela nunca es la misma, entra
gente que no vuelve a ver, igual que en un negocio o supermercado,
claro que siempre hay clientes del barrio, abuelos
que se vienen a mandar la caña y se van”.
“Esta es la más antigua de las que van quedando, porque
ya no dan patentes de expendio de alcoholes, la única manera
de mantenerla es heredarla. Y algún día, quizás, quede ésta
no más y se acaben las otras. Puede permanecer toda la vida
si se quiere, va a depender de la opinión del dueño, pues jamás
ha tenido ningún parte ni nada”, agrega orgullosa María.
Ofrece principalmente vino, cerveza, malta e, incluso bebida,
para los más sanos, y se abastece en envasadoras. Aunque,
ya no puede abrir a las ocho de la mañana como era costumbre,
“abrimos de lunes a sábado, excepción del domingo
porque nunca se trabaja, desde las 10 de la mañana, porque
eso es lo que autoriza el gobierno, y podemos atender hasta
las cuatro de la madrugada, pero cierro a las nueve de la noche;
para qué vamos a tener más abierto”, cuenta.
La afluencia de público ha disminuido con el paso de los
años, ya no se acostumbra ir a tomar un vaso de vino a una
cantina y quienes lo hacían han envejecido. También, según
la cantinera de El sin envidia “el consumo ha disminuido, porque
tenemos competencia, como los supermercados y las
botillerías que amanecen vendiendo. Si yo le voy a cortar las
manos a uno y se las voy a largar a otro es el mismo negocio,
sólo que en estos lugares toma la gente responsable”.
DE LA VID A LA MESA
Desde la viña a los mesones de los taberneros para servir
a sus comensales. Esta es la labor de las distribuidoras y envasadoras
de este antioxidante, como lo es Don Joselín -una de
las tres más grandes que hay en San Carlos- su propietaria,
Bernarda Fuentes Muñoz, la atiende personalmente de lunes
a sábado.
La chicha más dulce y el pipeño de mejor calidad es el que
vende este local en Ñuble 320, “que funciona hace 20 años”,
como señala su dueña. La fachada es de un color amarillo vistoso,
al entrar es de techos altos y fresco, atiborrado de javas
de cerveza y bebidas, repisas con botellas de licores más fuertes
y la estrella: el vino; envasado en las tradicionales garrafas
y, ahora más moderno, en bidones de cinco litros.
“El vino lo voy a buscar a Portezuelo, siempre es de allá,
compro para la cosecha y traigo de 20 a 25 mil litros altiro. Lo
almaceno en cubas de fibra de vidrio, de cinco y 10 mil litros
y bidones de mil, porque pipas de madera ya no existen”,
cuenta Bernarda.
Aunque tal como las tabernas, este rubro también ha ido
en bajada, “en los primeros años vendíamos 150 mil litros al
año, ahora vendemos 30 mil a todo reventar. La baja de la
venta la relaciono a que los jóvenes no toman vino y la gente
mayor, que sí lo hacía hace dos décadas atrás, ya ha fallecido
casi mayoría”, añade.
Las cantinas son el reflejo del legado presente en la enología,
pues son la primera semilla en la población para apreciar
y degustar esta bebida, y, aunque cada vez son menos,
Chile como productor y exportador de vino sigue creciendo
y destacando internacionalmente. Aún hay esperanza en que
la tradición de ir a tomarse una caña se mantenga o, por lo
menos, las voluntades de los dueños para mantenerlos.
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