Desperdicio

Yo sólo quería ser un burgués, lamentándolo mucho el negocio
no resultó bien. Cuando esa mañana, brumosa por la sequía, recibí
aquella llamada, mi piel se llenó de indecisión. Había trabajado
tanto en esto —no sé si consciente o inconscientemente—. Era lo
que todo el mundo esperaba de la vida en un sitio como este, y a mí
me llegaba a los veintiocho años de edad.
Esas atroces tardes, fuera de control, caminando por las calles
de Catia. Falsas manifestaciones de talento frente a falsos compañeros.
Tanta manipulación de sentimientos ajenos. Noches enteras
demostrando a los ancianos que el ideal no moriría con ellos. Mucha
izquierda, palo al yanqui y al fin sucede, me dan el contrato de cedulación
nacional; dos millones y medio de aspirantes al cartón de
identidad serán la aprobación del comité, y algo así como la herencia
de una casta que regenera sus células.
El local donde fuimos citados tenía una amplia barra con todo
tipo de guindalejos, algunas cabezas de buey, fotografías de personajes
famosos estrechando la mano del propietario, trozos de
madera rectangulares con pequeños mensajes escritos y baldosas
decorativas dividiendo los dos colores avejentados de las paredes.
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