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Desperdicio

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-43-<br />

Luis Gabriel Laya<br />

me empeñé en justificar la conducta del taxista a través de un razonamiento,<br />

cuyo elemento central era el odio histórico arado sobre<br />

una casta maltratada por siglos.<br />

Ocupé un lugar privilegiado en la barra de un establecimiento,<br />

donde la gente va a tomar antes de ir a tomar. Ron con mucho hielo<br />

fracturado y agua mineral. Al final de la ele de madera, una pareja<br />

conversaba frente a sendas cervezas de sifón. La muchacha era una<br />

rubia de cabello cortísimo. Tenía un arete en el labio inferior, que<br />

mordía y saboreaba con su lengua. El chico lucía bastante menor que<br />

ella, era todo un adolescente con su franela sin mangas y su gomina<br />

impecable. Es curioso, pero durante el tiempo que estuve ahí, me pareció<br />

advertir que sólo ella hablaba, mientras él se dedicaba a asentir<br />

automáticamente a lo que parecían racimos de sentencias magníficas.<br />

Fácil fue deducir que era una purista del lenguaje corporal. Realmente<br />

transmitía mensajes complejos a distancia. Por ejemplo, entre las<br />

cosas que descifré, destaca una leve anécdota que resumo así: “Anoche<br />

salí con el panita que te conté, parece que anda burda de despechao.<br />

De todas maneras no hablamos de eso. Fuimos a un point en donde<br />

todo el mundo bailaba como loco, y casi no se podía ver con el humo.<br />

El ‘brodercito’ me echó un par de agarrones pero yo rápido le dije que<br />

ni pendiente de nada con él, y se quedó tranquilo”. Como si fuera una<br />

rutina, rascaba delicadamente su cabeza de recluta bávaro y tomaba<br />

un sorbo de su cerveza para continuar con su mímica eterna. A prudentes<br />

intervalos, me observaba esbozando ligeras sonrisas, y tornándose<br />

visiblemente más inspirada. Mi instancia en este sitio se traduce<br />

en cuatro rones, media caja de cigarrillos y mi terrible indecisión para<br />

abordarla cuando se dirigiera al baño. Cuando se marchaba, me<br />

dedicó una mirada escrutadora que lo resolvió todo, lo mejor era permanecer<br />

sentado y olvidar lo sucedido.<br />

Necesito estar en casa, necesito sentirme en casa. Añoro, recuerdo<br />

con magnífica iluminación. Con tanta felicidad que no puedes<br />

evitar pensar en lo desdichado que eres. Luego la niñez mezquina,<br />

en fin la niñez que me tocó. Brincando por casas sentenciadas por<br />

la modernidad, untando el pan tostado por la mañana, arrancando<br />

costras de mis rodillas, pasando horas frente al televisor. Un buen<br />

día llegó el conservatorio. De ambiente rígido e incapaz de inducir<br />

disciplina en mí. Pobre de mi mamá, tantas ganas de tener un hijo

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