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Desperdicio

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<strong>Desperdicio</strong><br />

Otra vez Conrado, ya me había olvidado de él, con razón sentía<br />

este alivio irracional. Quería acompañarme a mi rutina de mañana,<br />

lo había notificado a los demás y estuvieron de acuerdo. Por suerte,<br />

las actividades de mañana estaban enfocadas en el Ministerio de<br />

Información, el cual no tenía nada que ver con nuestro negocio.<br />

Ahí, sólo debía entregar un material, dar mi visto bueno a un micro<br />

informativo, y conversar con el viceministro en relación a la estrategia<br />

comunicacional que estaba desarrollando la instancia. Así que la<br />

presencia de Conrado era irrelevante.<br />

—Perfecto, a las nueve me parece bien —concluí.<br />

Me duele el estómago, algo malo había en esa paella, aunque<br />

estaba divina y me la comí con gusto, pero desde que salí del restaurante<br />

no soy el mismo. Es mejor que descanse un rato. Durante<br />

la madrugada me levanto cuatro veces para ir al baño. En serio me<br />

cuesta entender la diarrea, cómo es que aún y cuando no tienes nada<br />

que expulsar, sigues corriendo hasta el retrete.<br />

Siete de la mañana. No hizo falta que sonara el despertador.<br />

Hacía horas que no me paraba y me sentía mucho mejor, sin embargo,<br />

tenía esa desconfianza que te produce la reciente mejoría,<br />

quizá por aquello de “eso es alegría de tísico”. Me tomé una pastilla<br />

de las que endurecen todo lo que esté dentro de tus intestinos, y me<br />

resigné a mi faena.<br />

Conrado es despreciable. Siempre tiene las manos sudadas y<br />

la nariz repleta de granos. No importa cuán cálido esté el clima,<br />

invariablemente usa chaquetas sport de esas de candidato en campaña.<br />

Es un auténtico ataja goteras. Siempre está esperando que te<br />

equivoques para regodearse en la corrección, aunque el resultado<br />

casi nunca es el que espera. En efecto, estos intentos de arropar, lo<br />

precipitan al error y a la vergüenza. Utiliza generosamente un perfume<br />

repulsivo, que te impregna a más de cincuenta centímetros de<br />

distancia. Lo detesto, y él a mí.<br />

A las nueve y media nos recibió Orlando Sifontes —viceministro<br />

de Información—. Tenía varias ideas para despertar interés<br />

en la población, con respecto al programa. Durante alrededor de<br />

una hora habló sin parar sobre asuntos que no eran de mi competencia,<br />

pero que surtieron en Conrado, un efecto adormecedor<br />

de suspicacias. Parecía estar perdiendo las ganas de supervisar de

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