Desperdicio

—Asqueroso sinvergüenza —dejó caer luego de corta pausa—,
yo mismo no me habría atrevido —luego me dirigió una mirada
áspera, que fue mutando a sonrisa amarilla—. Desaparece de mi
vista cuanto antes.
Hice un ademán para abrazarlo, pero fui repelido por el cañón
de su mágnum.
—Dije desaparece —repitió volviendo a su mueca acre.
Bajo las escaleras de postguerra de dos en dos, o de dos en tres.
No utilizo el pasamanos. No piso las uniones del granito y abro la
pesada puerta. Camino una cuadra en pendiente pronunciada y
pienso en Rita. Con algo de suerte, más nunca la veré. Su inhumano
egoísmo me provoca náuseas. Del resto, sólo me queda el hedor y
el recuerdo de un tacto desagradable. No más centro, ni marxismo
adeco. No más cercanía obligatoria. No más celebración hipócrita,
ni abrazos repulsivos. No más Conrado. Esta noche estaré en Punta
del Este.
9 de junio de 2004