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Desperdicio

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-33-<br />

Luis Gabriel Laya<br />

El olor, es precisamente el olor lo que más recuerdo, pero lo que<br />

más me cuesta describir. Era una combinación de ropa de cama muy<br />

usada y colillas de cigarrillos, cemento o pega de baldosas, sí, algo<br />

así como olor a escombros. El salón en donde permanecí durante<br />

todo el tiempo que estuvimos ahí, tenía restos de un papel tapiz con<br />

una secuencia vertical descendente, que alternaba una daga, un candelabro,<br />

y una columna romana. El detalle naranja yacía empotrado<br />

a un fondo ambar, o más bien a un blanco nostálgico. Había un sofá<br />

de dos puestos cubierto por una cobija de lana agujereada. En un<br />

televisor blanco y negro parpadeaba un noticiero sin volumen. Una<br />

especie de mesita de dos tramos, con ruedas, sostenía un control de<br />

Atari, una cabeza de muñeca plástica, de esas a las que se le cierran<br />

los ojos cuando las acuestas, dos fascículos de la revista Buenhogar y<br />

bastante polvo.<br />

Pablo entró con Marquitos Bianchi a uno de los cuartos, y salió<br />

a los pocos minutos con ojos desorbitados. Bianchi tenía una cicatriz<br />

reciente en una de sus cejas, y unas ojeras ingentes. La noche<br />

anterior tuvo que enfrentar a unos deudores que se negaban a pagar.<br />

Sólo fue un aviso, alguna pierna fracturada. Sin embargo, uno de<br />

los morosos logró depositar un buen jab sobre el rostro de Marquitos.<br />

Se notaba en el lugar una amplia experiencia en allanamientos,<br />

redadas e incursiones policiales de inspiración personal.<br />

Cuando abandonábamos la casa salió Raquel, la chica de turno<br />

del negociante, con una protuberancia entre verde y azul en su<br />

pómulo derecho. Corrió cautelosa, casi en puntillas hasta alcanzar a<br />

Pablo a quien tomó por un brazo. Dijo:<br />

—Por favor Pablo, tú eres su amigo, habla con él, mira lo que<br />

me hizo, y no es la primera vez. Yo lo quiero —rezó en llanto—, lo<br />

quiero mucho…<br />

Ascanio atendió perfectamente a la segunda regla del buen<br />

oyente, y no quitó los ojos de la víctima del maltrato conyugal.<br />

Luego prometió aconsejar al delincuente en una próxima oportunidad.<br />

Ya dentro de la camioneta comentó:<br />

—Siempre va a haber una puta a la que le guste que le peguen.<br />

Al final todas son unas putas y les gusta que le muestren quién<br />

manda ¡ja, ja, ja!

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