Desperdicio
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-59-<br />
Luis Gabriel Laya<br />
Marco llegó al país en una de esas camadas en tiempos de Pérez<br />
Jiménez. Traía más que su maleta opaca y aquel traje desgastado<br />
pero elegante. Era maestro zapatero y empezaba a incursionar en el<br />
diseño de calzado de piel. El proceso de Sustitución de Importaciones<br />
engendraba políticas internas que perseguían el incremento de<br />
la capacidad productiva, en especial en el sector de manufactura, así,<br />
al poco tiempo de trabajar en la talabartería de un paisano, recibió<br />
un crédito para montar una fábrica de zapatos. El alto arancel que<br />
fue aplicado a la importación de calzado, unido a la calidad, diseño<br />
innovador y variedad de modelos, impulsó a “Calzados Tancreddi”,<br />
a la vanguardia del predominio de la moda italiana. Sin embargo,<br />
Marco, como muchos otros, sufrió los embates de la apertura a<br />
mercados foráneos, lo que redujo ostensiblemente su porcentaje de<br />
participación y la competitividad de su producto. De esta forma,<br />
adecuándose al nuevo panorama, probó suerte con la construcción.<br />
Fue precisamente en este nuevo negocio, que entró en contacto con<br />
Vinicio, quien lo subcontrató varias veces para que realizara trabajos<br />
de remodelación, impermeabilización, reparación e incluso<br />
construcción de pequeñas urbanizaciones destinadas a trabajadores<br />
de empresas estatales.<br />
El asunto era el siguiente: se le ofrecían ciento ochenta mil<br />
dólares, a tasa de cambio oficial, con un retorno de cincuenta por<br />
ciento anual, más una participación de las ganancias del hotel durante<br />
cinco años. Escúchese bien. El préstamo se estaba realizando<br />
con dinero del Estado —desviación de recursos—, aprovechándose<br />
de la política cambiaria, se especulaba con divisas, además, vamos<br />
a estar claros, estaban clavando al italiano, que por otra parte,<br />
seguro lo tenía bien merecido. Para estos superhombres no existía<br />
la piedad.<br />
A Marco no le quedó otra que aceptar, quedando en entredicho<br />
la cuota de participación que quería Douglas y Vinicio. No era igual<br />
con Luis ausente. Tenía yo con quien fundir la vergüenza. Me calmaba<br />
su calma. Era como si nada ocurriera a espaldas de la moral en<br />
su presencia. Era vil, arribista, injusto, caníbal, pero frente a Luis<br />
era lo correcto, la vía racional, sin gritos ni romanticismo, sin miedo<br />
ni duda, sí, era más fácil con Luis.<br />
Aún no lo tenían en sus manos. Carmelo y yo éramos los testaferros,<br />
los que hacíamos fluir el dinero de los ciudadanos, ja,