Desperdicio
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<strong>Desperdicio</strong><br />
una disfunción en el orden jerárquico de los botones—, y me aparté<br />
de la Gorgona.<br />
Había desvariado un poco en estos dos días posteriores a la reunión<br />
que sostuviera con los chicos. Era un rito permanecer volcado<br />
al deleite luego de un acuerdo que, aparentemente, mantuviera<br />
contenta a toda la facción. Había quedado con Douglas para tener<br />
una breve charla informal, donde sin lugar a dudas desbordaría su<br />
generosidad, su buen gusto para la elección del vino y su exquisita<br />
seducción burguesa. Por mi parte, había advertido a Luis que<br />
Aponte, probablemente, intentaría estrechar relaciones conmigo<br />
para hacerme perder la dirección. Él ya lo había pensado y pareció<br />
satisfecho con mi deducción. Sugirió que fuera prudente, pero que<br />
dejara que el rechoncho potentado hiciera la propuesta, eso lo dejaría<br />
desarmado y a nuestra merced. En lo posible debía producirse un<br />
cisma entre él y Vinicio. Solidaridad de ambos para con el proyecto,<br />
y desconfianza entre ellos era una muy buena, más bien ideal combinación.<br />
Después de una afeitada un poco abrupta —tuve un par de<br />
impases con los vellos internos, que de cuando en cuando aparecen<br />
cerca de mi profusa manzana de Adán— tomé un baño relajante, de<br />
esos que dejan todos los cristales empañados. Viendo mi torso en el<br />
espejo del lavamanos, me regodeé en mi juventud intacta. Seguía<br />
siendo aquel que se dejaba ganar en actividades físicas por algún<br />
suegro, o por un anciano apreciado, para ennoblecer la superioridad.<br />
No se podía confundir con virtud este deshonesto ensayo de generosidad,<br />
todo lo contrario, me hacía sentir como dueño de su pueril<br />
felicidad, decisor de su éxito simulado. En el fondo era vanidad, esa<br />
vanidad que hace labor social, precisamente, esa cochina vanidad.<br />
Aún frente a mí mismo escuché el teléfono que sonaba con volumen<br />
ascendente. Atendí, era Douglas, nos veríamos en Le Raid,<br />
un restaurante francés donde, hace unos treinta años, un reducido<br />
grupo de los más destacados políticos suscribieron un acuerdo de<br />
gobernabilidad, así, este lugar tenía amplia experiencia en estos<br />
menesteres. Las cinco de la tarde era una hora inusual, pero quería<br />
satisfacer el capricho de postergar un poco su primera oferta (igualmente<br />
inusual), las cuatro y media.