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Desperdicio

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<strong>Desperdicio</strong><br />

algún campesino solicitando dinero para pagar el pasaje de regreso<br />

a casa, o quizá otro representante del gremio de educadores intercediendo<br />

por sus reivindicaciones salariales. No lo quería prevenido<br />

al bate.<br />

Conversé brevemente con la señora Marlene Blanco y me anotó<br />

para el jueves próximo a las diez de la mañana. Con gentileza, y<br />

luego de ponderar a sus hijos, que estaban en un portarretrato de<br />

mal gusto sobre el escritorio de la recepción, me despedí tomando<br />

el rumbo del Servicio de Inmigración. Ahí trabajan dos o tres<br />

personas que tenían que estar advertidas sobre la logística una vez<br />

comenzado el proceso de cedulación. También debía instruirlos en<br />

relación a cómo enfrentar ciertas preguntas de ciertos personajes en<br />

caso de que se presentara esa circunstancia.<br />

Con Vinicio como intermediario, establecí contacto con Douglas<br />

Aponte, quien fuera anteriormente funcionario de alto rango en<br />

la división de tecnología del ejército. Douglas tenía una vasta experiencia<br />

en este negocio. Había participado en la emisión de tarjetones<br />

para los comicios presidenciales de 1983, 1988 y 1993. Además<br />

de estar involucrado directamente con los constantes procesos de<br />

carnetización de todas las universidades nacionales, ministerios,<br />

institutos autónomos, entes descentralizados y algo más. Durante<br />

poco más de tres años, Douglas había permanecido retirado en<br />

una modesta choza en El Morro de Puerto La Cruz, y dedicaba sus<br />

días a conducir su lancha entre los canales, tomar el sol de la tarde,<br />

dormir bien y comer mejor. Luego de repetir esta rutina por tanto<br />

tiempo, descubrió que la costa era para el verano. Que ahora es que<br />

le quedaba tiempo para hacer lo que más le gustaba (aparte de fornicar<br />

con chicas espléndidas), acumular dinero.<br />

En su penthouse del noreste de la capital, nos reunimos Luis,<br />

Vinicio, Douglas y yo para tratar el caso de la contratación de la<br />

empresa que haría el trabajo. Un piso regio, diría si fuera español,<br />

o si me la pasara pegado a los canales españoles de televisión todo<br />

el día. Una suerte de amoblado rústico, se erigía sobre un mármol<br />

con la elegancia de lo antiguo, más bien opaco. Mesa poderosa de<br />

madera, rectangular, sobre la cual descansaba un par de candelabros<br />

y una talla amazónica. En cada uno de los candelabros una inmensa<br />

vela gentilmente gastada. Al pie de una pared, pintada de ocre<br />

viejo, un noble sillón para cortesanos. En una de las esquinas, junto

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