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Desperdicio

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<strong>Desperdicio</strong><br />

—¿Cuándo van a empezar con esa vaina? —preguntó Adalberto.<br />

—Setenta y dos horas después de emitido el pago —respondí,<br />

revisando lo que venía.<br />

—No sé ustedes, pero lo que soy yo, tengo hambre —dijo Douglas<br />

sonriendo y sobándose la panza—. Le voy a avisar a Fernando<br />

que sirva la paella en media hora —y sin consultar se levantó (presumo)<br />

rumbo a la barra.<br />

Con la salida de Douglas, el ambiente se relajó un poco —el<br />

bastardo pensaba que yo estaba trabajando para él—. Se hicieron<br />

comentarios sobre la glotonería de Douglas, y de la relación de<br />

ésta, con su amplísimo vientre. Carmelo parecía satisfecho con mi<br />

performance, por lo menos eso reflejaban su sonrisa y su estado de<br />

ánimo reposado. Luis parecía estar en otra parte, mientras escuchaba<br />

una frenética historia que le contaba Pablo. Hasta Conrado lucía<br />

inofensivo, haciendo de tripas corazones, para caer en gracia a un<br />

inexpresivo Vinicio, que escuchaba aburrido la perorata adornada<br />

del enclenque.<br />

A la llegada de Douglas:<br />

—Compañeros —exclamé con los brazos estirados hacia el<br />

frente, y los dedos de las manos rectos y totalmente unidos—, para<br />

concluir, hay unos asuntos un poco más subjetivos, que es preciso<br />

discutir. Uno de ellos, es el porcentaje de la comisión que se le<br />

debe pagar a Arocha y a Goncalves. El otro, es necesario comprar<br />

un material de laminado. Yo tengo tres presupuestos, pero prefiero<br />

someterlo a sus consideraciones —me manejaba como un adalid de<br />

la honestidad ilícita.<br />

—Imagino que ya lo has pensado —abonó Luis, luego preguntó—<br />

¿Cuál es tu propuesta? Digo, si es que la tienes.<br />

—Creo que lo mejor es que le paguemos el total de la deuda a<br />

Goncalves, que por un lado ya hizo el trabajo que le tocaba, y por el<br />

otro, detesto tratar con sus nervios.<br />

—Eso es verdad —interrumpió Pablo, con poco control sobre<br />

su mandíbula—. Cuando estuvimos en su oficina, casi se mea el<br />

pendejo —y al compás de una carcajada enferma, arremetió con<br />

contundente espaldarazo sobre Adalberto, quien se derramó parte<br />

del trago sobre la camisa.

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