Desperdicio
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<strong>Desperdicio</strong><br />
justificación sobre la dinámica del poder, en donde colaba, de vez<br />
en cuando, caprichosas verdades, que yo despreciaba pero asentía<br />
con la cabeza, como maravillado por un revelador argumento. Lo<br />
que realmente me sorprendió del discurso —pero pude convertirlo<br />
en falsa admiración a través de mi elocuente lenguaje corporal—<br />
fue la capacidad del bandido para creer sus propias mentiras. Juzgué<br />
pertinente invocar las bondades de aquel funcionario florentino<br />
al servicio del absolutismo, y fue claro que mi razonamiento, que<br />
igualaba al señor Arcaya con la rancia nobleza, potenció su simpatía,<br />
tonificó su desdén, y explicó su desprecio.<br />
Paseamos por sus posesiones, sin prestar atención al resto de los<br />
presentes, y la plática derivó en aspectos más terrenales. Me atreví a<br />
pedir consejo sobre asuntos sentimentales. Sabía que en este tipo de<br />
personalidades, estas demandas surtían un efecto de patriarca, de<br />
asunción de un elevado entendimiento, de una mayor experiencia<br />
que significaba manjar para el ególatra. Así, el degenerado se regodeó<br />
en un magnífico sermón, que incluía eventos de su vida, en<br />
los que siempre había salido airoso. Charló largamente de Manuela,<br />
quien permaneció atormentando su equilibrada rutina, por algo más<br />
de una década. Aunque los fragmentos que refería de aquel romance<br />
exaltaban su fortaleza, había algo en su rostro que me conmovía.<br />
Era un hecho que el vejestorio, en peligro de extinción, había sido<br />
víctima de las delicias de una vagina.<br />
El resto de mi estadía en el Versalles caraqueño, lo invertí en<br />
adulaciones y un poco de crítica con tono severo. Era menester mantener<br />
firme algunos puntos que no se alejaran de la esencia del rufián.<br />
Vinicio era el único sobreviviente de una sucesión magnífica.<br />
Se dedicaba, entre otras cosas, al negocio de la cerámica en todos<br />
sus circuitos y en cada uno de los niveles, desde las plantas de extracción<br />
de arcilla, hasta el transporte marítimo a todo el Caribe. El<br />
cartel, además, gozaba de una estupenda venia gubernamental, que<br />
le permitía monopolizar a través de patentes vitalicias, y evadir la<br />
carga impositiva que trocaba en regalos a congresistas. Tenía cerca<br />
de treinta años torpedeando cualquier iniciativa de flexibilizar la legislación,<br />
para dar ingreso a pequeños productores. Cubría, él solo,<br />
todos los requerimientos de los sectores público y privado, y no tenía<br />
ninguna intención de que este esquema mutara, le parecía justo, y